Vie 11.12.2015
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Veneno en el plato

› Por Sonia Tessa

Comprar o conseguir la comida, almacenarla, lavarla, manipularla, cocinarla. Lejos del glamour de los concursos televisivos, miles de millones de mujeres en el mundo son las encargadas de cocinar en muchos casos sin agua segura, con las napas contaminadas por la falta de cloacas, sin heladera. La Organización Mundial de la Salud difundió un informe la semana pasada sobre las enfermedades de transmisión alimentaria, que provocan 420 mil muertes al año en el mundo. La agencia agrega que una de cada diez personas enferman cada año al consumir alimentos contaminados. La mayoría de las veces se trata de carne o huevos crudas, así como verduras mal lavadas. El riesgo es mayor, claro, en zonas de bajos ingresos. “Es muy bueno que OMS se ocupe de las muertes por contaminación de alimentos porque así contribuye a dar visibilidad a un problema que suele no verse como problema social sino como tragedia individual. Y eso que tomaron ‘muertes’, que es un caso extremo, si hubieran tomado “enfermedades” la cifra sería abrumadora....pero como no hay buen registro queda todo en una nebulosa, como si hubiera sido un error propio que se paga como padecimiento individual”, consideró Patricia Aguirre, antropóloga alimentaria, en un alto en la concreción su nuevo libro Una historia social de la comida. Para Aguirre, hay otro punto de un problema complejo para subrayar: “Y eso que no tomaron un concepto de salud integral aplicado a los alimentos, solo tomaron inocuidad, no sumaron a las enfermedades producidas por alimentos a las enfermedades no transmisibles (obesidad, diabetes mellitus, etc.). Si hubiera sido así el 30 por ciento que construyen como problema quedaba cortito”. Es que la industria de la alimentación –y una complementaria de los medicamentos- es uno de los grandes enemigos de la salud pública. “Mientras tanto las empresas y particulares producen y manipulan mal y los laboratorios que venden para asistir la dolencia hacen su agosto”, redondeó la investigadora de la Universidad Nacional de Buenos Aires, doctora en Antropología, una de las estudiosas más profundas de los desequilibrios alimentarios en el mundo. “En las zonas grises está el sufrimiento y el negocio. Parece mentira que las lógicas más simples, como la de la salud en los alimentos -¿o alguien duda que los alimentos deban ser ‘buenos para comer’ es decir saludables?- caen frente a los terribles intereses de la lógica empresarial de considerar a los alimentos solo ‘buenos para vender’”, siguió su razonamiento, aquél que encontró en el informe de la OMS sólo una punta para plantear el profundo problema que atraviesa a la humanidad, por exceso y por defecto.

La investigación que realizó la periodista Soledad Barruti, expuesta en el libro Mal Comidos, la lleva a saludar el informe de la OMS como una forma de poner el foco, no ya en la mera definición de hambre, sino en la calidad de la alimentación. “Lo que más destaco de estos informes, si están bien leídos, es que subrayan el grave problema que tiene el sistema alimentario hoy, en el que muchas veces parece que porque accedés a calorías o porque tenés una o dos comidas garantizadas, estás del otro lado de la línea de corte del hambre. Y en realidad es tan endeble esa línea, y es tan endeble el sistema alimentario que se construye con esta imposición del agronegocio, de grandes monocultivos y de asistencialismo, que las personas siguen exponiendo su vulnerabilidad de muchas maneras. La poca seguridad de tener alimentos inocuos es una de ellas”, consideró Barruti, para quien, “si vos accedés solamente a un tipo de alimentos, no tenés lugares donde guardarlos, no tenés agua segura para cocinar pero tampoco para limpiar tus utensilios de cocina o para tomar agua, que es el primer alimento que necesitamos para todos los días, ahí enseguida se muestra la debilidad, la vulnerabilidad de todos. Los primeros que caen siempre son quienes están más expuestos a estos problemas”. El razonamiento de Barruti lleva inmediatamente a la feminización de la pobreza. “De lo que da cuenta este informe es de que los peores problemas están en zonas rurales. En general las personas que tienen peores problemas de acceso a la alimentación en todo el mundo son las mujeres y de áreas rurales, por eso cuando plantean las mejoras en la construcción de un sistema alimentario, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) y otros organismos internacionales apuntan a generar sistemas que incluyan a las mujeres rurales como una categoría propia, con sus fortalezas, que hay que fortalecer para que, junto con ellos, sus hijos que generalmente quedan a cargo, puedan estar seguras, porque viven una inseguridad muy grande, todos los problemas primero pegan ahí”, expresó la investigadora.

El informe de la OMS se refiere específicamente a enfermedades transmitidas por 31 agentes (bacterias, virus, toxinas, parásitos y productos químicos). La Escherichia coli es uno de los agentes fundamentales en América Latina. Para Stella Maris Martínez, docente de la Maestría en Política y Gestión de la Seguridad Alimentaria de la Universidad Nacional de Rosario, el tema fundamental son las políticas públicas. “El estado tiene que estar presente, no podemos pensar en alimentación segura cuando tanta gente carece de agua potable, cómo podemos pedirle a la población que lave las verduras si no tiene agua. Cuando hace unos años hubo un brote de cólera, la propaganda oficial era un ama de casa típica de clase media con una bacha de acero inoxidable, en una casa donde había una amplia disponibilidad de litros de agua, bien alejado de la realidad de las poblaciones más vulnerables a esta enfermedad”, recordó la médica rosarina. “Los chicos que mueren de desnutrición tienen parásitos porque toman agua contaminada. Las enfermedades parasitarias son un problema enorme”, indicó Martínez, pero también subrayó una enfermedad que no está sólo asociada a la pobreza. “La Argentina tiene el triste récord de tener el mayor número de afectados por el síndrome urémico hemolítico, que se produce por la ingesta de carne picada mal cocida”, puntualizó la docente. “Cuando el estado se retira de sus obligaciones, se muere gente”, definió.

La coordinadora de la Cátedra de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, Myriam Gorban, también subrayó la necesidad de poner un coto a la industria de la alimentación, que inunda las góndolas de comidas ultraprocesadas, a los que califica como “alimentos no identificados”, por su escaso valor nutricional e ínfimo contenido del producto supuestamente adquirido. Pero su principal preocupación pasa por “la contaminación con las sustancias químicas y los agrotóxicos, que están prohibidos por la misma Organización Mundial de la Salud desde marzo. La OMS señaló cinco agrotóxicos, de los cuales el más usado en la Argentina es el glifosato”. Ese problema inabarcable que es la calidad de la alimentación, está cada día en manos de mujeres que sienten culpa o agobio -¿qué hay de comer? es una pregunta que persigue a las amas de casa del mundo- ante decisiones que no están meramente en sus manos, sino que acarrean una responsabilidad social de amplio alcance.

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