COSAS VEREDES
Previo a que Hillary Clinton se convirtiese en la primera candidata a presidente de un partido grande en Estados Unidos, otras mujeres cimentaron el camino. Entre ellas, Shirley Chisholm, una congresista afroamericana que se animó a dar pelea en las internas demócratas del 72 con una intención: cambiar el futuro de la política norteamericana.
“No hay barrera demasiado fuerte ni techo demasiado alto para romper”, esgrimió la triunfal Hillary Clinton los primeros días de junio, cuando devino primera mujer en ser candidata a presidenta de un partido importante -el Demócrata- en los 240 años de historia estadounidense. “Esta victoria pertenece a las mujeres y hombres que, con su sacrificio, hicieron esta noche posible”, agregó entonces, sin dejar de señalar que la ocasión llegaba casi un siglo después de que las norteamericanas obtuvieran el derecho al voto. Más específicamente, 95 años, en tanto la decimonovena Enmienda de la Constitución que ampliaba el sufragio al sexo femenino se ratificó el 18 de agosto de 1920. El actual hito, claro, tuvo correspondiente réplica en redes sociales, donde mujeres de toda clase, edad y oficio se deshacían en lágrimas -de emoción- al atestiguar semejante momento trascendental en un país donde solo el 20 por ciento del Senado está conformado por damas. A la espera de una definición en las venideras elecciones, empero, cabe recordar a quienes cimentaron el camino para que Hillary arribase -no sin tenacidad y voluntad- a su actual posición.
“Tamaño logro no podría haberse alcanzando sin los esfuerzos de mujeres anteriores a ella: Linda Jenness, por caso, obtuvo más de 83 mil votos en 1972 como candidata del Partido Socialista de los Trabajadores; y se vivió una auténtica revolución cuando Geraldine Ferraro fue la primera candidata a vice de un partido grande, de peso, en las elecciones del ‘84, acompañando en la fórmula a Walter Mondale”, destaca el medio The Guardian, sin dejar de subrayar las loables actuaciones de Victoria Woodhull y Belva Lockwood muchas décadas antes, previo a que el sufragio femenino siquiera fuera una realidad.
En efecto, antes de la líder sufragista Woodhull, ninguna señora o señorita se había lanzado a la carrera presidencial en el país del norte. Ella lo hizo a través del Equal Rights Party (Partido por la Igualdad de Derechos) ¡en 1872!, y su plataforma abogaba por el voto femenino, la regulación de los monopolios, la nacionalización de los rieles, jornadas laborales que no superasen las 8 horas, la abolición de la pena de muerte, el asistencialismo a la gente de bajos recursos, entre otras cuestiones. Victoria fue además la primera en fundar una agencia de bolsa en Wall Street, tuvo un periódico, militaba por el amor libre y la independencia sexual… Curiosamente, el día de las elecciones lo pasó tras las rejas en una cárcel de Nueva York. No tan curiosamente, se dice que sus boletas ni siquiera fueron contabilizadas, de modo que es imposible constatar si sus propuestas tuvieron algún tipo de asidero en los varones de antaño.
Belva Lockwood fue la segunda doña en candidatearse a presidenta, argumentando: “Yo no puedo votar, pero ustedes puede elegirme a mí”. Probó suerte en dos oportunidades -1884, 1888- por el National Equal Rights Party, un partido menor, sin lograr mayores resultados (se calcula que recibió entre 6 mil y 7 mil votos). Su biografía, sin embargo, es por demás destacable: fue maestra desde los 14, obtuvo un título universitario tras enviudar, fue pionera en la educación mixta, defendió acérrimamente los derechos de negros e inmigrantes, y estudió Derecho, volviéndose una de las primeras abogadas de Estados Unidos en montar su propia firma legal. Y después… “Estados Unidos esperó casi un siglo en tener otra candidata a la presidencia. Margaret Chase Smith luchó por la nominación republicana en 1964 y logró 227 mil votos en las primarias, donde cayó derrotada ante Barry Goldwater. Casi una década después, Shirley Chisholm fue la primera afroamericana en intentarlo, en 1972”, hace petit recuento el diario El País en una reciente nota.
Y capítulo aparte amerita la citada Shirley Chisholm, que consiguió lo que ninguna antes: ser potencial candidata del Partido Demócrata, dando pelea durante las primarias con una campaña que logró -cierta- cobertura nacional. A diferencia de Clinton, claro, no pasó de las internas, siendo elegido como candidato oficial George McGovern. Genuina precursora -de Hillary y, por qué no, de Barack Obama-, la dama ya se había convertido en hito nacional al consagrarse como primera congresista negra de los Estados Unidos en 1969, cargo que ocupó hasta la década del 80, cuando se retiró para retomar sus labores como maestra.
Con todo, su aspiración por llegar a la Casa Blanca en el ‘72 fue ciertamente inspiradora. Aunque supiera que ínfimas eran las chances, esperaba que el mero gesto “cambiase la cara y el futuro de la política norteamericana”. De hecho, bajo un aguerrido lema -Unbossed and Unbought (en criollo, sería “Ni dominada ni comprada”, como más tarde titularía a su libro de memorias, y como aún más tarde fuera bautizado el festejado documental de Shola Lynch en su honor), Chisholm capturó la atención de las feministas, la comunidad negra y los jóvenes votantes. Y padeció amenazas de muerte, denunció públicamente no ser incluida en los debates presidenciales, incluso se animó a cuestionar el statu quo: “Nuestra democracia representativa no funciona, porque el Congreso que se supone que tiene que representar a los votantes no responde a sus necesidades. Y eso sucede porque está regido por un grupito de viejos”. Indómita hija de un obrero y una costurera, quería que pasar a la posteridad como “alguien con agallas”, y con esas palabras celebró y recordó Obama su legado una vez muerta (falleció el 1 de enero de 2005). Un legado que, como congresista, incluyó propuestas y leyes para beneficiar a amas de casa, garantizar el acceso a la educación, mejorar los derechos civiles de los inmigrantes, proteger al consumidor, dar alimento a las escuelas, proveer de asistencia a mujeres embarazadas, etcétera. Feminista y pacifista, en más de una ocasión expresó que cuando se presentó para el Congreso y para la presidencia, “fui más discriminada por ser mujer que por ser negra”. Y luego: “Tremenda cantidad de talento se pierde en nuestra sociedad por el mero hecho de que lleva una falda”. Y luego (bis): “Al final, anti-negro, anti-mujer y cualquier forma de discriminación equivale a lo mismo: anti-humanismo”. Por cierto: hubo otras damas que -con menos éxito y desde distintos espacios- aspiraron al máximo cargo, pero este petit recuento finiquita aquí.
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