FINAL DE JUEGO
Donde Kuhn entra en contacto con la población de las cuevas
› Por Leonardo Moledo
Dieron las doce en un campanario lejano. Kuhn, que estaba impresionado por las revelaciones del químico, tanteó su salida hacia la entrada de la cueva, para encontrarse con un panorama desolador. Arriba, una Luna llenísima iluminaba espantosamente el inmenso basural. Y aquí en la Tierra, en esa misma Tierra que Eratóstenes midió por primera vez en Alejandría, que Tolomeo situó en el centro del universo, y que Copérnico, con la audacia gloriosa y juvenil de un bárbaro echó a rodar por el espacio, hileras de cuevas repugnantes, asquerosas, rodeadas de insectos y mosquitos anófeles, cubiertas de cucarachas y víboras repelentes; una sinfonía trash de agujeros cavados en la inmundicia. Una campana volvió a sonar a lo lejos, y como si el sonido los convocara, desde las profundidades asomaron rostros desfigurados, como áspides, topos o siniestros animales, y empezaron a arrastrarse; salieron, deshilachados, discapacitados, físicos, biólogos, geólogos y hasta arquitectos, vestidos con restos de andrajos sucios y otros en carne viva. Reptaban entre las latas en desuso, entre las botellas descartadas, entre los desechos del mundo universitario. Se aproximaban unos a otros, se juntaban en un grupo lamentable que trataba de acaparar un rayo de Luna, como en la antiquísima Milagro en Milán. Se abrazaban, ateridos, aunque no hacía frío. Se refrescaban, aunque no hacía calor. Se protegían, aunque no había viento. Algunos de ellos, con franjas en los harapos (eran, como se supo después, la policía de la zona de las cuevas), los apuraban con palos, los juntaban frente a la luz lunar, y los instaban a entonar himnos de alabanza al decano. Todos cantaban, con voz llorosa, una elegía en latín, comparando al decano con el Sol que asoma, y pidiendo su perdón.
Kuhn no podía creer lo que ocurría ante sus ojos; eso no encajaba en ningún paradigma.
–Así son las cosas –dijo el químico ermitaño, que encorvado, se había puesto en pie–. Este lugar, que el decano llama “Villa Mediocre”, es el ámbito de la desgracia y todas las noches, los condenados de la tierra, como diría Franz Fanon, que la habitamos, tenemos que cantar las glorias del decano. El las graba y luego las hace escuchar en el Consejo Directivo de la Facultad.
Kuhn empezó a retroceder. –Desde que empezaron estas muertes misteriosas –dijo el químico– todo se volvió peor.
–Voy a hablar con el decano –dijo Kuhn–. Me parece que esto no puede ser.
–Es –dijo el químico–. Claro que es –mientras tanto, los desterrados se arrastraban a los pies de Kuhn–. Es muy difícil hablar con el decano, pero inténtelo. Proponga su enigma de hoy y háblele el sábado que viene sin falta.
–¡Háblele! –repitió el coro de mediocres– ¡Ruéguele que nos saque de este leprosario, adonde nos condenó cuando decidió que éramos mediocres!
–Un enigma difícil –dijo Kuhn, que no perdía las ínfulas–. Ahora, conmigo, las cosas se pusieron peliagudas; no como antes, porque yo soy el más inteligente, el más agudo. Y esta vez, será más difícil que cualquiera que haya propuesto hasta ahora. Un enigma que ninguno de mis soberbios lectores podrá resolver. ¿Con qué letra termina la palabra “mediocre”? ¿Y cuántas sílabas tiene?
En una de las ventanas, mirando fijamente el basural, con una sonrisa de superioridad en los labios, y un poco de dulce de leche en el cuidado bigote, se recortaba la figura flaca, alta y lejana del decano.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Por qué el decano obliga a los desterrados a cantarle himnos de alabanza? ¿Y qué tipo de muertes se producen en la facultad? ¿Logrará Kuhn hablar con el decano? ¿Y nadie se acuerda del Comisario?
Correo de lectores
¿Esta bien el Sr. Kuhn?
Para mi la solución es: si el tigre se aproxima a una cueva donde están Kuhn y el ermitaño, pero decide entrar en LA otra... entonces hay solo DOS cuevas. O es exageradamente sencillo el enigma... o es tan difícil que no lo puedo entender... o realmente el Sr. Kuhn está mal porque no tiene a su acompañante terapéutico (el Comisario), si es así hagan algo por él.
Félix Aguirre
La cueva y el cigarrillo
Lo que más me sorprende del relato es que el ermitaño haya encendido el cigarrillo “raspándolo contra las paredes de la caverna”. ¿Es posible que lo haya raspado con tanta velocidad como para encenderlo? ¿Cómo es que no se rompió el cigarrillo ante tanta violencia?
Claudio H. Sánchez