Vie 18.12.2015
las12

PANTALLA PLANA

Feliz Navidad, las bolas

Un imperdible especial de Navidad con el sello de una dupla de probada eficacia: Sofia Coppola y Bill Murray.

Otra vez Navidad, con sus bolitas de cotillón y su diversión esforzada. Los estereotipos –navideños ellos, con la familia sonriente en el centro del cuadro- suponen que las amas de casa se ocupan de organizar la comida, lxs abuelxs esperan recibir una invitación mientras preparan sus modestos regalitos, los varones se dejan hacer y lxs niñxs, verdaderos protagonistas de la fiesta, escanean fervientemente las vidrieras en busca del juguete soñado (¿alcanzará este año con un billete de 500 para costearlo?). Puede ser que haya quien se emocione con el nacimiento loopeado del niño Jesús, quien sondee la noche buscando la estrella de Belén para pedir un deseo, pero la verdad, es fin de año, estamos podridxs más que cansadxs y muchxs de nosotrxs, vencidxs como boxeadores que ya se aguantaron demasiados rounds.

Si en lugar de entregarse dulcemente al espíritu navideño se sienten como viejxs renegadxs que sólo quieren tener en la mano su vaso de whisky mientras se ríen de la ingenuidad de lxs otrxs, existe la banda de sonido perfecta para ustedes y es de Sofia Coppola. Además, incluye a Bill Murray con una vincha de cuernos de reno. Y además, desde el arranque irónico que puede hacer sospechar esa imagen para los que conocen el personaje clásico de Murray, impasible, un poco hastiado pero con cierta elegancia, abúlico o directamente depresivo, A very Murray Christmas, el especial navideño dirigido por Coppola (¿por qué le vamos a reservar la consagración del apellido solo al padre?) que se puede ver en Netflix, avanza imperceptible, se diría más bien que se desliza en la nieve, hasta llegar a una sinceridad muy real: un verdadero pase de magia navideña.

Sofia Coppola se vale de Murray para desmontar la Navidad automática y proponer otra que no necesariamente está en conflicto con la primera y hasta puede darse la mano con los rituales bobos, pero parte de otro lugar. El actor está en The Carlyle, un hotel clásico de Nueva York, a punto de grabar un especial navideño. El músico Paul Shaffer, una de esas figuras discretas, segunderos que hacen bien su trabajo y terminan siendo tan memorables como el Sam de Casablanca, lo acompaña en el piano y no le cuesta nada adaptarse al estilo casi hablado, desganado, del actor. Son entertainers, pueden actuar, cantar, hacer chistes, pasar de actuar a cantar sin que una se dé cuenta y rematar con un chiste no subrayado, son peces en el agua (y peces gordos) en el oficio elegante de divertir, comentar, pasar el tiempo al calor de las anécdotas y las canciones.

De ese núcleo resistente al festejo fácil, a los cuernos de reno que irónicamente se pone Murray, nace todo como la caja de sorpresas más espectacular, y al mismo tiempo no. Porque acá no hay espectáculo como puesta en escena grandilocuente, numerosa, inflada. Todo lo contrario. El show televisivo fracasa y Murray baja al bar del hotel a pasar la noche con lxs mozxs, lxs cocinerxs y cuanto personaje ande varado ahí por la nieve que arrecia. Con esa naturalidad perfecta del espectáculo clásico que sueña que la vida y el arte comparten escenario, las situaciones se arman y desarman, una comedia romántica con Rashida Jones y Jason Schwartzman tiene lugar entre dos diálogos y una canción, Maya Rudolph sale de la nada como un hada negra para cantar Christmas (Baby please come home) y todxs juntxs entonan ese himno punk irlandés de The Pogues que es Fairytale in New York. Enseguida, bam, Murray cae borracho y se despierta en un musical de Hollywood con Miley Cyrus y George Clooney, precioso, lleno de lucecitas azules y blancas. Pero lo mejor sigue siendo lo que antes cantaron reunidxs alrededor del piano con la copa en la mano, ese poco de fulgor real que todxs lograron darse para recordarnos que si la maldita Navidad tiene algún sentido no está en el niñito Jesús, sino en los que ya estamos preocupadxs por el precio de la sidra pero la compramos sabiendo que las canciones y los abrazos de otrxs borrachxs nos pueden salvar cuando todo se viene abajo.

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