NOVEDADES EN CIENCIA
La vida a 121°c
Science
La capacidad de adaptación de la vida a los ambientes más extremos
es verdaderamente asombrosa. Y eso incluye temperaturas que asustan de sólo
imaginarlas. Hasta ahora, el record en este rubro lo tenía una clase
de microorganismos conocidos como Pyrolobus fumarii, capaces de soportar hasta
113º C. Pero ahora, dos microbiólogos estadounidenses dicen que
han encontrado algo que superaría cómodamente aquella marca.
Derek Lovley y Kazem Kashefi, de la Universidad de Massachusetts, pusieron a
prueba a unas bacterias descubiertas en el noreste del Océano Pacífico,
más precisamente, en torno a unas tórridas chimeneas hidrotermales
del piso oceánico. Y para eso, recrearon en su laboratorio las durísimas
condiciones ambientales en las que viven estos diminutos seres. Al principio,
elevaron la temperatura del agua a 100º C, pero al rato notaron que las
bacterias ni se mosqueaban. Luego, calentaron el agua un poco más, y
otro poco, hasta llegar a 121º C. Y allí las dejaron, para ver que
pasaba. Después de diez horas, aún estaban vivas, y seguían
creciendo, cuenta Lovley. Y agrega que al llegar a 130º C, todavía
resistían, pero ya no podían replicarse.
Provisoriamente, estas bacterias, dignas del Libro Guinnes, han sido bautizadas
Strain 121 (en obvia alusión a la temperatura que toleran). Pero no está
del todo claro cómo se las arreglan para vivir en esas condiciones, y
por qué sus proteínas soportan esa temperatura, mientras que las
proteínas de otros organismos no. El dúo de científicos
intentará resolver el enigma de las Strain 121, y a la vez, dice que
este tipo de hallazgos puede dar pistas sobre temas tan interesantes como los
comienzos de la vida en la Tierra.
Ozono: una pequeña buena noticia
nature Otra
vuelta de rosca para el tema del ozono. Pero esta vez, la noticia es relativamente
buena: al parecer, hay evidencias que indicarían una notable disminución
en el ritmo de deterioro de la famosa capa atmosférica (que nos protege
de la radiación solar ultravioleta). A esa conclusión llegaron
Michael Newchurch y sus colegas de la Universidad de Alabama al finalizar una
meticulosa investigación. El trabajo, publicado en Nature, se basó
en el análisis de las imágenes y mediciones aportadas durante
los últimos veinte años por los añejos SAGE I, SAGE II
y HALOE, tres satélites que vienen midiendo las cantidades de ozono presentes
en la estratosfera superior ubicada entre los 35 y 45 kilómetros
de altura tomando como referencia la cantidad de luz ultravioleta allí
absorbida.
Según el estudio de Newchurch y su equipo, la tasa de destrucción
de la capa de ozono se ha reducido a la mitad desde principios de la década
del 80. Y actualmente se ubicaría entre 3 y 5% por década.
Es la primera señal clara de que aquello por lo que tanto hemos
luchado está comenzando a dar sus frutos, dice, por su parte, Lon
Hood, un experto en temas ambientales de la Universidad de Arizona. La alentadora
tendencia sería la consecuencia directa de la prohibición mundial
a partir del Protocolo de Montreal, de 1987 del uso de los tristemente
famosos clorofluorcarbonos (CFCs), verdaderos destructores del ozono que se
utilizaban en aerosoles y equipos de refrigeración. De todos modos, sólo
se trata de un signo alentador, y estos especialistas dicen que hace falta al
menos otra década para que los niveles de ozono dejen de bajar, y realmente
comiencen arecuperarse. Tenemos que mantener las restricciones (a los
CFCs) por el resto de nuestras vidas, concluye Newchurch.
Para verte mejor
Discover
Cuando en 1895 el físico Wilhelm Röntgen obtuvo por azar las primeras
imágenes de rayos X (por las que en 1901 ganó el recién
inaugurado premio Nobel), no debió haberse imaginado la cantidad de aplicaciones
que su técnica tendría con los años: en astronomía,
arte (para la detección de falsificaciones) y, por supuesto, en medicina.
Desde entonces, los métodos de rayos X se desarrollaron enormemente y
hoy las radiografías son cosa de todos los días. Sin embargo,
hay varias partes del cuerpo (tejidos blandos y ciertos vasos sanguíneos,
por ejemplo) que escapan al alcance de las radiografías comunes y corrientes
que sólo muestran huesos en distintas variaciones de grises de acuerdo
a cómo cada tejido absorbe cantidades particulares de energía
de rayos X.
Una nueva técnica promete poner fin a esas omisiones: se la conoce como
imagen de difracción ampliada (DEI, en sus siglas en inglés)
y permite obtener radiografías bastante nítidas de tejidos no
calcificados: músculos, tendones, ligamentos, vasos sanguíneos,
cartílagos y adiposidades, hasta ahora sólo visibles a través
de ultrasonidos, tomografías computadas y resonancias magnéticas.
Desarrollada por los médicos Carol Muehleman del Rush Medical College
(Chicago, Estados Unidos) y Zhong Zhong del Brookhaven National Laboratory,
la técnica aprovecha los intensos rayos X generados en el National Synchrotron
Light Source, un acelerador de partículas.
El método consiste en que los rayos X atraviesen los tejidos y se doblen
en pequeñísimas cantidades según la composición
y estructura microscópica de cada tejido, para luego toparse con un cristal
de silicio perfecto que amplifica las distorsiones y hace que puedan ser fácilmente
leídas por un detector común y corriente de rayos X. Gracias a
este método, ya se detectaron varios casos de cáncer de mama y
de osteoartritis, mejorando ampliamente los diagnósticos.
Ahora, los científicos tienen un nuevo problema a resolver: cómo
reducir tremendo aparato (que necesita un monumental sincrotón como fuente
de energía) para que pueda ser utilizado en hospitales y asegurar que
la radiación no dañe a los pacientes.
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