La sala de exhibición de la galería Convoi funciona como una pasarela estática para las 22 fotografías coloreadas con glitter que componen “Strass y purpurina”, una colección de trajes y de indumentos tan atemporales como fetichistas construidos sobre toiles fotográficas. Desde tales figurines en formato 10 x 15, el artista Fabi Al Mundy ensaya artilugios indumentarios, esculpe peinados extravagantes y cincela bijouterie.

Corresponde destacar que su método parte de una colección fotográfica forjada entre 1990 y comienzos de 2000 que admite fotos encontradas y rescates de internet.

La secuencia de imágenes de procedencia analógica incluye trajes dignos de muñecas de papel vernáculas: propone un recorrido por mono prendas negras con transparencias, conjuntos de short y de un top con cuello halter en algodón blanco cuya usuaria modela desde un sillón de pura cuerina pintada con estampas de malvones. Desde la cama de un hotel por horas, recostada sobre un edredón rojo al tono de las paredes, el traje de una colegiala combina tartanes con pétalos. Otro cuarto de hotel proyecta la imagen de una chica pin up en lencería roja sobre un espejo, y también los brazos y la cámara de quien la está fotografiando en ese ritual. La modelo no profesional con su vedettina nívea como único outfit posa en una cama rebosante de estampas, la rodea un placard pintado de dorado que emula un confesionario.

Las tomas proceden de un Pantone insólito. El fotógrafo fetichista ensaya además caprichos de interiorismo: las paredes, los pisos, las cortinas, los sillones, toallas y aparadores dan cuenta de su particular técnica decorativa con un petit point pictórico. Al Mundy señala que comenzó a bocetarlos en simultáneo con la asistencia a clases de filosofía y en la búsqueda de emular un plancton existencialista. Del lado de la pasarela de procedencia digital, el tono y la paleta de paillettes se acentúa: otra decena de fotos coloreadas que compone la serie alude a imágenes de algún club drag o transgénero de Brasil y allí las prendas se vuelven barrocas. La usuaria de un mono corto en animal print rosa chicle y marrón lleva las largas uñas postizas pintadas de turquesa, un peinado sauvage con tintes rubios se recuesta en un sofá tapizado en negro y dorado. La toma del chico que posa en la cocina exalta su falda blanca larga y con volumen y el canesú con estampas de chitá (el percal que popularizaron las novelas brasileñas y que llegó a Brasil desde Portugal y desde la India).

La galería de figurines de Al Mundy admite además guiños al teatro kabuki: el chico- chica sin un ápice de curvas y con su belleza acentuada por un rodete y flores rojas sobre su pelo negro: la mirada se detiene en una procesión de telas que por su crisol de prints y de colores recrea las antiguas técnicas del teñido shibori. El traje más maximalista de esa colección pintada con purpurina- al punto que tiene relieves como si se tratase de piedras de strass- remite al vestido azul, con recursos del estilo cóctel. Su usuaria drag lo modela desde una cama King size y, rodeada de almohadas con estampas circulares en tonos nude. Y el más barroco y pop resulta el atuendo de la reina de comparsa de carnaval que con un pincel y su cara pintada de purpurina Fabi Al Mundy atiborró de botones, botoncitos, piedras, canutillos y demás ornamentos camp que hace pensar en algún diseño tropical de Moschino.

El tono casero implícito entre unas y otras tomas revela tachas y pespuntes sobre sombreros, shorts, corpiños y carteritas. Cada imagen de su factoría ensaya homenajes al arte contemporáneo argentino: en las paredes de los ambientes que cobijan a sus personajes irrumpen miniaturas con obras de Feliciano Centurión, Javier Barilaro, Fernanda Laguna, Leo Chiachio, Daniel Giannone y Fabio Kacero.

Convoy: Malabia 1066, CABA. La muestra cierra el sábado 19 de diciembre a las 20.