NOVEDADES EN CIENCIA
NewScientist
Ping-pong para las avalanchas
La experimentación está en la base de la ciencia. Y si en el ínterin
se logra dar con la forma de prever lo impredecible, mejor. Las diversas manifestaciones
de la naturaleza entran de lleno en esta categoría y lo demuestran a
su antojo de vez en cuando. Así ocurre con las temibles avalanchas de
nieve que cada año matan a miles de escaladores –en zonas como
los Andes, el Himalaya, Alaska y los Alpes–, sepultando todo lo que encuentran
en su camino.
Los científicos han probado con casi todo para entender el cuándo,
cómo y porqué de estos helados aludes. El problema, básicamente,
gira alrededor de ver cómo millones de inestables partículas reaccionan
al unísono empujadas en una reacción en cadena iniciada por movimientos
sísmicos o por fenómenos producidos por el ser humano. Así,
la cosa consiste en encontrar un elemento que sea liviano como un copo de nieve,
que actúe como tal y que, a la vez, pueda ser controlado en un laboratorio
(mejor dicho, que en el medio no mate a nadie). El inglés Jim McElwaine
(Universidad de Cambridge) y el japonés Kouichi Nishimura (Universidad
de Hokkaido) aseguran haberlo encontrado: pelotitas de ping-pong.
Las simulaciones son magnánimas: los científicos dejaron caer
algo más de 550 mil de estas pequeñas esferas en una rampa de
ski japonesa y con la información (velocidad, dirección) recogida
por cámaras y sensores de presión de aire conectados a potentes
computadoras, armaron un modelo matemático –aún bajo estudio–
con el que presumen van a poder predecir -anhelo de todo científico–
la naturaleza.
“Nos sorprendió que un fenómeno tan complejo pudiera ser
explicado con una teoría relativamente simple”, afirmó McElwaine,
que ahora dirige una serie de nuevos experimentos –pero esta vez con nieve
real– en el Instituto Suizo de Investigación de Avalanchas. Puede
que le tome varios años perfeccionar los modelos matemáticos y
llevarlos a la práctica -construcción de defensas adecuadas, implementación
de programas de evacuación–, pero, como la naturaleza, McElwaine
se está convirtiendo en maestro en cultivar un admirable don: paciencia.
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