CIENCIA
En la Argentina, las mujeres son mayoría en las universidades y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Aunque en la carrera de largada la mayoría es femenina –con 57 por ciento en el cargo de asistentes– en la meta de llegada la proporción de género se invierte y solo dos de cada diez investigadores superiores son mujeres. Por eso, el Premio Nacional L'Oréal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia” es un estímulo para la igualdad y para romper el techo –¿de vidrio o de cristal?– de los laboratorios. Este año las ganadoras fueron Amy Theresa Austin y Julia Etulain.
› Por Luciana Peker
Son dos mujeres inspiradoras porque la pasión inspira. Amy Theresa Austin, investigadora principal del Conicet y Julia Etulain, becaria post doctoral en el Instituto de Medicina Experimental (IMEX) son las ganadoras de la novena Edición del Premio Nacional L'Oréal-Unesco "Por las Mujeres en la Ciencia". El galardón busca estimular el crecimiento de las mujeres en la ciencia, una carrera que empieza con mayoría femenina pero que va poniendo obstáculos de machismo, competitividad y recarga de tareas familiares para que las científicas den un paso al costado.
Amy Theresa Austin se inspiró en su papá. Él trabajaba en la NASA, en Florida, Estados Unidos y ver su entusiasmo en el descubrimiento científico y la pasión por cómo funciona la naturaleza la impulsaron a seguir su camino. "Me siento muy afortunada de poder seguir jugando", señala entre las paredes del laboratorio y la tierra verde en la que ve crecer el proyecto: "Efectos de las forestaciones sobre los ciclos de carbono y nitrógeno en los ecosistemas naturales de la Patagonia, Argentina".
Los modelos a veces son familiares, a veces escolares y, muchas veces, propios. A Julia Etulain, bióloga de 31 años y becaria posdoctoral del Conicet, la inspiró su propia convicción y una docente. "Supe que quería ser científica desde muy chica, incluso antes de saber lo que significaba. Yo crecí con la idea de que los científicos eran personas brillantes que ayudaban a curar a las personas y a salvar vidas. Tuve en el secundario a una profesora de biología que me mostró que era algo interesante, apasionante y divertido. Me pareció la mejor manera de canalizar mis ganas de ser científica y me puse a estudiar biología", cuenta. Ahora su proyecto es la optimización del plasma rico en plaquetas para su aplicación en la medicina regenerativa.
Austin lidera un proyecto tan importante como el aire que respiramos y comparte el laboratorio con su equipo y también, a contramano de los prejuicios en donde todo deseo es devastador de la producción, con su amor. "Mi pareja es también investigador del Conicet y una de las cosas que ha sido positiva para mí ha sido compartir experimentos e ideas y trabajar en equipo, eso ha generado un nivel de sinergia que es positivo", destaca. Los incentivos, igual que las puertas, abren más senderos.
"La dinámica del laboratorio es genial, somos un grupo muy unido, nos llevamos bárbaro, festejamos absolutamente todos los logros", se alegra Etulain. Con ese equipo llevan adelante un proyecto ambicioso y que tiene un fuerte impacto en la salud pública. "Queremos usar a las plaquetas (que son células) para favorecer la regeneración de tejidos ante una herida o una quemadura. Esto puede tener una impronta socio-económica importante en el país. Se podrían bajar los costos de los tratamientos y favorecer, de manera más rápida y eficiente, a las personas. Me gusta poder ayudar a salvar vidas y a la calidad de vida del enfermo y de toda su familia. Así como una va al médico y le receta el remedio hay gente que tiene que fabricar ese remedio y gente que tiene que ver el proceso para que esa persona se cure y ahí estamos los y las científicas", subraya.
Julia es parte de las profesionales que deciden vivir y crear en Argentina aunque tengan oportunidades afuera y, entre otras cosas, lo hace por los derechos de género. "Me gusta nuestro país, nuestra cultura y nuestra ciencia. Tuve la oportunidad de trabajar afuera pero me gusta más acá, me gusta la política acá, los derechos laborales que tenemos las mujeres en la ciencia y me parece importante que sea valorado", prioriza.
El Premio Nacional L'Oréal-Unesco "Por las Mujeres en la Ciencia fue lanzado en 2007, con el objetivo de premiar la excelencia científica y, a la vez, promover y estimular la participación de las mujeres en el ámbito de la ciencia. El impulso es valioso y necesario. En realidad, no solo para estimular el comienzo, sino para aferrar la continuidad y hacer de trampolín para el crecimiento de las mujeres científicas. Son muchas las jóvenes que comienzan una carrera ligada a la investigación, pero a veces a pechazos o patadas desleales las van sacando de la pista o se tienen que ir ante la sobrecarga social frente a la maternidad y el cuidado de hijos e hijas.
El entusiasmo femenino no falta: rebalsa. De hecho, en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) hay más mujeres que varones. Las becarias o investigadoras son 5.389 y sus pares hombres 5.101, según datos oficiales del 2012. La presencia femenina creció ya que en el 2007 recibían subsidio estatal para poder crecer en sus carreras 3.888 profesionales y, en cinco años, se agregaron 1501 estudiosas de diversas ramas. El panorama tiene que ver con un fuerte impulso entre las universitarias. Por ejemplo, el 70 por ciento del total de estudiantes de medicina son chicas. Por supuesto que no en todas las carreras se da esta mayoría femenina ya que, por ejemplo, en ingeniería son apenas el 30 por ciento del estudiantado, según datos de un monitoreo de The Boston Consulting Group. Igualmente, la consultora también resalta que las mujeres que empiezan estudios científicos demuestran mejor rendimiento que los varones ya que el 60 por ciento de las jóvenes se gradúa mientras que entre sus compañeros logran llegar al título el 40 por ciento de ellos.
El problema es que, por ahora, no se logró plasmar un invento para romper el techo de cristal que sigue acorralando el crecimiento de las científicas. La inequidad de género crece en la medida que avanza la vida, se cruza –generalmente– la maternidad o el filo de una competencia que no siempre es justa y leal. Un claro ejemplo es que en el rango asistente –al inicio de la carrera– hay 57 por ciento de mujeres (3.174) y 43 por ciento de hombres (apenas 902). Pero la relación se invierte claramente en la categoría más alta ya que entre lxs investigadores/as superiores la proporción femenina declina a 21 por ciento (solo 25 mujeres) y la masculina asciende a 79 por ciento (con 92 hombres). Por lo tanto, el camino para dedicarse a la investigación comienza con casi seis mujeres por cada diez investigadores/as y culmina con dos mujeres por cada diez. Algo falta en el trayecto. El desafío del Conicet no es sólo impulsar a las mujeres a que empiecen sino acompañarlas para que sigan.
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