RESCATES
Chiquinha Gonzaga 1847- 1935
› Por Marisa Avigliano
¿Cuál de todos los escándalos se cuenta primero? ¿Se sigue un orden cronológico? La vida de Chiquinha Gonzaga, la compositora de Ó abre alas, la primera marchinha de carnaval de Brasil, es un álbum de estruendos para la perturbación pacata. Ninguna antes que ella había dirigido una orquesta, nadie antes que ella se había sentado frente a un piano para tocar choro -género origen de la música popular brasileña-, ninguna antes que ella se atrevió a llevar su música al teatro de variedades. Se llamaba Francisca Edwiges Neves Gonzaga y era hija de una mulata pobre y de un general del Ejército Imperial que primero pensó en abandonarla a su suerte y que después -Chiquinha era blanca- educó con las ínfulas aristocráticas que el rango y la familia exigían. La nieta de esclavos creció en los salones tocando el piano como toda niña bien -ingrediente indispensable en la receta de reclusión decorosa- pero con inflamado albedrío que mezclaba en su atril partituras de estudio y partituras propias. Sabiduría dérmica hecha música. Tenía once cuando compuso su primera obra y ochenta y siete -la edad en la que llegó la muerte- cuando compuso la última. Aquel militar nunca imaginó (de imaginarlo no lo hubiera hecho) la libertad que le regaló a su hija cuando le compró su primer piano. Tenía dieciséis cuando la casaron con un oficial de la Marina, tuvo hijos y al poco tiempo se separó saturada de una vida decretada que solo la alejaba la de música. La lista de escándalos crecía sin insinuación de límite, la compositora mestiza que no se conformaba con la música que rebotaba en las paredes de su hogar y en los oídos de las visitas ilustres, era además una mujer separada incapaz de criar a hijos pequeños. Un segundo matrimonio y una hija llegaron para repetir la historia: ella se separaba y los ex maridos le sacaban a los hijos. Mantenía sola al mayor de los cuatro -el único que vivía con ella-dando clases de música y tocando el piano por ahí, por donde le pagaran. Sus canciones, tangos y polkas, composiciones con un centro secreto, eje de atracción y repulsión en torno al cual giran las razones de un ritmo originario, la aplaudieron en el tiempo como referente de la música brasileña del siglo XIX y XX pero Chiquinha, la mujer escandalosamente divorciada un siglo antes de que el divorcio fuera un derecho, era más que eso, las barreras derribadas y por derribar no eran solamente notas nuevas en un pentagrama vacío. “Qué hace una partitura mía en Alemania, tenemos que defender nuestros derechos de autor” dice Regina Duarte en la miniserie que en 1999 contaba la vida de Chiquinha y que la Raquel de Vale todo, protagonizaba paralizando al país del Amazonas frente al televisor a la hora señalada. La compositora de Atraente, Lua branca y las operetas A corte na roça y Forrobodó entre cientos de otras, tenía más de cincuenta años cuando se enamoró del portugués João Batista, un adolescente de dieciséis al que presentaba como hijo y con quien vivió un romance de amor secreto hasta el día de su muerte. Después, algunas cartas y algunas fotos ilustraron el obituario pasional que la sociedad desconocía y que el prontuario celestial de célebre maestra de piano protegía. La abolicionista ferviente que definió la dirección propia de la música brasileña que sin dejar de ser una aventura se vuelve conciencia, murió en Rio de Janeiro en las vísperas del carnaval mientras una melodía vocal que demasiada larga tregua sufrió, inauguraba el ritual y la ausencia.
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