RESCATES
Blanca Ibarlucía 1922 – 2015
› Por Marisa Avigliano
Histórica es la palabra que más se repitió en los últimos tiempos para hablar de Blanca Ibarlucía. Marca de agua grabada no por sus noventa años vividos sino por lo que había hecho con ellos. Histórica en la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres, histórica porque había trabajado junto a Eva Perón. Discada antes de tiempo, hubiera corregido Blanca mientras elegía hablar en presente con la misma naturalidad con la que lo hace una estudiante. Tenía casi ochenta años cuando estuvo a cargo de un programa para chicas y chicos detenidos en institutos, – “a casi todos los detuvieron por ser pobres”, aclaraba para los distraídos de siempre– mientras delineaba un programa para mujeres emprendedoras. A Blanca su papá le decía “Jajasita” (por la risa contante) y también le decía que los temas importantes los hablaba sólo con sus hijos varones porque ni ella ni su mamá entendían nada. Jajasita era mujer y la mujer no era nada hasta que un hombre no la hacía. “En esa época se decía que el hombre te hacía mujer, pero a mí me hizo mujer Evita”, repetía corrigiendo esta vez a la voz errada de su padre en el tiempo. Cuando se divorció –su casamiento había sido arreglado para la conveniencia de otros– tocaron el timbre de su casa para decirle que era una prostituta. Desterrada en sociedad, la madre sin marido le pidió ayuda por carta a Eva y Eva la recibió en su despacho.
La lucha callada había nacido en su casa de infancia, en la dulzura larga de Almagro –renovando palabras borgeanas– donde su madre paría en silencio para no molestar y su padre hablaba de política (dicen que Repetto, Justo, Palacios, Lisandro de la Torre y hasta Leguisamo y Carlos Gardel frecuentaban la casa de la calle Potosí al 4200). Los ojos de lxs niñxs guardan las razones de lo que no entienden, los de Blanca lo hicieron. Y esa mirada nublada y confundida si se quiere, se aclara con el tiempo. Blanca quiso. Ya había renunciado a estudiar Medicina (su padre dijo que no era carrera para una mujer y que si quería estudiar algo podía estudiar magisterio), ya había aguantado noche de bodas y bostezos a la luz del sol, ya era hora de no aguantar más. Su trabajo junto a Eva Perón sumó un nuevo exilio familiar, ahora Blanca era también una obscenidad política. En medio de la calle aquella nena mostró las escenas guardadas y la mujer abrió definitivamente los ojos. Entró a una Unidad Básica Femenina y formó parte de la Ciudad Estudiantil y de la Ciudad Infantil creadas por Evita. Le faltaban dos días para cumplir 29 años cuando votó por primera vez, había andado días largos por la calle luchando para conseguir el voto femenino. Durante la “revolución fusiladora” trabajó desde las sombras y en los sesenta entró a Medicina y, con cuarenta años (se reía cuando lo recordaba) militó en la JP. Después llegó la Triple A y tuvo que dejar patria e hijxs grandes y se refugió con marido nuevo y elegido por ella, en Perú. En tierra inca redobló la apuesta y fue una de las fundadoras de la organización feminista Flora Tristán. Otra vez en casa (Perú también lo era) volvió al trabajo y a los nietxs. Estuvo siempre donde estaban las mujeres organizándose o donde había que erradicar el trabajo infantil. Volvió para hacer lo mismo que hizo siempre desde que entró al despacho de Evita y quizás hasta usando el mismo collar de perlas pero eso sí, sus anteojos, eran color violeta.
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