Asrin Masifi estaba a punto de casarse con un hombre “impuro”, es decir, alguien a quien ella misma había elegido para pasar su vida. Lo había comunicado a su familia sin mayores sobresaltos, y había llegado a demostrar a la comunidad kurda la importancia de abandonar los fundamentalismos llevando a su programa televisivo “Mosaik” a su padre, un kurdo “moderno y tolerante”, como prueba de que la convivencia entre Occidente y religión árabe era posible. En enero, luego de que una kurda fuera asesinada por su padre con un tiro en la nuca ante su madre y sus hermanas por pretenderse independiente, Asrin recorrió Escandinavia denunciando los crímenes cometidos en nombre de Alá. Pero hace un mes y medio, Asrin apareció ahorcada. La policía sueca dudó desde el primer momento que esa joven kurda se hubiera suicidado sin más. Tenía 21 años, un programa de televisión más o menos conocido (que, además de conducir, dirigía), estudios a medio cursar en la Escuela Superior de Ingeniería y un novio con el que estaba a punto de casarse. Poco indicaba que estuviera deprimida, según sus amigos. Pero los funerales pasaron sin más explicaciones, y el dolor expresado con gran elocuencia por su padre parecían disipar cualquier duda sobre un nuevo crimen por honor, esos que Suecia aprendió que los hombres de la comunidad kurda cometen contra las mujeres de la misma etnia que pretenden decidir sus propias vidas. La investigación, sin embargo, necesitó apenas mes y medio desde la muerte de Asrin para descubrir que fue no se había tratado de un suicidio sino de un parricidio, para más datos, premeditado y no pasional. En lo que va del año, fueron seis las mujeres kurdas asesinadas en nombre de Alá en territorio sueco, por lo que ha comenzado a generarse un debate público para obligar al gobierno a evitar este tipo de muertes. El padre de Asrin se encuentra detenido, mientras nuevas pruebas sugieren que su hermana menor, de 19 años, fue testigo del asesinato, y pudo haber sido obligada a participar.