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Es increíble lo que un hueso sucio y corroído puede hacer. Como una enciclopedia abierta ante los ojos curiosos de un lector voraz y siempre insatisfecho, un antiquísimo pedazo de fémur cuenta a su modo la historia: es el caso del resto óseo descubierto en una cueva francesa por el antropólogo norteamericano Erik Trinkaus de la Universidad de Washington (Estados Unidos).
Mide no más de 50 cm y perteneció al esqueleto de un hombre de hace 40.700 años. Aunque no fue un hombre cualquiera: análisis de ADN revelaron que la secuencia genética del hueso contenía una combinación única no asociada a seres humanos modernos. En cambio, la firma de ADN encaja con el material genético de un Neanderthal.
Y para su sorpresa, Trinkaus y su equipo hallaron que este llamativo hueso –encontrado en uno de los niveles del complejo de cuevas llamado Les Rochers-de-Villeneuve en Vienne, Francia– tenía otras marcas encima: por ejemplo, indicios de mordiscos hechos por hienas.
Trinkaus y su grupo, sin embargo, no detuvieron su investigación en el huesito. Siguieron excavando y se toparon allí mismo con más evidencia que va despejando la curiosa historia del camino evolutivo humano. Así concluyeron que esa especie de condominio de cuevas había sido hogar –con espacios de tiempo no muy distantes– de Neanderthales, seres humanos modernos y hasta de hienas.
“La nueva información es impactante y se suma a una corriente de hipótesis que asegura que, cuando los humanos modernos se desparramaron a lo largo de Europa, además de entremezclarse con ellos, irremediablemente absorbieron en sus poblaciones a hombres de Neanderthal”, explicó Trinkaus.
Los primeros hallazgos de estos primos lejanos se produjeron en Engis, Bélgica, en 1830 y en la cantera de Forbes de Gibraltar en 1848; sin embargo, su verdadera importancia no fue reconocida hasta 1856, cuando se descubrieron nuevos huesos cerca de Düsseldorf (Alemania) en la cueva Feldhofer. Habitantes de Europa entre hace 127.000 y 40.000 años, los Neanderthales construyeron tumbas, conocían el fuego, se supone que algunos de ellos incurrieron en prácticas caníbales y todos ellos contaban con una complexión fuerte y baja que ayudaba a conservar el calor corporal en un clima frío propio de una glaciación y la tristeza de una época que de un momento a otro los vio desaparecer.
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