NOVEDADES EN CIENCIA
Newton era misógino, alquimista de puertas adentro y socialmente insoportable; Einstein, un romántico empedernido, y Kepler, ¿un asesino? A 404 años del supuesto crimen, así lo cree el escritor norteamericano Joshua Gilder, que en su reciente libro Heavenly Intrigue (Intriga celestial) se despacha contra el célebre matemático y astrónomo austríaco que vivió entre los años 1571 y 1630, y lo acusa sin piedad de haber matado en octubre de 1601 ni más ni menos que a su maestro, Tycho Brahe.
Según Gilder, el modus operandi consistió en contaminar sigilosamente la comida del matemático danés con mercurio. El móvil o excusa: la ambición de Kepler por poseer los documentos de Brahe, esenciales para sus descubrimientos posteriores. Gilder basa su hipótesis en una supuesta carta escrita por Kepler en 1605 al astrólogo inglés Christopher Heydon en la que reconoce la apropiación indebida del legado de Brahe (Kepler dice haber aprovechado el duelo y la ignorancia de los herederos de Brahe para asegurarse los papeles de su maestro). Sin embargo, la evidencia clave no es esa: la prueba más fuerte, asegura Gilder, es el análisis químico de los pelos de la barba de Brahe que indican altas concentraciones de mercurio y arsénico.
Kepler había conocido a Brahe hacía un año, en febrero de 1600, cuando fue expulsado de Graz, Austria, por la simple razón de ser protestante. La química intelectual entre ellos prendió de inmediato, y meses más tarde el matemático imperial ya tenía un fiel ayudante y discípulo, capaz de completar e interpretar los registros de datos astronómicos del científico danés.
Después de 1601, y con las anotaciones y descubrimientos de Brahe en su poder, Kepler lo sucedió como el científico (y astrólogo) principal de la corte del emperador Rodolfo II y en sus ratos libres se dedicó a esbozar sus famosas “Leyes de Kepler” (en 1609, publicadas en su obra Astronomia Nova) y su libro Harmonius Mundi (en 1619), que permitieron entre otras cosas comprender los movimientos de los planetas alrededor del Sol, sin sospechas, sin evidencias, pero con un crimen a cuestas.
Desde que Maxwell Smart, o sea, el famoso superagente 86, hiciera famoso su zapatófono (obvio predecesor del ubicuo celular), la industria del calzado no descansó ni un día para hallar el accesorio ideal, ese toque de distinción tecnológica, ese no sé qué de diferente que despegue a sus productos del siempre cambiante mundo textil. Por eso, el último invento de un grupo de investigadores australianos del National ICT (un consorcio de universidades y departamentos gubernamentales) no peca de ser altamente disparatado: se trata de un peculiar par de zapatos capaz de vibrar ante la suba o el desplome de los precios de acciones cotizadas en bolsa. “El diseño, en realidad, es sólo una excusa para mostrar a la gente que podemos transmitir información no sólo a través de computadoras y pantallas”, comentó el profesor Peter Eades.
Podrían haber utilizado calor o hacerlos aptos para producir un aroma especial, dicen, pero prefirieron adosarles vibradores en base a teléfonos celulares conectados inalámbricamente (y en directo) al Centro Australiano de Información de la Bolsa de Valores para acceder a las fluctuaciones del mercado de valores.
Cada zapato lleva en la suela cuatro pequeños vibradores que transmiten señales codificadas de caídas y subidas (lentas o rápidas) de las acciones. “Sin embargo, el campo financiero no es el único que puede gozar de estos artilugios –aclaró Eades–; también podemos hacer que den cuenta sobre el marcador de un partido de cricket o tenis.
Todo sea por estar bien informados y no quedarse afuera de los últimos acontecimientos que sacuden el mundo.
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