NOVEDADES EN CIENCIA
Perfumes eran los de antes
BBC MUNDO
Mucho antes de que los franceses
se jactaran de fabricar los mejores, muchísimo antes de que Patrick Süskind
creara un personaje que asesinaba según el rastro que ellos le dictasen,
los perfumes ya existían, tenían fragancias particulares y eran
tanto o más caros que ahora. Un equipo de arqueólogos italianos
que trabaja en unas ruinas en Chipre asegura haber descubierto los restos de
lo que habría sido una fábrica de fragancias de la Edad de Bronce,
y entre ellos barriles con perfumes de 4000 años de antigüedad,
los más añejos conservados hasta hoy.
Y todo for export. Los enormes barriles de 500 litros de aceite encontrados
hacen creer a los investigadores que el establecimiento funcionaba como proveedor
de las principales ciudades del Mediterráneo del este, y no sólo
de perfumes: al parecer, la fábrica era una más entre tantas dedicadas
a otros rubros de producción manufacturada, una especie de polo industrial
inserto en una época enteramente artesanal, más de 5500 años
antes de que la industria fuese siquiera imaginada.
Una prensa de olivos, bodegas de almacenamiento y talleres de fundición
de cobre; esencias de canela, laurel y mirto: máquinas y materias primas
necesarias para elaborar las doce esencias distintas que los científicos
pudieron reconstruir, según aromas que aún permanecían
en botellones de arcilla.
Claro que todo producto industrial necesita de un mercado: Creta, en este caso.
El perfume (hoy) chipriota era un elixir de la época, accesible sólo
para pocos, además de ser utilizado para ceremonias religiosas y fúnebres.
Quizá ni el valor arqueológico que puede tener en la actualidad
se le compare. De todos modos, la ciencia agradece, por así decirlo,
el terremoto que destruyó la fábrica y que ocultó sus restos;
los mismos investigadores opinan que, por las guerras y los cambios de posesión
que sufrió el territorio en los años sucesivos, todo hubiera sido
saqueado y luego destruido.
Maquillaje tambien era el de antes
Discover
Ahora sí que se explica
por qué la belleza de las mujeres italianas no tiene comparación.
Parece que desde el vamos, desde que la mismísima Roma fue Roma, se han
cuidado de que así sea. Lo confirma un grupo de arqueólogos de
la Universidad de Bristol, Inglaterra, tras analizar el contenido de un envase
romano encontrado en las inmediaciones de Southwark, en el sur de Londres, que
sentencia: las mujeres romanas abusaban del cuidado del cutis. Pagaban, y mucho,
por conseguir una especie de bótox antiguo, del siglo II d.C, un raro
ungüento hecho a partir de grasa animal, almidón y óxido
de estaño, que dejaba sus pieles tersas, suaves y con una sutil palidez;
al fin de cuentas, todos queremos ser siempre jóvenes.
La evidencia se escondía donde seguro nunca llegará un diseñador
de modas: un desagüe en el complejo Tabard Square. Así el olor,
profundo y repelente, similar al del huevo podrido, según
uno de los arqueólogos. Podía ser una pasta de dientes, una crema
para tapar las heridas o algo para marcar a las cabras. Pero no. Al probar una
réplica de la crema en sus cuerpos, los investigadores también
lucieron la piel delicada y polvorosa: las romanas (y por qué no, los
romanos) también estaban a la moda. Tiene este componente de óxido
de estaño, que al parecer se utilizaba para pigmentar. Es un material
inerte que cuando se frota en la piel se torna blanco, explicó
el bioquímico Richard Evershed. El almidón, por su parte, aún
ahora se utiliza en productos de cosmética.
Creo que estamos delante de un producto sofisticado, dijo Francis
Grew, curador de arqueología del Museo de Londres y coautor del artículo
que confirma el dato. El envase, dicen, estaba tapado herméticamente:
alguna belleza romana, que quería asegurarse de que las italianas fueran
siempre las más bellas y que exportó el producto a Inglaterra.
Divide y reinaras
NewScientist
Srinivasa Ramanujan fue
lo que cualquiera podría entender como un verdadero genio: infancia en
la miseria en un país en la miseria (India, principios del siglo XX),
pasatiempos un tanto excéntricos como recitar los decimales del número
pi, educación autodidacta y cuadernos atestados de números y fórmulas
que sólo él podía comprender. Así y todo, 32 años
le alcanzaron para plagar las matemáticas de enigmas. Desde la semana
pasada, queda uno menos en la cuenta: Karl Mahlburg, un joven matemático
de Wisconsin, Estados Unidos, dio un paso más en la teoría de
las particiones de los números enteros.
La afirmación de Ramanujan parecía en principio sencilla: los
números enteros pueden ser divididos en sumas más pequeñas,
llamadas particiones. El número 4, por ejemplo, puede descomponerse
en cinco: 4, 3+1, 2+2, 1+1+2 y 1+1+1+1. Lo que alteró todo lo supuesto
hasta entonces llegó al momento de describir las posibles combinaciones
de los primeros 200 números enteros: existían patrones en común
entre muchos de ellos, pero no todos. Así, desde el 4, cada cinco números
el resultado puede particionarse en múltiplos de 5. Lo mismo
ocurre con los números que pueden descomponerse en múltiplos de
7 (desde el 5 en adelante) y de 11 (desde el 6). Desde allí, el enigma:
las llamadas congruencias de Ramanujan fueron explicadas de distintos modos.
Hasta que a fines de los 90, el profesor Ken Ono, también de Madison
y un erudito de la obra de Ramanujan, volvió a la carga: algunas otras
anotaciones del indio daban a pensar que todos los números primos enteros
podían ser particionados según patrones establecidos.
He aquí el mérito de Mahlburg: hallar la forma de particionar
números enormes del modo más fácil posible. Para ello,
retomó una revisión de la teoría de Ramanujan que proponía
dividir al número en tantas partes iguales como debería ser particionado.
Y fue más allá: las partes no tenían por qué ser
iguales; bastaba con que fueran a la vez múltiplos del número
en que se particionaba. Esto es: en lugar de dividir al número 115, por
ejemplo, en cinco partes de 23 (no divisibles por 5, claro está), es
preferible pensarlo como 25+25+25+10+30.
Como no podía ser menos, a la fórmula ya se le ha encontrado provecho:
será de gran utilidad para el desarrollo de la física de partículas
y para el comercio informático, al poder encriptarse con más facilidad
los códigos de las tarjetas de crédito.
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