Un médico chino que viaja a Hong Kong, un vendedor de camarones y miles de cantoneses tienen en común el raro privilegio de haber sido los primeros infectados por el virus de la neumonía atípica. Avión mediante, la neumonía ya lleva conquistados 18 países y unos 3000 infectados, y lo peor del caso es que hay especialistas que ya hablan de una posible pandemia (temible si llegase a mutar y modificar la actual, y modesta, tasa del 4 por ciento de mortalidad). En esta edición, Futuro cuenta con detalle cómo se desplazó el virus –todavía desconocido– desde la provincia china de Guangdong hasta conquistar prácticamente todo el mundo.
Hace poco menos de un mes,
un informe confidencial circulaba en manos de contados integrantes de la máxima
organización sanitaria del mundo. En el apartado 2.1, bajo el título
“Control del brote-Epidemiología”, y justo antes de un listado
de naciones en las que se había notificado la presencia de la enfermedad,
podía leerse una frase cuyo enunciado hoy ya ha sido ampliamente verificado
por la realidad:
“Hay clara evidencia de que este agente tiene el potencial de causar una
pandemia”.
A esta altura del partido, casi ni hace falta decir que el informe versaba sobre
el llamado Síndrome Respiratorio Agudo y Severo (SARS es su sigla en
inglés), también conocido como neumonía atípica.
Por aquel entonces, 19 de marzo de 2003, la Organización Mundial de la
Salud (OMS) había recibido la notificación de 264 casos, nueve
de ellos fatales, proveniente de las autoridades sanitarias de diez países.
Hoy, el cuadro de situación se ha agudizado. Al momento de cierre de
esta nota, 18 países han reportado más de 2600 casos, mientras
que la lista de decesos refiere 103. Sólo Africa se ha mantenido libre
de la enfermedad a la que el periodismo no dudó en tildar de “misteriosa”.
La ausencia de casos de SARS en el continente africano podría explicarse
por no constituir éste un sitio tan transitado por la líneas áreas
internacionales.
No ha faltado quien señalara que la neumonía atípica va
en camino de convertirse en “la mayor epidemia de la historia propagada
por la aviación comercial”. Tanto es así que, por primera
vez en sus 55 años de historia, la OMS decidió hacer pública
una recomendación para todos los viajeros del mundo, instándolos
a que eviten visitar Hong Kong y la provincia china de Guangdong, origen y epicentros
de esta epidemia en ciernes.
Empecemos, entonces, por el aparente principio de esta historia.
El paciente cero
Tras 45 minutos
de viaje a bordo de un avión de China Southern Airlines, el profesor
Liu Jianlun, de 64 años, dio sus primeros pasos por los trajinados pasillos
del aeropuerto de Hong Kong. Algo afiebrado y molesto por una tos seca que desde
hacía pocos días no lo dejaba en paz, este canoso médico,
de renombre en China, decidió registrarse en el hotel Metropole, en el
corazón de uno de los distritos más poblados de esa ya de por
sí densa urbe.
Tan sólo once días después, personal médico del
hospital Kwong Wah de Hong Kong, especialmente ataviado para la ocasión,
cubría el cuerpo lívido de Liu Jianlun, con movimientos extremadamente
minuciosos que delataban el terror que invadía la sala. Se decidió
entonces que el sexagenario fuera confinado en el más aséptico
de los aislamientos. Era el 4 de marzo de 2003, y ya era muy tarde siquiera
para advertir lo que habría de venir.
Para ese momento, el prestigioso profesor había contagiado su extraña
neumonía a 77 médicos y enfermeras del hospital Kwong Wah. Y eso
no era lo peor: seis desconocidos que habían compartido con él
el ascensor y el noveno piso del hotel Metropole también habían
contraído la afección. Sus casuales compañeros de hotel
habrían de llevar consigo el virus a sus hogares, en lugares tan distantes
como Singapur, Vietnam o Canadá; Liu Jianlun, por su parte, ya había
ingresado a la historia como el paciente cero del SARS. Y lo sabía. Arrepentido,
en su lecho de muerte, llegó a confesar a los desconcertados médicos
que lo atendían que conocía la naturaleza del padecer que lo aquejaba.
Su peso en el ambiente médico local le había permitido días
atrás acceder a documentos escondidos hasta finales de febrero por las
autoridades chinas, en los que se describían los síntomas de una
nueva y altamente contagiosa cepa de neumonía.
Es más, Liu Jianlun había pasado semanas atendiendo pacientes
afectados por esta forma atípica de neumonía en el hospital Nº
2 de Zhongstan, en la provincia china de Guangdong, y observando cómo
un virus desconocido atacaba a sus compañeros de tareas. Si fue por el
temor de caer en las garras de la enfermedad o la certeza de haber corrido con
esa suerte, eso nunca lo sabremos. Lo cierto es que su huida le ha valido el
título de paciente cero.
El mercado de la muerte
Claro que el
nombramiento de “paciente cero” se produjo antes de que el gobierno
de China reconociera ante las autoridades sanitarias internacionales que había
estado ocultando durante varios meses un brote de la “misteriosa”
neumonía ocurrido en la provincia de Guangdong. Allí, desde noviembre
de 2002, y antes de que el virus abandonara el continente con rumbo a Hong Kong,
al menos 305 personas contrajeron esta enfermedad que llevaba en su haber cinco
muertes.
Guangdong, al sur de China continental, ha sido durante décadas cuna
de numerosas pandemias que se gestaron en sus mercados donde aún hoy
se venden animales vivos. De allí partió en 1957 la llamada influenza
(o gripe) asiática y en 1968 la variante apodada “Hong Hong”,
o más recientemente la llamada “influenza aviana” (“bird
flu”) de 1997 y en 1999 el virus Nipah. Es más, algunos expertos
epidemiólogos sugieren que la llamada gripe española que en 1918
terminó con la vida de 70 millones de personas en todo el mundo tuvo
también su origen en Guangdong.
¿Qué es lo que hace de esta provincia un semillero de enfermedad
y muerte? Es una perfecta mixtura entre dos Chinas distintas. Guangzhou, capital
de Guangdong, es una sofisticada ciudad, poblada de rascacielos, interconectada
con el resto del mundo mediante 400 vuelos diarios, pero a la que acuden diariamente
los habitantes de ciudades rurales e industriales como Foshan. De allí
partió el primer paciente con neumonía atípica que atendió
Jianlun.
El “paciente menos uno” era un vendedor de camarones que trabajaba
diariamente en el mercado de Foshan, donde es algo más que cotidiano
caminar sobre una mezcla de barro, sangre, orín y materia fecal de los
caballos, cerdos, perros, vacas y aves de corral que allí se transan.
Ese mismo barro es el destinatario final de las carcasas y de otros restos de
los animales que son degollados, desollados y trozados a gusto del comprador.
Las poco corteses costumbres de los cantoneses de escupir al suelo y toser sin
taparse la boca agregan un condimento casi innecesario para este caldo de cultivo
que haría palidecer al más fogueado de los infectólogos.
Es esta proximidad entre humanos y animales, enmarcada en la peor de las condiciones
sanitarias, la que explicaría el salto de esa no tan rígida barrera
entre especies que habría realizado el virus (aún por identificar)
causante del SARS.
Claro que el salto mayor fue el que dio más tarde, usando a Hong Kong
como trampolín. ¿Su destino? El mundo.
No voy en tren, voy en
avion
Hoy se sabe
que antes de nuestro paciente cero Liu Jianlun, y de su vendedor de camarones,
hubo una multitud de cantoneses que contrajo esta atípica neumonía.
Es más, esta semana se supo que el primer primerísimopaciente
que se enfermó habría sido un empresario de Foshan. Al menos eso
es lo que han revelado los registros que consignan la evolución del brote
en Guangdong y que recién ahora las autoridades sanitarias chinas han
decidido hacer públicos.
Días atrás, arrinconadas por la presión internacional,
esas mismas autoridades sanitarias salieron a pedir perdón por la forma
en la que habían manejado el asunto (“podríamos haberlo hecho
mejor”, admitieron). De poco servían ya las disculpas pues para
ese entonces el virus causante del SARS ya había saltado las barreras
que separan a las naciones y a los continentes, obligando a la OMS a declarar
a la enfermedad “una amenaza para la salud mundial”.
El salto en cuestión se produjo en avión. Claro que ésta
no era la primera vez que las líneas aéreas comerciales llevaban
a bordo algo más que pasajeros y equipaje. En 1978 y 1992, viajeros procedentes
de Europa llevaron a Canadá el virus de la polio, y al menos once canadienses
sufrieron parálisis a causa de la infección. Otro pasajero, esta
vez proveniente de Gabón, llegó a Sudáfrica en busca de
tratamiento médico: estaba infectado con el virus del Ebola y contagió
a un trabajador de la salud. Algo similar ocurrió más tarde en
París.
Ejemplos son lo que sobra: pongamos al bacilo de la tuberculosis o al virus
de la gripe en lugar del Ebola o la polio. Pero lo cierto es que con el paso
de los años el riesgo que presentan los aviones como medio de dispersión
de agentes infecciosos es cada vez mayor; basta mencionar que el número
de pasajeros en vuelos internacionales aumentó de dos millones anuales
en 1959, a 1400 millones en la actualidad.
Un buen número para una enfermedad cuya transmisión persona a
persona cada día parece más fácil. Pues si en los primeros
momentos del brote se pensó que hacía falta un contacto muy cercano
con el paciente o con sus fluidos para contagiarse –esto surgió
por una cuestión estadística: nueve de cada diez afectados era
personal de salud que había atendido enfermos con SARS–, recientes
estudios publicados en el New England Journal of Medicine documentan casos de
transmisión a través de las microgotitas de saliva que se expelen
al hablar o al estornudar.
Dicho en otras palabras, el virus podría transmitirse con una facilidad
similar a la de la gripe. Y ya todos sabemos qué tan contagiosa es la
gripe. Pero lo que más asusta ahora a los expertos sanitaristas, infectólogos
y epidemiólogos es el sólo pensar en cuántas personas pueden
hoy en todo el mundo estar incubando silenciosamente al virus del SARS. A los
más de 2600 casos notificados, algunos especialistas no dudan en sumar
unas 20.000 personas infectadas, hasta ahora aparentemente saludables.
Otro de los escenarios que alarma a las autoridades sanitarias internacionales
es la posibilidad de que el escurridizo virus –una red internacional de
11 laboratorios coordinados por la OMS todavía no ha logrado a ciencia
cierta decidir cuál es el agente causante– sufra una mutación
genética, que lo vuelva más letal de lo que ha demostrado ser
hasta ahora (su tasa de mortalidad es de entre el 3 y el 4 por ciento). Los
virus tienden a comportarse de esta forma: la gripe española, por ejemplo,
atacó en tres oleadas distintas por un espacio de 15 meses.
Aun así, no todos especulan con la posibilidad de una epidemia a gran
escala. Para los más conservadores, el SARS se convertirá lentamente
en una enfermedad que andará por ahí, aprovechándose de
aquellos a los que sorprenda con sus defensas disminuidas o anquilosadas. En
definitiva, visto desde todos los ángulos posibles, nada hace suponer
que esta atípica neumonía nos vaya a dejar solos en el corto plazo.
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