Sáb 14.02.2004
futuro

FINAL DE JUEGO

Donde se habla de la policía salteña, ávida lectora de las obras kantianas, y se propone un enigma con dados y naktas

Por L. M.

–Frauenburg, Minas Tirit, Salta y Königsberg –dijo Kuhn–. No está nada mal –estaba un poco molesto, envidioso, quizás–. Y mientras tanto, yo sin moverme de esta columna.
El Comisario Inspector no le hizo caso.
–Estoy encantado con la policía de Königsberg –dijo– que une a la prolijidad alemana el carácter expansivo del alma rusa. Tiene una base de moral kantiana, y un sentimiento de lo trágico que hace pensar en Dostoievsky. Se comete un crimen, y ¿qué hace la policía? O bien se ponen a recitar la Crítica de la Razón Práctica y se embarcan en interminables discusiones, en las que participan los deudos de la víctima y hasta los mirones, o bien se ponen a decir “Raskólnikov no lo hubiera hecho mejor”, o comparan a Aliosha Karamázov con Dmitri e Iván, y se internan en larguísimas consideraciones literarias; deliciosas, además.
–¿Y el cadáver? –preguntó Kuhn.
–Tirado en el piso –dijo el Comisario Inspector.
–¿Pero resuelven el asesinato? ¿Encuentran al culpable?
–Jamás –dijo el Comisario Inspector–, ¿a quién le interesa la solución de un asesinato?
–A los lectores de Agatha Christie –dijo Kuhn–. Por poner un ejemplo.
–Tal vez –dijo el Comisario Inspector–, pero a quien seguro no le interesa es a la policía.
–En especial porque suele estar complicada –dijo Kuhn, molesto–. Ultimamente la policía está complicada en cuanto crimen se comete. ¿Y la policía de Salta?
–Bueno –dijo el Comisario Inspector– así como la de Königsberg se inspira en Kant, Salta está bajo la hegemonía de su gobernador Juan Carlos Romero. Y la policía adoptó algunas costumbres de los indios Quilmes, como despellejar a los sospechosos. Es una costumbre que será telúrica, pero ensucia todo el piso.
–Ya veo –dijo Kuhn–. También está esa tradición de clavar los cráneos en una estaca.
–Muy trabajosa –dijo el Comisario Inspector–. Requiere de una infraestructura ajena a la filosofía. La verdad es que no entiendo bien cómo lo hacían en una época en que no existía la heladera. Me imagino los olores que habrán tenido que soportar.
–Ya que hablamos de costumbres, ¿vamos a volver a nuestra vieja costumbre de los enigmas? –preguntó Kuhn.
–No lo sé –dijo el Comisario Inspector–. Mientras estaba en Tafí del Valle, escuché a un cabo hacerle la siguiente propuesta a un sargento: “Usted, mi sargento, tira dos dados. Después, agarra uno que no haya dado 6, y tira nuevamente ése”.
–¿Y de ái? –preguntó el sargento–. No me embrueme usté, cabo, que le viá dar un arresto que se le van a pasar las ganas de andar tirando dados en vez de estudiar la filosofía.
–Si después de la primera o la segunda tirada, los dos dados dan 6, le doy 10 naktas, mi sargento. Pero si alguno de los dos dados no tiene 6, usted me dará un nakta a mí.
–¿Qué significa nakta? –preguntó Kuhn–. Es la moneda que usaban los indios Quilmes –dijo el Comisario Inspector–. Es cacán, el idioma que se hablaba en los valles calchaquíes. Bien. ¿Debe aceptar la apuesta el sargento?

¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Tiene que aceptar la apuesta? ¿Y qué piensan de la vuelta a los enigmas?

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