Lo brusco y lo decadente
Todo el mundo sabe que en algún momento el resfrío va a arreciar, la mucosidad irá en aumento, y, como zombies, todo lo que le preocupará a uno será dar con un pañuelo (de tela o de papel, pañuelo al fin). Los más previsores se hacen dar inyecciones a tiempo, salen abrigados hasta la frente y se cuidan de dar la mejilla para saludar a uno de los millones de débiles que cayeron derrotados frente a ese eterno y recurrente mal, que aunque no se lo vea, siempre está.
Se sabe que, casi mecánicamente, con la llegada del frío esa despreciable dupla –la gripe y el resfrío común– está a la vuelta de la esquina (si bien se los confunde, resfrío y gripe no son lo mismo: el primero es una afección localizada que consta de congestión nasal, molestia al tragar y estornudos, mientras que la segunda se caracteriza por fiebre mayor a 38, dolor muscular, articular y de cabeza). Obviamente, no son nada placenteras: interrumpen toda actividad –física e intelectual–, aíslan y, lo peor de todo, vuelven al más herculiano de los fortachones un debilucho que suda con sólo ir de la cama al living. Toser, estornudar o sonarse la nariz se vuelven movimientos de una itinerante sinfonía corporal que uno implora que llegue a su fin.
Aparentemente simples, estas infecciones respiratorias causan pérdidas de ni más ni menos que 15 millones de dólares al año en Estados Unidos, en el sentido de días no laborables (en la Argentina en 2002 se reportaron más de 807 mil casos). A comienzos de los sesenta se descubrieron que más de 200 tipos de virus causaban el resfrío común. Pero en verdad, la culpa no la tiene el frío por sí mismo sino que se debe a los bruscos cambios de temperatura y a la tendencia a permanecer en ambientes muy cerrados, lo que dispara hasta el techo las probabilidades de agarrarse uno de estos patógenos. Ahí, el virus ingresa al sistema respiratorio a través del aire o por contacto directo, y en un lapso de uno a tres días –período de incubación de la enfermedad– uno ya puede contagiar a otra persona. Las primeras reacciones provienen de la primera línea de defensa del organismo, el sistema nervioso colinérgico que reacciona liberando mayor secreción de un fluido acuoso a través de las membranas de la mucosa (nariz, saliva y ojos); aunque no lo parezca, el cuerpo está en medio de una acalorada batalla. Luego la secreción mucosa se torna cada vez más espesa. Y al cabo de siete días, lo que parecía un mal interminable, el peor de los dramas individuales (que aunque claramente no lo sea, así lo parece) se diluye... hasta el próximo cambio brusco de clima.
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