URBANIDADES
Sí, es saludable que frente a la náusea de las declaraciones de Gustavo Cordera prácticamente todo el mundo con algo de aire en medios de comunicación se haya sentido en la obligación de hacer su repudio. Es a la vez sintomático y describe todo un universo de afinidades que vienen amparando a muchachos cancheros como este señor que acuñó aquello de la “argentinidad al palo” que Mario Pergolini lo haya comprendido y haya pedido piedad para el bocón después de sus disculpas públicas -que hizo porque no le quedó otra, vamos. Es mucho más sintomático aun que el posicionamiento público desde el Estado y también desde quienes fueron anfitrionas y escuchas del discurso del cantante -al que de ninguna manera voy a llamar bestialidad porque es un discurso bien construido- sea la vía penal obviando que la acción punitiva contra uno se cierra sobre sí misma y deja en pie lo que las palabras juzgadas traslucen, además de parecer más una acción destinada a mostrarse del lado bueno de las cosas y punto. La acción punitiva es una demanda constante, de todos modos. El “que se pudra en la cárcel” o el “debería estar prohibido”, calma las buenas conciencias y cubre con corrección política cierto ánimo puritano que siempre está diciéndonos, sobre todo a las mujeres -aunque también a las maricas, a las travestis y a las lesbianas- cómo deberíamos comportarnos, cómo deberíamos coger, qué mostrar, cuándo y cómo.
Lo que Cordera dijo, ya se sabe, no fue parte de un psicodrama. Y aunque se puede pensar como provocación –dado que hubo consenso para justificarse(lo) que era una charla cerrada no destinada a publicarse–, lo que parece es más bien la exhibición de un pensamiento íntimo y compartido: que nos tienen que enseñar a gozar, que no sabemos lo que queremos, que todo se arregla con una buena pija y que los machos que la poseen tienen que usarla porque lo suyo es cuestión de necesidad y urgencia. En estas pocas líneas dichas en el lenguaje más coloquial que ofrece la rabia –porque sí, da rabia– se instala la cultura de la violación, esa que pone en peligro nuestras vidas y a la vez pretende expropiarnos –otra vez– nuestros cuerpos y nuestros goces que son múltiples y diversos, que no son políticamente correctos, que pueden actuar muchos roles pero que de ninguna manera pueden ser hablados por otros, interpretados por otros, violentados por otros.
Sí, es indignante lo que dijo Cordera y ojalá más que una acción judicial lo que le toque sea la indiferencia supina frente a la salida de su próximo disco porque eso hablaría sobre todo de una pérdida de líbido del público por un tipo que encarna esa argentinidad violenta y misógina que nunca enmascaró y que campea en el rock y prácticamente en todas las publicidades de cerveza. Es indignante porque hay víctimas que tuvieron que escucharlo. Y es indignante también porque impone sus pobres palabras sobre nuestras fantasías y humedades, a las que no vamos a resignar en nombre de la corrección política, porque tenemos derecho a ser putas cuando queremos y a decir no cuando se nos da la gana o cuando un machito como este definitivamente nos la seca. Y tenemos derecho también a este lenguaje sucio y a mostrar el orto si queremos aun en una pantalla y a consumar el sexo solas en nuestra cama o con quien corno decidamos cada día de nuestra vida. Por eso, Cordera, no sólo porque somos víctimas, si no también porque no somos víctimas, con nuestros cuerpos, con nuestro sexo y con nuestros goces, no.
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