Sáb 16.06.2007
futuro

LIBROS Y PUBLICACIONES

La historia del genoma humano

› Por Federico Kukso


LA ESCALERA DE JACOB
La historia del genoma humano

Henry Gee
Paidós, 238 págs.

Comenzaba el siglo XXI y arrancaba también una nueva época de la historia de las ideas humanas con un acontecimiento disruptor que se instaló con una pasmosa inmediatez: al anuncio del desciframiento del genoma humano le bastó tan sólo unas horas para sacudir la estantería del mundo como pocos eventos lo habían conseguido hasta el momento (la llegada del ser humano a la Luna, el invento de la penicilina). Fiel a su estatus de hito, la descripción de las instrucciones genéticas para crear y mantener a un ser humano (y el patrimonio evolutivo que se remonta al amanecer de la vida hace 3800 millones de años) encontró su aceleración en la generación de promesas (el desarrollo de nuevos tratamientos contra enfermedades hereditarias) y su freno en los miedos emergentes y bien fundados (la alevosa discriminación genética, violaciones a la privacidad, la fabricación de monstruos) sin por eso prescindir de un devenir mediático que la orilló a la especulación y la distorsión.

Lejos de constituir una ruptura en la ciencia (o una revolución en términos kuhnianos), el secuenciamiento del genoma representa una continuidad en la historia de la biología que se remonta a más de dos mil años antes de que Charles Darwin estampara el punto final en El origen de las especies (1859). Así lo entiende cualquier historiador de la ciencia y así lo entiende también el biólogo evolutivo (y ex colaborador de Nature) Henry Gee, quien en La escalera de Jacob: la historia del genoma humano corre el árbol y ve el bosque que enmarca este descubrimiento. Sin dejarse cegar por la efervescencia del presente, Gee adopta en buena parte del libro una mirada historicista que le permite ir uniendo los eslabones de la gran cadena de la biología y así comprender ampliamente la razón de ser del genoma: visita las ideas embriológicas de Aristóteles, repasa la teoría del preformacionismo (la cual sostiene que el germen de cada individuo no se crea de nuevo en cada concepción sino que todos sus elementos esenciales fueron creados al comienzo de los tiempos) y ahonda bastante en los intersticios de la teoría de la evolución para dejar en claro uno de los tantos –e interesantes– enfoques que presenta sobre el código genético: el genoma como “hilo de continuidad que se remonta al comienzo y, por extensión, al futuro”; y el genoma como “el hilo común que pasa por todos los organismos que han existido en nuestro planeta”.

Así, en lugar de ver al genoma como un resultado pleno de pasividad (una foto inerte de nuestro reservorio genético), Gee se encarga de subrayar su rol plenamente activo: el de agente que crea forma de lo informe y cuyo valor radica más en su función (e interacción) que en su estructura (léase: número de genes).

Más allá del gran espacio dedicado a rastrear las raíces del presente genocéntrico en el pasado biológico, Gee sale airoso a la hora de ordenar el rompecabezas con sus lecturas tangenciales y sus reflexiones alrededor del verdadero quid de la cuestión. Esto es, la creencia de que en el genoma humano se encuentra enterrada la clave de lo que significa ser humano.

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