LIBROS Y PUBLICACIONES
Primavera silenciosa
Rachel L. Carson
Ed. Crítica/Planeta, 255 págs.
› Por Federico Kukso
Permanencia e impacto son dos de las esquivas cualidades que hacen a un libro un clásico, etiqueta preferible al “bestsellerismo”, efímero y cortoplacista. Como pocas obras lo consiguieron, Primavera silenciosa conjugó en justas medidas ambas facetas. El libro de la bióloga norteamericana Rachel Carson no sólo tomó la cima de los rankings de venta editorial en su momento de publicación (1962) sino que disparó un movimiento heterogéneo y disperso que con el tiempo adoptó el nombre de “ecologismo moderno”.
Mezcla de reflexiones, denuncias y destapes de las turbias consecuencias en la naturaleza y en la salud humana del peligroso DDT (dicloro difenil tricloroetano) y otros productos químicos usados como pesticidas, el libro de Carson (1907-1964) causó un revuelo en la opinión pública norteamericana de la época al exponer claramente cómo estos agentes químicos supuestamente benéficos en realidad imprimían la marca de la muerte en todas aquellas personas con las que habían tenido contacto.Como todo libro ambientalista, Primavera silenciosa lleva una carga que combina cierto grito en el cielo y una cuota fuerte de advertencia sustentada en el hecho de que en algo más de cien años una especie –el hombre– adquirió el poder suficiente para alterar la naturaleza de su mundo. Pero Carson no se queda ahí: además de mostrar las heridas infligidas en la Naturaleza (con mayúscula como entidad plena), la autora recopiló en su libro informes que demostraban que este “elixir de la muerte” se acumula en los tejidos grasos y su caprichosa cualidad de ser persistente (tarda generaciones en desaparecer).
Con justa razón, no pasó mucho tiempo para que se convirtiera en una especie de Biblia de los movimientos ecologistas. Y en 1992 fue considerado uno de los libros más influyentes de los últimos cincuenta años. Al fin y al cabo, Carson y sus argumentos desembocaron en la actual prohibición casi universal de este veneno que amenazaba con silenciar –literalmente– el mundo al borrar de su superficie, de sus lagos y bosques insectos, pájaros, pequeños mamíferos y humanos, condenando así a lo vivo a saborear la tristeza de la muerte.
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