PETROLEO: LAS JOYAS DE LA ABUELA
Orden y termodinámica
› Por Esteban Magnani
A veces resulta interesante mirar al mundo desde la cerradura de una teoría; el efecto puede ser similar al que logra la iluminación para teñir toda la atmósfera de una escena. Aplicar la mirada de la termodinámica a un mercado que cree que el petróleo simplemente aumenta de precio, sometido a las leyes de de la oferta y la demanda, permite vislumbrar un mundo extraño, casi borgeano, y a la vez de gran realismo.
Desde la cerradura de la termodinámica lo único que ocurre en el Universo es una constante lucha de casi todo lo que “es” contra el caos, contra el desorden. Es que para que algo “sea”, para que se constituya en algo más que un átomo suelto, requiere que se le aplique la energía que lo mantenga organizado en algo más complejo, es decir que evite la marcha creciente de la entropía, la tendencia al desorden, de la misma manera que mantener un cuarto ordenado requiere un esfuerzo perseverante. Ese inevitable camino hacia el caos es el que enuncia la segunda ley de la termodinámica. Y también dice, para colmo, que toda utilización de energía implica que una parte se pierda en calor; inútil e irrecuperable calor. Así visto, el mundo toma un aspecto particular.
Puede darse un ejemplo para entender mejor esta perspectiva: para hacer una mesa hace falta, entre otras cosas, clavos. Para producir clavos es necesario gastar fuerza de trabajo humana, energía química, en buscar el metal que aparece en fragmentos, fundirlos, etc.. En resumen es necesario gastar energía para transformarlo en un clavo que logre mantener los pedazos de madera unidos formando la mesa que se deseaba construir.
Algo parecido ocurre con la naturaleza. En las plantas se junta lenta y trabajosamente la energía a través de la fotosíntesis. Se producen enlaces entre átomos que forman moléculas que se unen en hojas, tallos, raíces, que van a comer los animales y de los que van a extraer lo necesario para mantener su cuerpo “ordenado”, para resistir la entropía. Si no fuera porque el Sol está iluminando permanentemente nuestro planeta, todo se desgastaría, las cosas se pudrirían (hasta que ya no quedaran bacterias que pudieran hacer esa tarea) y la Tierra seguiría el mismo lento proceso de muerte térmica que el resto del Universo sin esa resistencia inútil que ofrece la vida.
Cabe aclarar que la sutil diferencia entre un helecho y una mesa es que esta última es producto de una decisión humana, mientras que la naturaleza no tiene deseos, no piensa, no es más que una palabra que inventó el ser humano para resumir una larga cantidad de variables y datos de un sistema organizado. Por supuesto, que la naturaleza sea bella e inspire placeres subjetivos resulta irrelevante para la perspectiva restrictivamente termodinámica que se eligió al comienzo de esta nota.
El fin de los tiempos
El Universo, claro, también está sometido a las leyes de la termodinámica. Alguna vez toda la materia estuvo reunida en un solo punto en el que no existían ni el espacio ni el tiempo. Vaya uno a saber por qué ese punto estalló y se lanzó generando una cantidad de energía capaz de actuar como “clavos” que unieran la materia en formas más complejas.
René Descartes creía que Dios había impreso una cantidad limitada de movimiento en el mundo que no hacía sino pasar de objeto en objeto sin aumentar ni disminuir. No estaba tan desacertado, ya que el cambio de movimiento necesita una fuerza que lo acelere, desvíe o detenga. Lo que no sabía Descartes es que, como ya se dijo, siempre que se consume energíauna parte se pierde irreparablemente en forma de calor. Alguna vez, todo será calor.
La materia que surgió de esa explosión inicial se aglutinó en estrellas que a causa de su masividad se encendieron en una suerte de hornos cósmicos donde se cocinaron los elementos más complejos (como el metal de los clavos para mesas) que requerían de esas grandes cantidades de energía para formarse. El día en que la mayor parte de esa energía inicial haya sido desperdiciada en calor, el Universo tenderá a la muerte térmica: lo más complejo se transformará en más simple, las mesas devendrán madera podrida y clavos oxidados hasta terminar de descomponerse. No habrá nada capaz de devolverles su brillo simplemente porque no quedará ninguna fuente de energía disponible a menos que de alguna forma todo vuelva a empezar, pero eso es muy difícil de saber desde la modesta escala humana.
Petroleo y después
Lo que está ocurriendo o a punto de ocurrir a la humanidad con el petróleo está íntimamente relacionado con lo que se dice más arriba. El oro negro es algo así como las joyas de la abuela, una acumulación muy eficiente (en proporción al tamaño que ocupa) de energía concentrada. Pero ese petróleo se acumuló trabajosamente durante millones de años y el hombre lo liquidó en un par de generaciones para “ordenar” a su gusto el mundo que lo rodeaba, es decir, para alimentar modos de consumo que, siendo un poco apocalípticos, es posible que no se vuelvan a repetir. El mundo actual despilfarra energía acumulada en el petróleo como quien privatiza empresas para pagar la convertibilidad: estamos en medio de una fiesta ostentosa y la mayoría ni siquiera lo sabe ni pudo obtener su porción.
Sólo una pequeña parte del excedente permitido por el petróleo ha sido utilizado inteligentemente (desde el punto de vista termodinámico, al menos) para imaginar un futuro sin petróleo y con otras formas de acumulación de energía menos concentradas, como la solar o la eólica. Es difícil pronosticar si estos recién llegados alguna vez alcanzarán a satisfacer los niveles de consumo a los que acostumbró el petróleo. Es probable que no sea posible y que haya que reducir por fuerza los volúmenes globales de energía y que esto repercuta en una todavía distribución de la riqueza aún peor, ya que difícilmente los más ricos sacrifiquen sus niveles de consumo mientras conserven el poder de hacerlo.
Así las cosas, la historia de la humanidad se puede ver como manifestación superficial y anecdótica de la segunda ley de la termodinámica, como un detalle en un devenir físico inmodificable. Y en esa microscópica anécdota, las guerras del golfo resultan manotazos de ahogado de quienes intentan acaparar un bien escaso que sólo permitirá atrasar la llegada de lo inexorable. Es posible que resulte difícil ver esto ahora en la cresta de la ola, a punto de deslizarnos detrás de ella, pero resulta probable, casi seguro, que en unas décadas más se transformará en una evidencia insoslayable.
Por supuesto esta forma de ver la historia a través de la lente de la termodinámica produce una distancia tensa, casi ridícula con la escala humana, la escala de todos los días, la que ve simplemente muertos a causa de una lucha mezquina.