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Esta vez
› Por Sandra Russo
La pequeña barra brava que se ocupó el fin de semana pasado de que el paseo de Carlos Menem por Nueva York quedara oportunamente empañado por los gritos, los insultos y el ruido de cacerolas que enrarecieron el ambiente académico en la jesuítica Universidad Fordham, cumplió además con un rito que tal vez no haya estado en sus planes, o que por lo menos no fue explicitado por sus portavoces: bañó de realismo a un ámbito proclive a la hipocresía y a cualquier mentira conveniente a sus intereses, y enchastró de realismo a un personaje obnubilado por su propia ambición. El oscuro paso de comedia que desbarataron los estudiantes argentinos con su performance cacerolera incluía, hasta que empezaron los gritos y los insultos, la presentación de Menem como un ex presidente que “incrementó la inversión extranjera”, “logró la estabilidad política” o “cambió el sistema militar”. ¿Qué crédito académico puede tener una universidad cuya Escuela de Graduados en Política Económica Internacional presenta tan parcial y antojadizamente a un disertante invitado, eligiendo esconder todas sus otras, turbias y múltiples facetas? Bien: las cacerolas lo que hicieron, en principio, fue tachar con sus ruidos lo oficialmente escrito. Donde decía “modernizador” debió, por la fuerza de los hechos, leerse “ladrón”.
Alguna vez, dicho sea de paso, alguien deberá analizar cuántos de nuestros males han ido tomando forma en claustros norteamericanos, no ya para desautorizar a esos claustros, que son muy dueños de seguir aplicando y multiplicando sus saberes hegemónicos, sino más bien para, al menos, relativizar el prestigio que arrastran quienes han pasado por ellos y han venido, con el título colgándoles del currículum, primero a fascinar y después a hacer pelota a la periferia. ¿Cuándo el oído argentino volverá a escuchar con más respeto a un egresado de la UBA que a uno de Harvard, Yale o el MIT? Que serán todo lo respetables que ustedes quieran, pero, ¿para qué nos sirvieron a nosotros?
Por otra parte, el escrache neoyorquino mojó la oreja de Menem con las palabras que deberá escuchar tarde o temprano, porque mal que le pese alguna vez, si es que insiste en volver, deberá saltar el cerco de los pajes de su entorno para enfrentarse con la verdad. Hay quienes dicen que Menem volverá, pero no solo: que traerá dólares para chantajear a un país de memoria frágil, de principios blandos, de inteligencia flaca, de valores perforados por el hambre, la incertidumbre y el desempleo.
Tratándose de Menem, es muy posible que sus cuentas políticas estén hechas en dólares y es muy posible, también, que los consiga, obviamente no por sus dones de estadista sino por los negocios a futuro que es tan capaz de acordar.
Como fuere, será incluso saludable escuchar a qué viene, qué promete, con qué cara se anima a salir a la calle, él y todos los otros que no son más ni menos que él, que han gobernado con él y que han mentido con él. Será ahora o nunca que la memoria argentina se anime a exhibir su perfil de hormigón, que los principios argentinos demuestren costura reforzada, que la inteligencia argentina rehúya de los discursos y los manifiestos y ancle en millones de decisiones cotidianas, que los valores perforados argentinos se regeneren como células benignas bajo la lente de un microscopio. Esta vez no habrá que ir a votar, solamente. El voto dirá quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Y eso será esta vez, porque lo más probable es que, si nos equivocamos, sea la última.