ENTREVISTA
Encarnación Gutiérrez Rodríguez es socióloga, migrante española en Alemania, y estudia las relaciones entre las empleadas domésticas y sus empleadoras en contextos urbanos y profesionales. La dimensión del afecto y la corporalidad puesta en juego en las tareas de la casa, ponen de manifiesto la cadena de cuidados que siempre queda en manos de las mujeres y replica una lógica social donde la feminización del trabajo llegó para instalarse.
› Por Flor Monfort
Encarnación habla en un español fluido pero algo extraño; si bien nació en Alemania vivió en España durante su primera infancia y escolarización, allí donde la lengua se graba a fuego en la mente y el pensamiento define su matriz esencial. A los ocho años su familia se instaló en Frankfurt y desde entonces vive allí, ahora como doctora en Sociología y profesora de Sociología teórica de la Universidad Justus-Liebig. Siempre investigó temas relacionados con género y trabajo pero tal vez el más interesante es el que intenta desentrañar el vínculo entre empleadas domésticas y sus empleadoras en el contexto alemán, donde la mayoría de las trabajadoras además son inmigrantes y no siempre tienen documentos. Además fundó el Feminisation of Labour Research Network y habla de la feminización del contexto laboral como fenómeno global. “Mis padres son andaluces y llegaron a Alemania en los `60, cuando existían políticas de reclutamiento de mano de obra que se denominaba “poco calificado”. Empezaron después de la Segunda Guerra Mundial, y con la demanda fuerte de posguerra se empezó a reclutar trabajadores de los países mediterráneos. Ellos llegaron cada uno por su cuenta, se conocieron en Alemania y se casaron allí. Mi madre era modista y mi padre era albañil. Nací en un pueblito muy chiquito cerca de la frontera con lo que era Checoslovaquia, y cuando era bebé volvimos a España y pasamos allí los primeros ocho años de mi vida para luego volver a quedarnos. Afortunadamente, la comunidad de españoles en Alemania estaba muy bien organizada, es la inmigración a nivel obrero más grande y más politizada que se produce. Las organizaciones que se forman en ese momento tienen mucho que ver con el movimiento antifranquista que encontraron un espacio donde desarrollarse”, cuenta sobre sus orígenes y las discusiones que se daban en su casa, siempre sobre ese juego de espejos que se desdoblan cuando la identidad tiene influencias tan diferentes y crecer es un poco hacerse un lugar donde no está planificado que lo tengas. Como mujer y como migrante. Sin embargo, reconoce Encarnación que la suya es una situación de privilegio en el contexto cada vez más apremiante del neoliberalismo y las políticas migratorias de Europa. Ella misma trabajó primero como maestra de idiomas y después de mucho tiempo tuvo la oportunidad de hacer su doctorado dentro de un programa subvencionado por la Asociación de Investigación Alemana llamado “Cambio social y operaciones de género”. Allí estudió a las mujeres migrantes profesionales que se organizan en grupos interculturales no en base a la nacionalidad sino a su estatus político y que asumen cargos líderes dentro de organizaciones culturales políticas, lo que denomina “Mujeres inmigrantes intelectuales sobre subjetividades en la época de la globalización”. “Se publicó en el `99, no está en español pero sería bonito traducirlo porque son historias de vida: planteo allí que estas mujeres se han entrenado para ejercer posiciones profesionales pero viven dentro de la sociedad alemana un no reconocimiento de su educación y de su capacitación, es decir que son percibidas como extranjeras. El término que se utiliza mucho es Ausländerin, que es “fuera del país” y se utiliza para los no alemanes. Estas mujeres intelectuales orgánicas, pensando en Gramsci, son mujeres que tienen esa trayectoria migratoria, que tienen posiciones profesionales y a la vez pertenecen a un grupo social que vive una discriminación, y ellas enfrentan esa discriminación como portavoces de ese grupo.
-Existen estudios que problematizan el sujeto de la inmigración y muchos específicamente sobre las mujeres migrantes, pero siempre dentro de una perspectiva de sus nacionalidades: turcas, italianas, etcétera, pero no existe uno que trascienda esas afiliaciones étnicas-nacionales y que se base en el hecho de ser inmigrantes. Y lo cierto es que estas mujeres ya trabajan en un ámbito intercultural o transcultural, y es lo que planteo con ese trabajo. Hablo de la autonomía de esas mujeres, cómo manejan sus vidas, y planteo la noción de subjetividad, marcada en el sentido en que ellas se definen como “fuera de” estando dentro, y mi trabajo las plantea como sujetos de su vida, sujetos de historia. También indago en cómo esas políticas las ve como extranjeras y como mujeres, lo cual tiene una especificidad a nivel social. Me parece importante decir que ellas no son víctimas, hay situaciones de violencia estructural que las hace sufrir discriminación pero también se organizan. Las políticas migratoras persiguen a estas mujeres aún siendo ellas parte de las naciones a las que migraron.
-Había mujeres turcas, marroquíes, españolas, griegas e italianas. Todas profesionales de diferentes ámbitos: periodismo, académicas, estudiantes de medicina y derecho. Todas habían participado de niveles altos de educación, no todas eran de familia obrera, algunas eran de clase media. El género y la migración siempre está visto de un modo estructural pero no de cómo se organizan esas vidas y sus propias micropolíticas contra la discriminación del Estado, que las percibe como extrañas. Yo intento tematizar eso en un momento en que fue realmente innovador hacerlo, jamás se había hecho de esta manera. Entonces volviendo a tu pregunta, la discriminación es a nivel de la representación: personas preparadas terminan jerarquizadas como alguien que no tiene estudios, prácticamente obligadas a hacer trabajos mal remunerados.
–Sí, muchas llegan a Alemania con proyectos de estudio, de sacar un posgrado y hacer una trayectoria profesional y se ven con una situación en la cual sus estudios no son reconocidos. Llegan al país con un sistema de permiso de tres meses pensando en quedarse más tiempo a través de un trabajo y no lo consiguen por las trabas que se le presentan, y se vuelven indocumentadas. Al no tener papeles se te estrecha mucho el acceso al mercado laboral. Los hogares privados que emplean a trabajadoras domésticas son uno de los pocos sectores donde quienes están sin papeles consiguen trabajo. Hay algunos países que ahora han cambiado el visado pero es muy difícil. Cuando trabajas en un hogar privado, no existe ninguna posibilidad de registrar a las trabajadoras domésticas, entonces los que se benefician son ellos. Ahora han creado una manera de formalizar ese sector de trabajo generando una especie de subvención, pero benefician a los empleadores, no a las empleadas.
–En Alemania se emplea a la gente por hora y determinados días. Hay muy pocos hogares que tengan una empleada todos los días como aquí. Hay mujeres que hacen limpieza y están las cuidadoras, que tienen un sistema un poco más formalizado con trabajadoras de países del este de Europa. Pero en ambos casos, la mayoría son mujeres migrantes. Hay alemanas pobres que han hecho estos trabajos pero son las menos. Yo me ocupé de las migrantes indocumentadas, que ha subido en los últimos diez años y tiene que ver con las restricciones de las políticas migratorias en Europa. Estas restricciones crean un mercado de trabajo no regularizado que afecta principalmente a las mujeres. Este entramado entre migración y género hace que las mujeres migrantes cuando no son del norte, en el momento en que llegan a estos países la experiencia que tienen es de una desclasificación de sus conocimientos, una desvalorización total.
–Muchos no vuelven, no pueden volver. Se quedan en ese sector menos valorado socialmente, con trabajos precarios en el sector de limpieza, gastronomía, cuidados. Una profesional de la medicina puede terminar trabajando de camarera. También están quienes dan clase, por ejemplo, de español, pero son trabajos muy mal pagos.
–Sí. En una reflexión conjunta con otras compañeras como Amaia Orozco, el grupo Precarias a la deriva, que plantean la precariedad como estructura fundamental en base a la cual se está organizando el trabajo en estos momentos. Guiándome por este análisis también planteo que además hay una feminización del trabajo no remunerado, sin ningún sustento a nivel de cobertura de beneficios sociales. Son personas que se vuelven responsables de cotizar para su vejez, sus vacaciones, para cuando estén desempleadas. Dentro de la literatura feminista ese análisis indica que el trabajo feminizado y racializado (la jerarquía social que se plasma en el mercado laboral no solo está marcado por las relaciones de género como dice Federici sino por la racialización del trabajo esclavizado y de nuevos regímenes en los cuales el color de piel y los rasgos fenotípicos te sustraen a un sector donde tu trabajo es peor pago) se caracteriza por desvalorar la productividad y el aporte que se hace en ese trabajo. Sobre el feminismo negro y descolonial, Rita Segato y Yuderkys Espinosa vienen hablando y es muy importante seguirlas. La racialización del trabajo o cómo la matriz de lo que Anibal Quijano ha denominado “la colonialidad del poder” está funcionando. Viéndolo desde la perspectiva europea esto se refleja en las políticas migratorias que terminan organizando el mercado laboral. Y dentro de la organización del mercado laboral entran otros legados históricos que están presentes, como el sistema patriarcal que sigue percibiendo el trabajo femenino como menos valorado.
–Sí. La inserción de mujeres al mercado laboral habla de un avance pero no dejan de ser mujeres de sectores medios, blancas, que apoyan su cadena de cuidados en mujeres pobres y migrantes.
–Sí, esto es aquí y es allá también, por eso hay mujeres que optan por no tener hijos. Yo también hice un estudio sobre la relación de las trabajadoras domésticas y las empleadoras, porque otra cosa que hay que decir es que la responsable de manejar la relación con la trabajadora doméstica es la mujer de la casa, si hablamos de un contexto heteronormativo. Hablar con la empleada, pagarle, controlarla. Y los desafíos que hay es cómo se conceptualiza lo femenino, porque el hogar sigue siendo de esta manera el lugar de lo femenino. En cuanto a los hogares de parejas del mismo sexo, lo que he visto es que se termina haciendo una división entre lo femenino y lo masculino, por lo cual parece ser una cosa estructural. Incluso en comunidades de estudiantes por ejemplo, las que se terminan ocupando de la comida o la limpieza son las mujeres. Traté siempre de que sean hogares urbanos, de clase media, que tengan más bien una concepción liberal de la sociedad, asumiendo el hecho de que viven en sociedades multiculturales que tienen muchas ambivalencias alrededor de tener empleadas domésticas pero que daban cuenta, también, de un conflicto interno muy fuerte en relación a quién se ocupa de las tareas y que el hecho de tener una trabajadora doméstica resuelve ese malestar. Lo que está claro es que la división sexual del trabajo no se resuelve cuando una mujer le traspasa sus tareas a otra mujer. Y en una casa termina reflejándose la organización social: los ciudadanos y los no ciudadanos, y en el caso de estos últimos se aplican otros ajustes, otras políticas que hacen también posibles que hogares que no pueden emplear a una trabajadora doméstica lo puedan hacer porque ese trabajo termina estando tan abaratado.
–Yo lo que vi en Alemania es que hay una implicación afectiva, un espacio íntimo que se comparte, hay muchas películas sobre este tema, aquí está Cama adentro, Réimon. Es muy complejo porque las trabajadoras son partícipes de las dinámicas familiares, de las afectividades que se ponen en juego, no solo entre los miembros de una familia sino con ellas, y hay cosas positivas y negativas. Y yo planteo el tema de los afectos pensado como algo que tiene que ver con las relaciones sociales y qué afectos y emociones y sentimientos se hacen sentir. Lo que vi mucho en esta relación es, por una parte, una intimidad, también por el hecho de ser mujeres y de compartir un espacio feminizado que es el doméstico y, por otro, toda la desvalorización que tiene ese trabajo no solo por el trabajo mismo sino por quienes lo realizan, y además que incluso para las profesionales cuando vuelven a su casa después de sus trabajos, esas tareas domésticas no son percibidas como trabajos y no tienen incluso dentro del hogar un reconocimiento. Son más bien minimizadas. Y lo cierto es que gracias a ese trabajo es que el resto puede seguir adelante con otras cosas. Esto se ha planteado dentro de la economía feminista y del marxismo feminista en cómo el trabajo reproductivo es constitutivo de la reproducción social.
–Sí, porque esto se plasma en los cuerpos y empieza a crear una autodesvalorización que hace que ni vos misma creas plenamente que eso que estás haciendo es trabajo. Y el trabajo se percibe como sucio, repetitivo, rutinario, sin creatividad. Esa percepción, que es una percepción histórica de ese trabajo, tiene una dimensión emocional muy fuerte. Se relaciona con el asco, con la repulsión, crea descontento y desazón, incluso depresión. Las empleadas hablan mucho de limpiar los baños, y lo viven como una inferiorización. Muchos de nosotros no pensamos cuando vamos a un baño en un lugar público que eso lo limpia alguien. Ellas me decían “no hace falta mucho para dejar limpio un baño una vez que se ha utilizado y sin embargo la gente no lo hace”; es el epítome de la invisivilización del trabajo, del trabajo reproductivo, de la limpieza, del cuidado. Esas emociones impactan en nosotras y cómo lo pasamos a otros sin pensarlo intencionalmente sino como una textura de lo social, que tiene que ver con las relaciones interpersonales muchas veces a nivel inconsciente. Hay también una afinidad entre estas mujeres a nivel afectos, se las percibe como amigas o gente de la familia, pero ellas me decían “en realidad no lo somos”. El terreno de las emociones me hace tematizar cómo los sentimientos en general marcan el espacio de lo social. Ahora estoy investigando cómo las emociones y afectos marcan las relaciones sociales, sobre todo en temas de racismo institucional. Gestos y actitudes que excluyen y estigmatizan.
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