Vie 24.06.2016
las12

MÚSICA

Primeras impresiones sobre el blanco

La cantante, intérprete y compositora Liliana Vitale presenta en sociedad su más reciente aventura: el disco Uanantú. Un material que propone volver a cero para recordar las primeras voces que dejaron marca y fueron dando forma a la propia identidad sonora, creativa. Antes de la inminente presentación oficial en la Usina –donde por única vez se presentará con su hermano Lito quien, además de acompañarla en piano, grabó y mezcló el larga duración–, la artista conversa con Las12 sobre este proceso de deconstrucción, sobre la importancia de la escucha y sobre la importancia de la intersección, entre otros tópicos revitalizantes.

Bajo mis pasos reza una niña / el tibio rosario de arena y espacio / De pronto la veo besando la escarcha / que bajo sus labios se vuelve cristal, recibe Liliana Vitale en la canción primera de su último disco, Uanantú. Tema de Arco Iris del ’69 que esta artista fundamental –capaz de dejar entrar por la ventana los siete mares, o todo volverlo fino cristal– recupera y renueva, amén de responder a tamaño interrogante: “¿Qué pasó cuando estaba todo vacío? ¿Cuáles fueron las primeras voces que entraron y fueron haciendo tatuajes en el oído?” Finalmente, la flamante pieza de la ecléctica e inclasificable cantante, intérprete, compositora y maestra propone volver a la voz de la infancia y, en el ínterin, traza un ruteo sobre esa inmensidad que es la música, que es también la propia identidad.

Así, con el afán de libertad, la honestidad intelectual y la disposición de emprender nuevas búsquedas que la caracterizan –y que ya la han paseado por la poesía de Henri Michaux; por las canciones de Alberto Muñoz; por una obra coral en siete movimientos, siete tiempos, siete tonalidades, amén de movilizar los siete chakras; por mencionar unas pocas propuestas de antaño–, la hija mayor del clan Vitale pone a disposición las irresistibles inflexiones del recitado en un disco que es, además, un libro. Porque a los temas de Daniel Viglietti, Piero, Atahualpa Yupanqui o Paco Ibánez, los acompañan textos de su amiga Patricia Pagola e ilustraciones que ella misma bosquejase en su adolescencia.

Perennes canciones de infancia, dibujos y textos de una juventud compartida y el incomparable acompañamiento de Lito Vitale –su hermano– en piano, completan una propuesta de coherencia total que vuelve hacia la ligereza del ayer para comprender la espesura del hoy. Un ayer influenciado, harto conocido, por la presencia de papá Rubens “Donvi” Vitale –el legendario pedagogo, maestro de músicos–y mamá Esther Soto, fundadores de la mítica cooperativa M.I.A. (Músicos Independientes Asociados), agrupación musical referente de autogestión en Argentina. Recuerda Liliana: “En M.I.A., yo era titular de batería, y suplente de guitarra, piano, bajo… . Lo que nos diera ganas de jugar. Fueron años de formación. Siendo mi viejo fundador de este espacio tan peculiar y diverso, tenía mucho de pedagógico. Yo misma empecé a dar clases a los 17”…

¿De batería?

–No, de canto. Rescatando desentonados. No podía creer que desentonaran, entonces surgió esa inquietud. Me ponía al lado y practicaba con ellos: “abrí”, “escuchá”… Cuando existe la vocación de acompañar al otro, siempre funciona.

¿Nunca fracasa el salvataje?

–Nunca. Hay casos difíciles, por supuesto, superdesafíos. Pero si ellos lo saben, estamos a la par y hay arreglo. Y en el 90%, la causa son las tensiones. Que no abren la boca u, otra constante, que no prestan atención: no escuchar lo que debían para luego emitir. Creo que ese es el gran viaje en la música y, aún más, en la comunicación: escuchar. Ni siquiera prestar atención porque eso implicaría focalizar y, al concentrar, el resto se pone levemente fuera de foco. En cambio, lo alucinante de la música es que hay que escuchar todo al mismo tiempo: la letra, la melodía, la armonía… Y esa polifonía funciona, además, como elemento formador, porque nos permite comunicarnos simultáneamente. Si hablamos al mismo tiempo, no nos oímos; si cantamos juntas, sí. Es un concepto precioso, que no es mío. Lo he escuchado en varias oportunidades, fundamentalmente de Daniel Barenboim cuando fundó la orquesta de israelíes y palestinos. Hacer el ejercicio de escucharnos y expresarnos, apostar al genuino diálogo, a la verdadera comunicación ha sido un poco el desvelo de la vida mía. Este disco en particular, Uanantú, habla precisamente de lo escuchado. Y de las ganas de seguir en el viaje de deshacer máscaras. Y de continuar con esa búsqueda histórica que se manifiesta en la pregunta: “¿Cuál es mi voz?”, al modo identitario. Porque a mi voz le han pasado muchas cosas, ha hecho “patologías” por ser yo descosida, cansarme, gritar mucho, tener que rescatarme…

¿En alguna ocasión creíste haber dado con “la” forma?

–¿Haber hecho un resultado y decir “es por acá”?, ¿alcanzar una plenitud? Sí. Ahí es donde una desarrolla una obra, graba, presenta, etcétera. Pero luego: o te quedás pegado y hacés algo más o menos parecido, o deshacés para no estereotipar la comunicación. Ojo, no digo que una cosa esté mal y la otra, bien; son distintos tipos de destreza. En lo personal, nunca pude hacer una y otra vez “El último café” u “Óleo de mujer con sombrero”. Ayuda, por supuesto, contar con aliados; no tener obsecuentes que quieren escuchar de mí siempre las mismas canciones. Y sigue sucediendo el acontecimiento para todos, porque el que me viene a escuchar, busca esa explosión. Ya lo sabe, no tengo que explicárselo.

En el caso de Uanantú, el acontecimiento retrotrae a músicas venidas de tiempos de infancia y adolescencia que compartiste con Lito, con la vigencia que tienen -por otra parte- de las grandes canciones populares. Una vuelta a los orígenes, si se quiere…

–Me dije: Volvamos a cero, cero, cero. Me pregunté: ¿Qué pasó cuando estaba todo vacío? ¿Cuáles fueron las primeras voces que entraron y fueron haciendo tatuajes en el oído? Porque una emite los sonidos que ha escuchado, ¿no es cierto? No solo el idioma, las palabras, el contenido: también el fraseo, la colocación, el lugar donde ha quedado el estado de la voz ¿Mi voz es así? No, está ahí. Creo que esa búsqueda es un afán de libertad total, final.

Al referirse a la pedagogía, tu papá, Rubens “Donvi” Vitale, decía que había que saber cuáles eran las limitaciones para sentirse más libre, tener presentes las condiciones y los condicionamientos.

–Mi viejo decía que la libertad es ser consciente de los condicionamientos, sí. Y de chica, me enojaba tanto esa frase, porque yo quería ser totalmente libre. Solo con el tiempo comprendí que ejercés esa plenitud teniendo consciencia de que es de acá hasta allá: en este tiempo, en este espacio, con esta cultura, esta cara, esta voz, esta historia. Porque hay una tendencia y una cultura que nos protege y que nos ata. Y creo que en esa contradicción está jugado este disco. Intentamos encontrar nuevamente la liviandad de la voz, de la infancia; y acabamos logrando todo lo contrario (risas), porque no podemos esquivar la hondura del presente, la entidad de la poesía, el haber vivido casi 60 años. Aunque fuera imposible, mis ganas eran las de volver a cantar como una nena, ver dónde se jugó la primera fascinación por las voces –de Jorge Cafrune, de Mercedes Sosa, por el pathos interpretativo de Bola de Nieve, entre otros–. Entonces, este recorte particular, el filo por el que fui, responde a las voces de ese caldo en el que me crié, esa mezcolanza de fines de los ’60. Una época de revolución cultural, de renovaciones que todavía persisten como tales.

En piezas anteriores, era la poesía la que parecía guiarte. La palabra, en primer plano. Un ejemplo notable: La vida en los pliegues (creado, ensayado y grabado en 1990; editado en 2002), donde recuperaste las exquisitas palabras del poeta y pintor belga Henri Michaux, con músicas y voz igualmente exquisitas.

–Precisamente La vida en los pliegues fue el primer gesto de ruptura con un estereotipo en la voz. Venía de Mamá, deja que entren por la ventana los siete mares, con canciones de Alberto Muñoz, y me fue muy bien. Digamos que fue mi momento de más fama, mi minuto de gloria. Pero con mi segundo disco, empecé a sentir que estaba fabricándome un cajoncito que me restringía. Entonces, en 1990, La vida… Desde que tuve razón, fue el verbo, sí; la palabra siempre ha tenido un lugar privilegiado.

Empero, volviendo a Uanantú, decías que las voces -no así las letras- guiaron la selección…

–La poesía vino como parte de la voz. Porque cuando se es chica, una no sabe exactamente qué está diciendo cuando canta “Vete de mí”. Puede que una dramatizara el dolor como si lo hubiera vivido, pero, en realidad, era la música y la interpretación de los cantores los que transmitían el sentimiento. El amor por el canto no necesariamente tiene que ver con la palabra; al que le gusta cantar, le gusta vibrar. La palabra viene luego a agregar la condición, a abrir los espacios, la consciencia. Pero los capos saben que una buena letra es la que fluye en el sonido. Por supuesto, en este disco, el hoy es lo que le da entidad a la palabra. Porque hubo muchas canciones que grabamos y salieron lindas, pero quedaron afuera porque no tenían vigencia actual para nosotros. Porque este repaso me permite entender o ubicarme en este presente tan doloroso, difícil, contradictorio. En este desasosiego, reencontrando el río de lo creativo en mí, que es la vida misma. Entonces, el disco es el resultado de seleccionar entre 50 temas aproximadamente que estuvieron dando vueltas durante un año. Algunos ya versionados, tocados por mí en el repertorio que habitualmente presento sola en piano en Pista Urbana (bar de Chacabuco 874), como “Tengo la piel cansada de la tarde”, de Piero, o “A una paloma”, de Daniel Viglietti, con letra de Idea Vilariño. Otros temas, como “En el país del Nomeacuerdo”, de María Elena Walsh o “Toma dos blues”, de Charly García, los fuimos a buscar a la parrilla con Lito, y son con Lito. Al igual que “Canción para cantar desnuda”, esa joyita de Griselda Gambaro y Alberto Favero que Nacha Guevara grabó en Mezzo Soprano -un disco bárbaro, con mucho varieté, mucho humor, Boris Vian, temas como “No se casen chicas”….

“Uanantú se llama el dúo que teníamos de chicos con Lito, mi hermano músico dotado por la gracia”, ofrecés en la presentación del libro que acompaña las canciones.

–Era una palabra en esos días, y cuando tuvimos que bautizar el dúo, salió. En algún momento también fue el “nombre” del chico que me gustaba en primer año del secundario; para que no se diera cuenta de que hablábamos de él, usábamos el one and two (uanantú) como contraseña. Es un abracadabra, un argentinismo, una palabra “originaria”. Un término que quise recuperar, porque uno nunca se cura solo. Además, ¿cuándo te mostrás como sos? Con el otro. Es la convivencia, el territorio de la intersección, en términos de matemática moderna. Entonces, el dúo con mi hermano, el dúo con mi amiga…

Tu amiga Patricia Pagola, cuyos textos -ilustrados por dibujos que vos realizaste durante esa adolescencia compartida- componen el mentado libro. De hecho, Uanantú también fue el nombre de la editorial de fantasía bajo la cual sacaron “Libro de Nosotros”, con sus relatos breves (o “casos”) y tus dibujos en birome azul, ¿verdad?

–Verdad. Porque cuando mi papá, que era recopado, vio que yo dibujaba y ella escribía, nos propuso encuadernar artesanalmente. Por aquel entonces, yo solía leer sus textos en las reuniones que se hacían en casa, a mis viejos y a sus amigos; eran parte de la oralidad, del show, del ritual. Cuentos completamente ascéticos de dramatismo, desprejuiciados, donde está lo irónico y, a la vez, lo denso y oscuro; que transitan tópicos que, en ocasiones, se terminan abandonando con el correr de los miedos. Cuestión que, en aquel momento, primer año de la secundaria, empecé a pasar sus textos a máquina de escribir e hicimos 25 ejemplares, que regalamos entre conocidos. Te cuento que a la par que ella escribía y yo dibujaba, éramos delegadas de nuestro curso, íbamos a las reuniones usando pseudónimos. Con 13, 14 años, me iba a volantear por el tren, por todas las escuelas, por todos lados; mi papá, muerto de miedo. Y al toque, M.I.A., Spinetta, el rock, la posibilidad de encontrarse, de hacer. El rock vino a alivianar una densidad en mi generación, a salvarnos la vida en todos los sentidos de la palabra.

La propuesta –Lito en piano, vos en voz– da cierto tono intimista y despojado al material…

–Claro, y muy casero.

¿Cómo fue el proceso de grabación?

–Hacía mucho tiempo que no hacíamos un disco así, piano y voz, desde el ’95. Y cayó de maduro hacer juntos este repertorio. En el verano empezamos a conversar la posibilidad y, por esas fechas, en dos semanas que teníamos libres, grabamos en varias sesiones. Hubo cosas que quedaron sin que yo me diera cuenta, lo cual hace que el disco tenga cierta frescura del vivo. Porque mi hermano grabó todo, incluso las primeras pasadas. De hecho, de “Plegaria para un niño dormido”, de Spinetta, quedó la toma cero. Con esa canción, no hicimos nada; desaparecimos. Fue hermoso… Un par de meses después, sentí que faltaba un ritmo, una patria, una vida; y así fue como decidimos incluir “Trasnochados espineles”, que le dio el toque argentino, ese lugar de sentimiento patriótico, donde la configuración vocal tiene esa plenitud y altura del folclore. En contraposición a lo que le sucede a mi voz con el tango, de potencia y densidad. Como el rescate vocal que yo quería no iba por ahí, no quedó ningún tango. La búsqueda de la paleta iba por ese lugar luminoso y alto de la infancia.

Tus dibujos parecen evocaciones -lejanas- de simbología mapuche, reinterpretaciones de imágenes de pueblos originarios.

–Qué interesante lo que decís… Yo pensaba en mandalas, pero es muy posible que los diseños rupestres, los antiguos cerámicos latinoamericanos hayan influenciado estas piezas. Porque en cierto momento, mi mamá empezó a estudiar Antropología y la casa se llenó de esas imágenes: figurines, mascarillas hechas en corteza que traía de sus viajes… Yo misma hacía trabajos en cuero y cuadritos con celuloide, entre otras cosas, copiando diseños originarios. Incluso llegué a acompañarla en algunas oportunidades, asistiendo mientras recuperaba pieza por pieza en su cuadrilátero. Puntas de flecha, de todo.

Liliana Vitale presenta Uanantú este domingo 26 de junio a las 19 hs en la Usina del Arte (Caffarena 1) dentro del ciclo “Doble Dosis”, compartiendo escenario con Lito Vitale Nuevo Trío. Entrada libre y gratuita.

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