Vie 11.12.2015
las12

RESCATES

Alma de jazz

Lillian Hardin 1898 – 1971

› Por Marisa Avigliano

Le dijo a su mamá que había conseguido trabajo como pianista en una escuela de danza, le mintió. Las escalas que sus dedos tecleaban no eran de música clásica, eran de jazz, y no era una escuela, era una banda. La mentira diaria le permitía a Lil tocar junto al clarinetista Lawrence Duhe y escapar de los retos de Dempsey –su mamá– y de sus sermones sobre el swing indecente. Pero no tuvo que pasar mucho tiempo para que la mentira muriera en manos de la noche. Cuando los músicos de Chicago conocieron los dones de la pianista, su nombre llegó en andas de atajos a The Dreamland, un popular bar de los años veinte. De pronto la nena de Memphis, la jovencita de mamá, la alumna de la Universidad de Fisk (sus papás se habían divorciado hacía años y no tenía hermanos, uno mayor había muerto antes de que ella naciera) hacía temblar el piso de la ciudad del viento con intuición y audacia. Con la lisura de un buen acorde llegaron las giras con Joe King Oliver y su Creole Jazz Band, y los primeros arreglos propios de la chica de Tennessee que ya entonces –cuando las mujeres del jazz eran sólo las figuritas del coro– también componía y cantaba. Valija en mano salió de casa a recorrer ciudades hasta que un día decidió que la gira no fuese eterna y después de San Francisco volvió a Chicago y a la luz oscura del Dreamland. Ahí conoció a su primer marido, el cantante Jimmie Johnson. El matrimonio no duró mucho, un segundo marido la estaba esperando, se llamaba Louis Armstrong. Y entonces –como si narráramos un tradicional cuento infantil de esos que esperan dar la sorpresa a la vuelta de la página– todo cambió. La irrupción de Satchmo en la vida de Lil trajo a la casa un espejo grande, muy grande. La vida espejo convirtió a Lil en musa, en agente y en promotora enamorada. Organizó el lanzamiento arrollador del trompetista estrella y compuso a cuatro manos mientras tragaba una infidelidad que se multiplicaba eterna y que no elegía. Amor y cadencia en partituras durante algo más de siete años, tras la comezón -de la que Billy Wilder supo sacar buenos frutos- cada uno fue por su lado en vida y bandas. El divorcio definitivo llegó unos años después. Ella se mudó, manejó un restaurant, armó bandas de chicas, grabó discos, diseñó ropa (ya lo había hecho antes, cuando cambió el estilo de Louis y lo arrogó como a uno de sus mejores clientes) y hasta dio clases de piano y de francés. Una catarata de actividades dispuestas en la yema de los dedos para invocar notas y enmudecer silencios. Será un descubrimiento feliz verla y oírla si no se lo hizo antes. Unos años después de su muerte su nombre volvió a la fama y su música a los top ten de la radio y hasta se sumó el compás de un Bad boy, por Ringo Starr. Impetuosa en el talento, la música de Lillian Hardin, la Hot Miss Lil del jazz temprano –desde aquellos primeros Chimes blues y Mabel’s dream –, augura aires mejores. Lil y Louis volvieron a estar juntos sin estarlo el 27 de agosto de 1971, cuando Lillian participó en un homenaje a Armstrong (había muerto casi dos meses antes, el 6 de julio) con los dedos otra vez en el piano. En un momento de sugestiva armonía lanzó sus brazos al aire y se desplomó. El ataque cardíaco fatal que diagnosticaron fue visto en el noticiero de la noche. Sí, ahí murió, ese día, en ese lugar y con esa música.

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