Vie 11.12.2015
las12

MIXTURAS

La última zanahoria

La revista Playboy se despide de los desnudos y las conejitas para reconfigurarse como una publicación sin riesgos, contra la pornografía, y de paso para recuperar inversionistas. Pamela Anderson, la otrora guardavidas pulposa de Baywatch y ex conejita estrella recuperada de una hepatitis que sufrió durante dos décadas, le pondrá el cuerpo a la portada fetiche, antes del histórico giro.

› Por Roxana Sandá

Ya lo había confirmado la gente que cranea el tradicional calendario Pirelli –producto que desde 1964 es obsequio vip de la empresa neumática–, cuando decretaron que en la edición 2016 apostarán por la imagen de mujeres cuyo atractivo resida en la superación personal de una vida, en lo posible, destacada. Con actitud similar pero fines más pragmáticos, Playboy anunció que a partir de marzo dejará de exhibir mujeres desnudas en sus tapas para rediseñarse, de la noche a la mañana, como un manifiesto contra la circulación de pornografía en internet. Aunque el gran salto editorial deberá esperar una despedida final, desde que decidieron agitar los últimos bombos y platillos sobre Pamela Anderson, una de las playmates más famosas del octogenario Hugh Hefner, y uno de los cuerpos más estereotipados para la bandeja del consumo hétero. A los 48 años, la canadiense que ocupó la portada de esa revista en 14 oportunidades, volverá a exhibir redondeces y siliconas antes que la publicación, como advirtió Scott Flanders, director ejecutivo de Playboy Enterprises, “vuelva a ponerse la ropa”.

Acompañando el gesto de altruismo editorial, la Anderson, más rápida que ligera, reforzó la movida en su cuenta de Instagram, donde concentra a unas 26.000 personas, y subió una foto desnuda con la leyenda “¡Estoy curada!” de una hepatitis C que padecía desde 2002 y que a vistas de ese sitio, la dejó piel y huesos, lejos de esa rubia pechugona que en la serie Baywatch corría por las arenas yanquis con un salvavidas fálico bajo una axila. La mujer vivió más de 15 años con el hígado dañado a partir del contagio por compartir una aguja de tatuaje con su marido, Tommy Lee, según comentó en una nota de la People. “Ya no tengo ningún daño en el hígado, y no tengo efectos secundarios. Estoy viviendo mi vida de la forma que quiero, pero podría haberme causado algunos problemas, y ha sido un auténtico milagro el haber podido conseguir esa medicina. Estoy en la recta final.”

El festejo por la recuperación tendrá su premio consuelo en la doble edición enero/febrero 2016 de Playboy, una despedida con olor a decadente si se tienen en cuenta las palabras del jefe Flanders, para quien “después de 62 años de existencia, Playboy ya cumplió con su propósito. Cuando Hefner lanzó la revista en 1953, la desnudez era provocativa, pero ahora es algo pasado de moda”.

Claro que Pam es Pam, no importa la corriente que se le quiera imponer al producto remozado, y número despedida significan alzas cósmicas en la bolsa neoyorquina. Que, dicho sea de paso, sería el motivo del histórico giro después de cuatro años de discusiones internas para clausurar los desnudos y sus envases platinados, las célebres conejitas. En 2014, playboy.com fue lanzado como “sitio sin riesgos” y las visitas en la web traspasaron el 400 por ciento. Ese reverdecer, sumado al pequeño detalle de que la revista no genera ganancias de otrora, motivó adoptar la misma estrategia en la edición impresa, convertida ahora en territorio potable para inversionistas de las grandes marcas.

Volviendo a la Anderson, jura y perjura que nunca proyectó insertarse en la industria del cine como una bomba sexi y que de adolescente “sólo sabía que tenía que salir de mi pequeño pueblo” de la isla de Vancouver. Alguna verdad se huele en todo esto y más desde el año pasado, cuando tras presentar en Cannes la Fundación Pamela Anderson, dedicada a “estimular los derechos humanos, la protección de los animales y el cuidado del medio ambiente”, decidió revelar en una carta los abusos sexuales que sufrió de pequeña.

“No tuve una infancia fácil. Fui acosada sexualmente desde los 6 hasta los 10 años por mi niñera. Fui a la casa del novio de una amiga y mientras ella estaba ocupada, el hermano mayor de su novio decidió que iba a enseñarme a jugar backgamon, lo que llevó a un masaje en la espalda y luego a una violación. Fue mi primera experiencia heterosexual. El tenía 25 años y yo apenas 12. Los abusos no terminaron ahí. Mi primer novio en noveno grado decidió que sería divertido violarme en grupo con seis de sus amigos. No hace falta decir que me fue difícil confiar en los humanos, y que quería simplemente desaparecer de la tierra”. Ante un público azorado, que sólo pretendía dedicarse al faranduleo de la alfombra roja, la canadiense relató que sus padres trataron de protegerla, pero la familia ya estaba rota por dentro gracias al alcoholismo de papá y los llantos escondidos de mamá, una mesera de Vancouver con el corazón partido. “No podía soportar darle a ella más noticias perturbadoras.” Hugh Hefner o Tommy Lee no fueron precisamente los mejores acompañantes terapéuticos de la rubia, que al parecer sólo halló la paz en la naturaleza. “Mi afinidad con los animales me salvó, vinieron a mí naturalmente. Los árboles me hablaron, yo no estaba segura de por qué estaba viva. Mantengo mi lealtad al reino animal, y por eso prometí protegerlos a ellos y sólo a ellos. Con los pies en el océano les recé a las ballenas, mis únicos amigos verdaderos hasta que tuve hijos. Entonces me di cuenta de que la humanidad estaba sufriendo y nuestros hijos nacieron perfectos”. Al parecer, esta vez desoyó el canto de la naturaleza, optó por la lente de la fotógrafa Ellen von Unwerth y eligió volver a las antiguas mañanas campestres de la mansión Playboy de Los Angeles, esa cárcel de lujo donde Hefner sometió a jovencitas durante décadas, en una especie de orgía organizada para amigos, clientes y poderosos.

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