LOS ERRORES DE “SCIENCE”
› Por Federico Kukso
A ningún medio de comunicación le gusta retractarse. Es una manera subrepticia de pedir perdón ante sus lectores sin que medien en la disculpa las palabras “lo sentimos”. La revista Science, pese a sus exitosos 125 años de continua publicación y su trayectoria casi virgen de bluffs o metidas de pata groseras, en más de una ocasión no tuvo otra alternativa que admitir errores, fraudes, equívocos evidentes para una comunidad mundial de especialistas en los más diversos temas de la ciencia que esperan religiosamente cada viernes un nuevo número.
Obviamente estos episodios brillan por su ausencia en el raid de celebraciones que desde las páginas de la revista pretenden mostrar un camino intachable de difusión científica. Uno de los más recientes se remonta a 2002, cuando un grupo de científicos de la Universidad Johns Hopkins envió un paper en el que afirmaba que el éxtasis era capaz de provocar un severo daño neuronal en primates. Por supuesto todas las asociaciones médicas –como el Instituto Nacional sobre Drogas de Abuso de ese país, que financió el estudio– aplaudieron tal afirmación (obviamente por su plausible transpolación a seres humanos), aunque no sabían que muy en el fondo este grupito de científicos los estaban embaucando. Raudamente, las críticas comenzaron a amainar, hasta que sostener esos resultados se hizo insoportable: a un año de la publicación del trabajo, el 12 de septiembre de 2003, Science publicó una retractación en la que advertía que en el trabajo del doctor George Ricaurte –autor del paper– se había incurrido en inaceptables errores: primero en vez de administrarles a los monos éxtasis (MDMA) les dieron speed (metanfetamina) (“La etiqueta de los frascos estaba equivocada y nosotros creíamos que estábamos utilizando MDMA en lugar de metanfetamina”, se excusaron) y, además, y como si eso fuera poco, la droga fue administrada por vía subcutánea y no por vía oral (como una pastilla); en fin, desprolijidades que hicieron que cualquier intento de homologar la situación de esos monos con humanos fuera descabellada.
Science –que edificó un culto a la autoridad– se sintió herida. A fin de cuentas, el fiasco manchaba lo más importante que una publicación puede tener: la confianza del público (otra falsificación de datos fue la perpetrada por el físico Jan Hendrick Schon). En este caso, claro, no es un público cualquiera, pues Science más que nada es una revista hecha por y para científicos. Del “incidente Ricaurte” salieron mal parados los especialistas que participaron en el sistema de evaluación por pares, que analizaron el paper, ya que mostraron que este sistema, considerado hiperobjetivo, puede fallar, sobre todo cuando el impacto mediático resultante es hipotéticamente mayor que el rigor científico de los enunciados.
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