VIDA DE PERRAS
comer sola
› Por Soledad Vallejos
Llámenme paranoica, pero ese señor y su esposa no paran de mirarme y reírse. Lo que es peor: él me clava los ojos, le susurra algo a ella y los dos se ríen, precisamente cuando ella se da vuelta para verme. Si no fuera porque el mozo me preguntó de tres maneras distintas si estaba segura de que quería sentarme a comer sola (“¡¿desea mesa para uno?!”, “¿realmente desea que le retire el otro plato?”, “¿entonces no desea esperar un poco más, a ver si llega?”)... hmmm, no sé. Qué bajo parece haber caído el deseo. Lo que realmente no entiendo es por qué me mandaron a la mesita del fondo, en lugar de dejar que me sentara al lado de la ventana, como yo quería.
Nada mejor para acompañar este plato que unas buenas copas de vino. En realidad, era en eso que venía pensando en el camino hacia acá: en una botella de vino sólo para mí. Pero entonces pasó lo de la mesa, lo del mozo, lo del señor y la señora, ¿qué iba a hacer? En el fondo, una es sólo una chica y tiene su sensibilidad femenina bien desarrollada, no como otras. ¿Seré medio patética porque preferí no pedir mi vino de miedo a que, a falta de un hombre hecho y derecho en mi propia mesa, se lo dieran a probar al chico de al lado? Sí, tal vez haya exagerado, pero ¿qué quieren? El tinto hará bien al corazón y hasta será rico, pero todavía no ha nacido el vino bajo en calorías capaz de ayudar a adelgazar y no generar culpa (¡justo ahora, en pleno verano!), como sí –gracias, diosa fortuna– se ha hecho hace poco con la leche. Y además ¿a título de qué forzar al pobre mozo a hacer algo tan antinatural como abrir la botella y darle de probar vino a una mujer? Menos mal que tanto quebradero de cabeza y estrés ya pasaron. Ahora sí me siento en mis cabales, y no dejo de felicitarme por haber tomado la mejor decisión posible: una deliciosa, constructiva, joven y alocada gaseosa light, que, como si fuera poco –dice la publicidad de la tele– ¡me hace más libre!
(... pst, señor, ¿no quiere sentarse a comer conmigo?)