Por Martin De Ambrosio
Probablemente la cuestión
sexual sea uno de los temas que más llama la atención y más
curiosidad despierta en el ser humano. Sucede que es, en el fondo, una pregunta
por la propia condición humana; y como toda esa clase de preguntas fundamentales
nos lleva a tratar de advertir si es que nos diferenciamos tajantemente de los
animales o si seguimos conservando el mismo tipo de limitaciones e interdicciones
con que nos agració la naturaleza. El sexo (tratado evolutivamente, fisiológicamente
y con la perspectiva psicológica de género) fue entonces el tema
central del Café Científico número 19, primero del tercer
año consecutivo del ciclo que organiza el Planetario Galileo Galilei
en la Casona del Teatro, los terceros martes de cada mes. En realidad, por momentos,
el tema sexual sirvió casi como una excusa para especificar qué
queda de esa animalidad en el hombre a la que se refiere Jared Diamond (en otras
palabras: qué de nuestra condición biológica ciertamente
palpable en nuestras rutinarias necesidades de comida, oxígeno, etc.
condiciona nuestro comportamiento) y qué parte de nosotros es autoconstrucción
(las sociedades humanas determinadas histórica y culturalmente).
Y quienes se encargaron de puntualizar las perspectivas fueron el doctor Francisco
Argañaraz, especializado en sexología clínica (Universidad
Nacional del Tucumán, que ejerce en el hospital público San Martín
en La Plata), Irene Meler, psicoanalista (directora del Programa de Actualización
en Psicoanálisis y Género, y coordinadora docente del Programa
de Estudios de Género y Subjetividad) y Fabián Gabelli (biólogo
que trabaja en el Laboratorio de Biología del Comportamiento, Conicet,
y profesor adjunto de la cátedra Biología del comportamiento,
Facultad de Psicología de la UBA). El próximo Café Científico
será el 15 de abril y el tema será La muerte del Universo.
El sexo de Darwin
Fabián
Gabelli: El sexo en humanos puede estudiarse desde numerosos puntos de vista.
Lo que voy a hacer es utilizar un marco teórico muy particular, que es
el de la teoría evolutiva, para ver si podemos entender cómo funciona
nuestra mente al momento de buscar pareja. La idea de la psicología evolucionista
es aplicar el mecanismo de selección natural propuesto por Darwin para
entender cómo evolucionó nuestra mente, según contexto
y necesidad. Porque uno tiende a hacer una diferenciación muy marcada
entre el hombre y el resto de los animales pero no hay razón para tan
tajante distinción.
Es que si bien está claro que en algún punto somos inusuales,
no somos menos inusuales que los elefantes o los vampiros. Y cuando uno intenta
descubrir cuáles son las adaptaciones evolutivas en el comportamiento
de elefantes y vampiros utiliza las mismas herramientas evolutivas que para
los humanos. La idea central es que nuestros cerebros por lo menos desde
hace unos 300.000 años evolucionaron para resolver, entre otros,
el problema de la reproducción, que es el más importante: un animal
puede encontrar refugio, comida, agua, pero si no se reproduce todas las características
se pierden. Para entender las estrategias reproductivas hay que entender cómo
evolucionaron todos los procesos psíquicos que hacen que tengamos preferencias
particulares, sesgos perceptivos, y en definitiva que pensemos la búsqueda
de la pareja tal como lo hacemos. Y para eso tenemos que pensar en los problemas
adaptativos con los que se encontraron los humanos hace 300.000 años.
Y no hay que equivocarse: la vida tecnológica moderna tiene poca historia
para atrás, pero nuestra mente tiene por lo menos 300.000 años.
Entonces, durante el grueso de la historia nuestro grupo tuvo que resolver los
problemas de pareja en un ambiente distinto del actual. Tenemos la gran virtud
de tener un repertorio de comportamientos altísimo, pero hay sesgos que
siguen de manera permanente.
Un punto central es que si bien los sujetos tienden de manera individual a dejar
la mayor cantidad de descendientes posibles, es notable que las herramientas
que tienen machos y hembras en general para resolver ese problema específico
sean sumamente diferentes. Se trata del llamado efecto Bateman:
las herramientas que tienen unos y otros para resolver el problema de la reproducción
son totalmente diferentes; los machos tienen una cantidad ilimitada de gametas
y las hembras una cantidad escasa. Un hombre en una eyaculación puede
dispersar 60 x 10 7 (un número de nueve dígitos) espermatozoides.
La mujer, en tanto, tiene unos cientos de gametas funcionales, de las cuales
muy pocas pueden hacer funcionar en toda su vida por el tema de
inversión parental, es decir, asumir el período de
preñez, el tiempo de lactancia.
Como consecuencia de esto, el hombre genera muchas gametas económicas;
y las de las mujeres son muy caras, muy costosas. Ese es el centro del conflicto
que existe entre hombres y mujeres, cuando hay que maximizar el éxito
reproductivo (así opera la selección natural): mientras el hombre
va a hacer el mayor uso posible de su gran cantidad de gametas consiguiendo
la mayor cantidad de parejas posible, la mujer al tener muy pocas gametas tiene
como estrategia cuidar sus gametas como oro. Este es el efecto Bateman. Y es
lo que define los roles: mientras las mujeres son selectivas a la hora de elegir
una pareja, los hombres compiten entre sí por conseguir la mayor cantidad
de óvulos posible. Si uno piensa en esta estrategia general puede sacar
una primera conclusión predictiva: los hombres procurarán un mayor
número de parejas, lo cual además implica en sociedades monógamas
la infidelidad. Esta predicción se comprobó en una
serie de encuestas sobre comportamiento sexual humano de las que suele hacer
la empresa de preservativos Durex: el hombre es más infiel.
Contra la interpretacion
(biologica)
Irene Meler: Yo empezaría contándoles un cuento, un cuento oriental.
En el desierto, un grupo de ciegos se encuentra con un camello. Uno de ellos
le toca una pata y dice el camello es largo y fibroso; otro le toca
la cola y dice el camello es finito y flexible; otro le toca la
joroba y dice pero no, si es blando como un almohadón; el
último le toca la boca y dice el camello es baboso. Esto
es lo que ocurre con los relatos de las disciplinas que estudian al ser humano.
Son relatos parciales, y los distintos expertos somos como ciegos que planteamos
un pedacito y damos cuenta de una visión parcial. Ustedes hasta ahora
escucharon la versión de Gabelli y la de Argañaraz (ver aparte),
que es una versión más anclada en la biología y en la medicina.
Mi percepción de la sexualidad deriva del psicoanálisis y las
ciencias sociales; y más específicamente de los estudios multidisciplinarios
sobre género. Entonces, yo les voy a trasmitir otra ceguera
y en todo caso ustedes tendrán la libertad de hacerla jugar en sus mentes
con los otros relatos parciales.
En primer lugar, yo desearía alertar contra la tendencia que tenemos
a reducir el análisis de procesos que son complejos a sólo un
nivel de análisis. Pero ninguno de estos análisis es suficiente
para explicar los complejos procesos humanos, que son procesos que también
deben entenderse desde la perspectiva de lo social y lo psíquico. Sin
embargo, no somos ángeles: tenemos un cuerpo. Y por lo tanto podemos
aceptar un cierto parentesco con los animales y recordarles que los animales
no sólo copulan sino que tienen jerarquías; hay relaciones sexuales
y hay relaciones de poder. Los seres humanos nos caracterizamos por lo que se
ha llamado el desarraigo evolutivo; tenemos muy pocas conductas
preformadas y casi todo lo tenemos que aprender. Hay por supuesto algunas disposiciones
generales muy amplias que son comunes a la especie. Pero hay una enorme variabilidad,
y nuestra pobreza instintiva se compensa con nuestra riqueza inventiva, con
la capacidad casi ilimitada que tenemos para inventar respuestas para las cambiantes
condiciones del entorno; y el entorno escogido por nosotros son las sociedades
humanas, que van transformando constantemente la naturaleza a través
de la tecnología y entre otros cambios. De modo que esta enorme variabilidad
de conductas es lo que puede explicar con más claridad los comportamientos
sexuales humanos. Y yo empezaría hablando de sexo, diciendo que el sexo
es divertido como indica el título de la charla justamente
porque los seres humanos somos animales inventores, porque nos apartamos de
la rutina del instinto, y porque hemos inventado una serie de cosas, desde los
corsés negros, hasta los portaligas, y toda la serie de inventos que
hacen que el sexo sea variable, sea creativo. Pero, cuando uno dice que el
sexo es divertido también debe preguntarse ¿para quién
es divertido? Y vemos que no todo el mundo se divierte igual. Es decir, no siempre
los partenaires de la relación sexual se divierten al unísono.
Y esto no es sólo por una cuestión biológica o por falta
de entrenamiento: es que existen relaciones de poder asimétricas entre
hombres y mujeres.
La dimension politica
del sexo
Meler (continúa):
Yo no creo que los pobres varones sean esclavos de sus genes que los llevan
a tratar de esparcir sus semillas para fecundar la mayor cantidad de mujeres
posibles. Yo creo que esto es una burda racionalización del hecho de
que los hombres tratan de ser infieles porque pueden, y pueden porque tienen
mayor poder. Porque cuando las mujeres pueden, también aprecian un buen
cuerpo. Por eso, y porque los varones tienden a exagerar y las mujeres a ser
más cautas en sus comentarios sobre infidelidades propias, yo tomaría
con más cautela las encuestas del compañero biólogo en
cuanto al sesgo que puedan tener. Porque cuando un hombre diga que fue muy infiel,
o diga que tuvo muchas amantes, réstenle el 50 por ciento, porque el
imperativo del género dominante sigue siendo penetrar, gozar y triunfar.
Y cuando sea una mujer quien hable, súmenle el 50 por ciento a las infidelidades
confesadas. Aunque reconozco que existe una tendencia en las mujeres a ser más
fieles, todavía.
Pero mi supuesto epistemológico que se basa en las relaciones de poder
me indica que esto no es porque imperan los genes, sobre todo en un momento
cultural e histórico en el que como especie estamos enfrentándonos
al antiguo imperativo de reproducirnos. Las mujeres todavía son más
selectivas y menos promiscuas, porque no pueden ser de otra forma, porque tienen
menos poder social, porque ganan menos en sus trabajos, porque si el marido
las sorprende y se divorcia, ellas tienen más posibilidades de ser pobres
porque tienen un peor o ningún empleo; porque tal vez sean golpeadas.
La mujer siempre corre más riesgos. Por eso lo piensan más, porque
tienen menos poder. Entonces, las diferencias en la conducta sexual no se pueden
explicar solamente por los genes, hay que explicarlas también
por las diferencias de poder económico, por las herencias culturales
que desprestigian la sexualidad de las mujeres y prestigian la de los varones,
aun cuando fuese promiscua. Muchos de los discursos de la biología y
la medicina son discursos sesgados por el poder. Un ejemplo: cuando se habla
de la supervivencia del más apto se está justificando
el sistema político liberal, que crea la exclusión, y legitimando
que la riqueza esté en este momento en tan pocas manos. Si son los más
aptos...
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