Vie 24.05.2002
las12

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Frag men tos

Por Lucía Alberti *

En los últimos tiempos me interesa profundamente la tendencia a debatir el concepto de bienes públicos globales. Ello me permite ir más a fondo en la comprensión de la trágica fragmentación que estamos viviendo y en quiénes serían los beneficiarios de algunos de nuestros males públicos globales. Los bienes públicos globales requieren el concurso de los países y también de todos los actores. Podemos contabilizar entre esos bienes, por ejemplo, la reducción de los gases que atacan la capa de ozono, el control de las enfermedades infecciosas, la información y el acceso a la misma. Problemas que son de cada uno de los países que sufren las consecuencias, pero que también exigen medidas de cooperación y nuevas rutas de financiación, porque provocan males públicos globales. El concepto todavía está en debate y dará mucha tela para cortar. Releyendo algunas palabras de Bruno Delaye, del área de Cooperación del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, con respecto al tema de bienes globales no puedo menos que coincidir plenamente. El dice, entre otras cosas: “A mí me parece que el concepto de bienes globales tiene gran potencialidad y futuro. Considero que permite a los países, tanto del Norte como del Sur, contar con una oportunidad para avanzar que no debe ser desperdiciada. Además refleja ideas y valores que son conocidos y que son centrales a nuestro marco de referencia. En términos económicos, el concepto de bienes públicos globales refleja la óptica de que las fuerzas del mercado por sí solas no garantizan el funcionamiento correcto de una economía y que existen externalidades que interfieren con la marcha de la economía y requieren de acción correctiva. Es por ello que, en el ámbito nacional, se necesita una reglamentación por parte del Estado que garantice la producción y gestión de los bienes públicos de acuerdo con su propósito público anunciado”. (**)
Puedo asegurar que la sensatez de esas palabras extraídas de un texto más amplio igual de sensato me movieron a pensar en la posibilidad de nuestros bienes globales y me aventuré a elaborar una lista posible:
el empleo, la continuidad jurídica, la productividad, el desarrollo, los derechos individuales, la justicia, podrían ser algunos. Pero, como bien sabemos, que para llegar a determinadas conclusiones se pueden hacer diversos caminos, inclusive por el absurdo, como con aquellos teoremas de nuestras épocas de secundario, en que nos fascinábamos llegando al mismo resultado por un camino contrario. En la Argentina de hoy, o para mayor aplicación en la América latina de hoy, la reducción de la pobreza debe considerarse ya un bien público global junto al fin de la injusticia y de la fragmentación. Quizá de ese modo, y practicando el camino del absurdo como en los teoremas, lleguemos al mismo resultado, que sería recuperar ideas y valores que son conocidos y centrales a nuestro marco de referencia, que son las personas y el respeto de sus derechos humanos.
Hay un grado tal de cortes políticos y sociales, generados por presiones externas y también por incapacidades, negligencia, desaciertos y desconciertos internos, en medio de los cuales pretenden que endeudados hasta la séptima generación creamos que podemos ser ya un cumplidor país del primer mundo. Somos un país que está exigido hoy para pagar por la corrupción de un gobierno que, durante la última década del siglo pasado mediante el sistema de relaciones carnales y extranjerización de laeconomía, rifaba el escaso patrimonio nacional en complicidad con otros corruptos de afuera. Un país que, desde el ingeniero Santos, quien nos escandalizó por su actitud, hasta la fecha, se está convirtiendo paulatina y constantemente en el país de la justicia por mano propia. Podemos ir
más allá en el tiempo, cuando los militares también establecieron el sistema de justicia con desaparición y muerte por mano propia desde el terrorismo de Estado, mientras multiplicaban fabulosamente la deuda externa sin invertir en el desarrollo. Un país signado por los errores, las luchas intestinas, la rapiña de adentro y de afuera, cuya historia política está plagada de intervenciones de facto. Un país al que se quiere igualar a Afganistán, claro que por diferentes razones. No tenemos el petróleo ni el gas de esa zona, pero cerramos el circuito al sur de Brasil, con una importante economía mundial y un riesgo para otros sistemas comerciales de la región, por el impulso que junto a la Argentina puede dar al Mercosur.
Estamos agobiados, claro que lo estamos. Eso nos debilita y nos fragmenta cada vez más, y nos enfrenta de manera grosera a todos contra todos. Amparados en ello y en la confusión generalizada, los trasnochados con intereses precisos usan la brutalidad organizada con tinte espontáneo. Una brutalidad que los empatota para perseguir y golpear personas en la vía pública o en lugares privados, lo cual habla claramente de barbarie. Pero no una barbarie devenida de la situación que vivimos sino provocada por agitadores de mentalidad fascista. Los que no tendrán empacho en echarle la culpa a la izquierda porque sintetiza la ideología que odian. Los que agitarán la bandera de un falso nacionalismo cuando la provocación se profundice y genere situaciones más graves para cualquier posibilidad de gobernabilidad democrática.
Porque molestan las asambleas barriales, las voces en contra de la dominación, la protesta de los ahorristas y de los pesificados, de los deudores y acreedores, de los piqueteros, de los gremialistas, de los nuevos y viejos partidos, de los movimientos, de la política y sus representantes. Porque, en definitiva, en algún lugar necesitan una Argentina dividida hasta la demencia para que la derogación de leyes como la de Subversión Económica no sean debatidas sino aplicadas en silencio y de modo políticamente correcto, en medio de los fragmentos.

* Foros Ciudadanos para la Transformación (**) Financiando Bienes Públicos Globales: Nuevos Instrumentos para Nuevos Desafíos

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