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El amor tiene cara de vasija
Corría el año 44 a.C., el mundo era Roma y Roma, un mundo; Julio
César acababa de ser asesinado por el nada bruto Brutus y la anarquía
no tardó en llegar. Los posibles herederos, Octavio (hijo adoptivo de
César) y Marco Antonio, pactaron de inmediato y, triunvirato de por medio,
trozaron el vasto imperio: el primero se quedó con el flanco occidental
y el segundo, con un nada despreciable resto que englobaba, entre otras colonias,
al milenario (y riquísimo) Egipto. Lo único que no sabía
el ambicioso Marco Antonio era que en la tierra de las pirámides y los
faraones, tierra de intrigas y maldiciones, caería presa del hechizo
del amor y de conquistador pasaría a conquistado. Culpable: la exuberante
Cleopatra, la faraonesa de 28 años que se había apoderado del
reino luego de envenenar a su propio hermano, Ptolomeo XIII. De tantos festines,
días de exceso y la lujuria nacieron –sin que lo supiera Octavia,
hermana de Octavio y esposa de Marco Antonio– los mellizos Alejandro Helios
y Cleopatra Celene. Marco Antonio, embobado, no vio venir los ejércitos
de Octavio y el colapso de “la historia de amor más trágica
de la historia antigua”, con su consecuente ola de rumores, suicidios
(Cleopatra se quitó la vida, mordedura de una serpiente mediante), litros
de veneno y un tendal de muertos.
Así al menos cuentan el asunto los libros de historia, la obra de Shakespeare
y, más modestamente, la película Cleopatra (1963) con la deslumbrante
Elizabeth Taylor y el siempre serio Richard Burton como la pareja protagónica.
Pero, salvo siete estatuas de piedra identificadas casi no quedaron rastros
(icónicos) de ese romance épico que hizo temblar y desesperar
ejércitos. Lo sorprendente es que ahora una experta en arte clásico
del British Museum asegura hasta por los codos tener en su poder (mejor dicho,
en las bóvedas del museo) una antiquísima vasija romana (ver foto)
en la que se inmortalizó el idilio. Susan Walker (la experta) tiene la
teoría que la “Portland Vase” (tal es el nombre de la pieza)
muestra a Cleopatra seduciendo a Antonio, mientras Anton (hijo del mitológico
Hércules) y Cupido los observan.
Sin embargo, no todos tienen la seguridad de Walker. Los estudios radiológicos
efectuados sobre la vasija para datar su antigüedad no arrojaron datos
muy concluyentes (debido a que el carbono 14 no actúa muy bien sobre
vidrio), los críticos se arrojaron como lobos y algunos llegaron a señalar
que el estilo sería más renacentista que romano y que la vasija
dataría del siglo XVI. Lo único más o menos seguro es la
fecha en que se registró la pieza por primera vez: 1601, luego de que
la comprase un cardenal italiano por “amor al arte”. Seguramente
después de verla por primera vez, el purpurado quedó bastante
satisfecho y se puso a rezar.
SCIENTIFIC AMERICAN
Un mundo sin taxistas
En la ciudad de Cardiff, Inglaterra, seguro que los taxistas no están
muy contentos. Es que, literalmente, los borraron de un plumazo del mapa urbano:
las autoridades locales ya dieron el OK para que el año que viene empiece
a andar el primer taxi automático sin conductor. Se trata de un nuevo
sistema de transporte de personas ultra rápido conformado por cabinas
electrónicas que se desplazan sobre neumáticos y recorren a una
velocidad media de 40 kilómetros por hora las estaciones de un trayecto
elevado sobre la superficie. No por nada el invento, publicitado como “revolucionario”,
se llama “Ultra” y puede llevar hasta cuatro personas de un lado
a otro de la ciudad sin que medien conversaciones forzadas yentredichos nada
amistosos. Es más: sus creadores aducen que el auto taxi triplica el
ahorro de energía por pasajero, no contamina, agiliza el tránsito
y reduce las probabilidades de choques.
Pero los ingleses no son los únicos que se están ganando de a
poco el odio de los taxistas: en Dinamarca ya está en etapa experimental
el sistema RUF (Rápido, Urbano, Flexible), constituido por vehículos
eléctricos que pueden andar por las vías urbanas ordinarias, y
por rieles elevados sobre la geografía urbana que permiten un servicio
“de puerta a puerta”. Se ve a la legua que ni ingleses ni daneses
quieren oír hablar para nada de Alberto Migré y, menos que menos,
de un tal Rolando Rivas.
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