Sáb 22.02.2003
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El pez que cruzo medio mundo
Hace dos años, y frente a la costa occidental de Groenlandia, un veterano pescador de las Islas Faroe atrapó un pez que jamás había visto en sus redes. Olaf Sólsker había capturado un hermoso bacalao patagónico (Dissotichus eleginoides) de 1,8 metro de largo y 70 kilos de peso. Lo insólito del caso es que estos peces no viven en esas aguas nórdicas, sino tal como su nombre lo indica en el otro extremo del planeta. ¿Cómo había llegado el pez hasta allí? Había algo realmente extraño, porque estos animales no toleran aguas con temperaturas mayores a los 11ºC, por lo tanto, habría muerto al cruzar las cálidas aguas ecuatoriales. Hasta ahora, Uruguay parecía marcar el límite norte para la presencia del bacalao patagónico, mundialmente apreciado por su sabrosa y firme carne blanca.
Y bien, un equipo de biólogos de la Universidad de Copenhague acaba de publicar una posible explicación en la prestigiosa revista Nature. Según el doctor Peter Miller y sus colegas, este bacalao patagónico habría viajado desde su hogar, cercano a la Antártida, aprovechando las profundas corrientes de aguas frías que fluyen a través del Océano Atlántico en dirección Norte-Sur. Los sorprendentes 10 mil kilómetros de viaje recorridos por este pez son, sin duda, una marca notable. Pero vale la pena recordar que otros predadores de los mares, como el atún, suelen nadar hasta el doble de esa distancia.

El asteroide interior
Los astrónomos acaban de tropezar con el primer asteroide “interior” del Sistema Solar: la enorme roca espacial tiene una órbita bastante ovalada, pero que encaja completamente adentro de la terrestre. Tal como cuenta la revista especializada Sky & Telescope, el asteroide, bautizado 2003 CP20, fue descubierto recientemente por el telescopio robot del proyecto Linear (Lincoln Near Earth Asteroid Research, ubicado en Nuevo México, Estados Unidos). Y según el equipo de astrónomos que trabaja con este instrumento, se trata de un objeto de 2 kilómetros de diámetro que tarda 235 días en dar una vuelta alrededor del Sol.
En el punto más lejano de su excéntrica y muy inclinada órbita, 2003 CP20 se ubica a 0,98 unidad astronómica del Sol (1 “unidad astronómica” es la distancia media entre la Tierra y el Sol, y equivale a unos 150 millones de kilómetros). Y al parecer, en ningún caso llegaría a estar a menos de 28 millones de kilómetros de nuestro planeta, por lo que los expertos descartan, en principio, todo riesgo de colisión. Sin embargo, los científicos de Linear dicen que, cada tanto, este asteroide tendría encuentros muy cercanos (a apenas 7,5 millones de kilómetros) con nuestro vecino planeta Venus.

Las mil y una caras de un robot
Se llama K-bot y no es un robot cualquiera. A diferencia de otras máquinas automatizadas (como por ejemplo, los utilizados en la industria automotriz o los robots “desarmadores” de bombas), esta perla tecnológica presenta un aspecto más amigable: tiene una cabeza con piel artificial hecha en base de un polímero casi tan elástico como la piel humana. En realidad, el androide (fabricado por David Hanson de la Universidad de Texas, Estados Unidos) es sólo eso: pura cabeza. Pero una cabeza muy particular pues –con sus 24 músculos mecánicos– puede imitar en un segundo cualquier tipo de expresión facial que se le ponga en frente (más bien, en frente de las cámaras que tiene detrás de sus ojos).
El invento, presentado con bombos y platillos el domingo pasado en la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, en sus siglas en inglés), realizada en Denver, tiene en su repertorio unas 28 expresiones faciales (con las que es capaz de imitar casi todas las emociones humanas). Además, el peso de este robot (palabra, por cierto, que en checo significa esclavo) es mínimo: dos kilogramos.
El proceso de “copiado” se inicia cuando las cámaras situadas detrás de sus ojos analizan y siguen todos los movimientos de la cara de la persona que se le pone delante. Luego, un sofisticado programa (software) determina la posición en la que deben acomodarse unos pequeños motores que se encuentran bajo la piel de un polímero (llamado electroactivo) para, así, “leer” las emociones e imitar la expresión facial. En sí, K-bot puede sonreír, mirar con desprecio, hacer muecas, fruncir el ceño e incluso lanzar una mirada escudriñadora a su alrededor, entre otros tantos movimientos facialevs.
Entre las futuras aplicaciones de esta cara robótica (que cuesta 400 dólares y se la considera el androide más sofisticado diseñado hasta el momento) se encuentran, por ejemplo, las terapias médicas para personas con autismo o algún desorden que afecte las habilidades comunicativas. K-bot podría servir para incitar las capacidades para interpretar y responder a diversas expresiones faciales.

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