Sáb 09.02.2002
futuro

DILEMAS

¿Es tan grave que se pierda un idioma?

Por Leonardo Moledo

Vamos a ver: ¿por qué es tan grave que se pierda un idioma? Al fin y al cabo, todos los idiomas que hablamos y que presuntamente queremos conservar existen porque idiomas anteriores se perdieron o evolucionaron hacia ellos. Defender el español en la Argentina frente al inglés, por ejemplo, implica desconocer las lenguas de origen –italiano, árabe, idisch– de la corriente inmigratoria, por no hablar de las lenguas que hablaban los indígenas prolijamente exterminados para gloria y construcción de la Patria. Es interesante, porque la postura conservacionista, tanto en el caso de los idiomas como de las culturas, encierra una contradicción que está muy lejos de ser trivial. En principio, despierta toda la simpatía posible –incluso la de quien esto escribe– y es afín a la visión del mundo progresista, ya que aquellos idiomas que se extinguen o son avasallados por otro suelen pertenecer a culturas arrasadas por los poderes imperiales, y justamente, la pérdida o desplazamiento de un idioma suele ser el signo de ese avasallamiento. Defenderlas significa estar de parte de los débiles y los oprimidos; no es poca cosa, por cierto.
Pero a la vez tiene un aspecto netamente conservador que coincide, a veces, con las posiciones que sustenta al respecto la derecha más reaccionaria y retrógrada (pureza de raza, cultura e idioma, regreso al pasado idílico, etc.). Por ejemplo: ¿qué pasa con la sustitución del latín por las lenguas vernáculas en los oficios religiosos? ¿Es una pérdida lingüística a lamentar o es un avance a celebrar? La lucha por la vigencia de lenguas nacionales (sean idiomas ampliamente hablados como el catalán o el vasco, o el guaraní o no tan extensos como el wichi) tiene, por un lado, un costado de autoafirmación, pero también puede encerrar a ciertas comunidades en paredes lingüísticas, afirmando la vigencia y la necesidad de una lingua franca, como el inglés.
Por otro lado, la existencia de una lingua franca fue el sueño de muchos iluministas, y construcciones fallidas como el esperanto respondían a un ideal de comunicación y confraternización universal. ¿Qué tiene de malo que el inglés se convierta –como lo está haciendo– en lingua franca? Naturalmente, sus connotaciones, en especial las imposiciones asociadas en lo económico o en lo político; pero estas connotaciones no son esenciales al fenómeno, aunque, reconozcámoslo, nunca en la historia, ya sea con el inglés, ya sea con el latín, ya sea con el árabe, faltaron factores de fuerza.
En realidad, el dilema de las culturas o de los idiomas minoritarios es lo que su mismo enunciado proclama: un dilema, y un dilema que no aparenta tener una solución sencilla y general ni permite posiciones de principio. Tal vez sea uno de esos problemas que no admiten la subsunción en un principio o una ley general y sólo permita la casuística; más allá del fastidio de soportar que una lengua impuesta se imponga a la lengua impuesta que uno habla. O que se use el término “angloamericano”, aceptando la apropiación indebida, prepotente y sin ningún derecho, que los americanos del norte hicieron del gentilicio de todo un continente.

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