CINE
Dos estrenos para chicxs en vacaciones, que vale la pena poner en contraste: de la repetición en Buscando a Dory a la originalidad en La vida secreta de tus mascotas.
› Por Marina Yuszczuk
En consonancia con un cine cada vez más basado en secuelas, spin-offs, remakes y reboots, la oferta para chicxs en estas vacaciones de invierno dejó ver con bastante transparencia cómo, al menos por este año, el marketing le ganó a la posibilidad de contar un par de buenos cuentos. Después de ese clásico que ya es Buscando a Nemo (2003), de una época en que Pixar no paraba de estrenar grandes películas como Cars (2006), Wall-E (2008) o las primeras Toy Story, llegó Buscando a Dory (2016) para estamparse en unos cuantos productos y decorar hasta los perfiles de algunas líneas de colectivos. Lo que pasa con ese tipo de campañas es que no hay escapatoria: desde el momento en que lxs chicxs detectan al personaje conocido, quieren ver la película, y como las ventas están aseguradas desde el principio, no hace falta adjuntar una historia que valga la pena.
Buscando a Dory es un intento de repetición que rápidamente pierde sentido y además, hace lo imperdonable al transformar a un personaje vivaz, movedizo y delirante como esa pececita de la que todos recuerdan su canción optimista, en una criatura llorosa y melancólica, por una enfermedad que convierte en tragedia lo que en Buscando a Nemo era puro juego. La era de hielo: Choque de mundos es todavía peor, y definitivamente los muñecos alusivos en la Cajita Feliz de Mc Donald’s o en los huevitos Kinder son mejores que esa larga y aburrida sucesión de conversaciones entre animales quietos en la pantalla que se disfraza de cine catástrofe. La sorpresa del cine de animación más reciente quizás fue Angry Birds: La película, que logró convertir en cine un juego sin más argumento que arrojar pajaritos con gomera contra un montón de chanchos.
Pero si el perfil industrial de estas películas es imposible de disimular y las aplasta, a último momento apareció un estreno mucho menos promocionado que apela además al clasicismo de Tom y Jerry o de Tweety, esas mascotas que en las décadas del 40 y 50 abrieron un mundo paralelo que era exactamente el nuestro pero mirado con los ojos de perros, gatos y canarios que vivían una vida intensa, llena de riesgo, mientras los humanos alrededor de ellos desplegaban su rutina convencidos de la pasividad decorativa del gato sobre el almohadón. Producida por Illumination Entertainment, el estudio responsable de la gran Mi villano favorito (2010) y la espantosa Minions (2015), La vida secreta de tus mascotas funciona como si todos esos dibujos más artesanales de nuestra infancia se juntaran en una misma pandilla heterogénea y bizarra para tener una aventura en una Nueva York que reúne el encanto doméstico de las películas de Nora Ephron con la sordidez de callejones y alcantarillas llenas de vagos y maleantes.
La historia es la de Max (con la voz de Louis C. K. que los fans nos perdemos en el doblaje), un perrito que vive una vida perfecta junto a su dueña Katie -salvo por el hecho de que la extraña demasiado cuando se va- hasta que ella aparece con una nueva mascota llamada Duke, una bola peluda, gigante y para nada dispuesta a acatar el privilegio de Max de ser algo así como el hijo mayor, o el único. Toy Story y ese drama de celos entre Woody y Buzz Lightyear están en la base de lo que pasa entre Max y Duke: igual que en aquella película de Pixar, la aventura solo empieza cuando el segundo se pierde y el temeroso Max debe salir de casa para buscarlo, para recalar en un mundo subterráneo regido por un adorable conejo que explota sus encantos suavecitos para ser un peligroso villano. Con personajes perfectos, atractivos, acción por momentos vertiginosa y un espíritu festivo que es irresistible, La vida secreta de tus mascotas es un alivio para los ojos, una posibilidad de divertirse con los mismos recursos de los buenos viejos dibujos y no con el tedioso reconocimiento en la pantalla del mismo producto que antes vimos en remeras, muñecos y juguitos.
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