EL MANUSCRITO VOYNICH: ¿CUENTO DEL TíO EN LA EDAD MEDIA?
Misterios sin resolver
› Por Esteban Magnani
En 1912, un anticuario neoyorquino llamado Wilfrid Voynich compró cerca de Roma lo que a todas luces era un libro medieval. Sin embargo, al abrir el manuscrito de cerca de 116 pliegos hechos de piel, descubrió que tenía la peculiaridad de estar escrito en un alfabeto que el anticuario –un experto– no conocía. La tapa tampoco daba precisiones. Ni siquiera era posible reconocer los entre 20 y 36 caracteres (según las interpretaciones de la caligrafía) que se repetían incansablemente en las páginas. Algunos recordaban a símbolos latinos y otros a los utilizados por los alquimistas. Para colmo, estaba lleno de ilustraciones que no aclaraban el tema del libro: había plantas –en parte desconocidas– con explicaciones al canto, que hacían pensar en un herbario, pero la sección siguiente estaba dedicada a figuras del zodíaco con mujeres desnudas sosteniendo estrellas. Otra de las secciones parecía dedicada a la anatomía y a algo que parece un sistema circulatorio y... más mujeres desnudas. Este último no es un dato trivial, ya que por su desnudez no se pudieron tomar datos sobre la moda femenina de la época en que fue escrito (los métodos de datación demuestran que la piel utilizada es de un animal medieval o algo anterior, pero no se pudieron obtener muchas más precisiones). Al final se encontró una sección a la que se llama “De las recetas” en la que hay 324 párrafos breves, cada uno con una estrella al costado.
El único dato comprensible que encontró Voynich provenía de una carta de 1665 o 1666, firmada por el rector de la Universidad de Praga, Johannes Marcus Marci, y dirigida al jesuita Athanasius Kircher de Roma, en la que le ofrecía la tarea de descifrar el libro. Allí también se mencionaba que el manuscrito había sido adquirido por el emperador Rodolfo II de Bohemia (1552-1612) por una pequeña fortuna: 600 ducados de oro. La carta también decía que el autor era nada menos que Roger Bacon (1220-1292), un franciscano que ayudó a dar los primeros pasos de la ciencia experimental. Una investigación de 1931 indicó que un estudioso de Bacon, llamado John Dee (1527-1608) visitó la corte de Rodolfo II en Praga. En su diario de 1586, el “baconólogo” decía tener en su bolsa 630 ducados, cifra apenas superior a lo que se suponía que había pagado el rey Rodolfo.
Expertos al ataque
Voynich llevó su nuevo libro a los Estados Unidos para hacerlo ver por expertos. El único dato extra –encontrado gracias a una luz especial– fue la firma ya borrada de Jacobus de Tepenecz, uno de los médicos privados de la corte de Rodolfo II, que había recibido el título de Tepenecz en 1608 y murió en 1622. Después de muchos cambios de mano el manuscrito llegó a la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale (Inglaterra), donde aún lo siguen investigando. Todo hace parecer que el libro “apareció” efectivamente en la corte de Rodolfo II. ¿Pero qué dice?
Los criptógrafos pusieron manos a la obra con la suficiencia de quienes rompieron muchos códigos similares. No fue tan fácil: no pudieron traducirlo a ningún lenguaje conocido. Otros criptógrafos llegaron a la conclusión de que se trataba de un lenguaje artificial aunque el únicoanterior conocido, la lingua ignota del siglo XII, no servía para este caso.
En uno de los congresos realizados en los ‘70 –dedicado íntegramente al manuscrito Voynich– se presentó un estudio estadístico con algunas conclusiones interesantes: al parecer, el manuscrito tenía dos lenguajes distintos –o al menos dialectos– y cada hoja tenía sólo uno de ellos. Incluso se creyó que había sido escrito por dos manos distintas o la misma en períodos separados. Estudios más recientes hechos por computadora sugieren que la variedad de palabras (la entropía) es realmente muy baja, comparable a la de los lenguajes más simples, como el polinesio. La frecuencia y el orden con que aparecen las “palabras” es, sin embargo, similar a la mayoría de los lenguajes. Desde los ‘90, como no podía ser de otra manera, un grupo de interesados analiza por Internet el manuscrito (www.voynich.net), lo que requiere un alfabeto especialmente diseñado (y consensuado). La lista de detalles encontrados es interminable, pero, desgraciadamente, ninguno de ellos parece acercarse a la respuesta de qué dice el libro.
Verás que todo es mentira
Así las cosas, lo más probable es que se trate de un fraude pensado para sacar dinero al pobre de Rodolfo II, un amante de la alquimia y el ocultismo, víctima ideal de un chanta medieval. El precio que pagó era muy superior al de cualquier libro de la época.
¿Cómo comprobarlo? Un analista de sistemas llamado Gordon Rugg propuso recientemente un sistema simple para explicar cómo fue codificado, pero aún tiene que demostrarlo: según él, el autor del cuento del tío fue un tal Edward Kelley. El especialista está seguro de que Kelley conocía un método de codificación muy común en su tiempo que consistía en llenar una grilla de símbolos extraños y luego recortar en una hoja tres casilleros en forma de escalera que dejaban ver tres caracteres de la grilla. Moviendo la hoja al azar, se podría escribir un libro entero que tuviera al mismo tiempo patrones razonables y suficiente variedad como para el engaño. Este método era conocido como “la grilla de Cardan” y se utilizaba para codificar mensajes. Además, Kelley visitó Praga en 1584 y allí se entrevistó con Rodolfo II. El desafío para Gordon es reproducir la grilla que permitió este libro, una tarea que resultará bastante engorrosa, si acaso posible, pero que puede dar una respuesta final al enigma.
Demasiado simple para ser una lengua, demasiado complejo para ser sólo un fraude, el manuscrito de Voynich promete seguir alimentando la curiosidad de sus estudiosos.