ESCENAS II
Ni retrato aleccionador ni pintura lavada sobre la familia diversa, Un nuevo continente reflexiona sobre los límites de lo que constituye un “hogar”.
› Por Dolores Curia
¿Qué tan viejo es hablar de las nuevas familias? ¿Nuevas según quién? ¿Nuevas si se toma como origen el reconocimiento de derechos que han traído, por ejemplo, la ley de Matrimonio Igualitario o la de Fertilización Asistida? ¿Novedosas porque están incluso varios pasos por adelante del flamante Código Civil (nacido con delay en el punto en el que limita la filiación a solo dos personas, por citar uno). La familia del futuro –si es que esa fórmula sirve para englobar todos esos ensambles y alianzas amorosas posibles por fuera de la norma binaria y sanguínea– siempre estuvo entre nosotrxs. Un nuevo continente, la obra escrita y dirigida por Sofía Wilhelmi, es una historia íntima y política sobre lo que tres personas entienden por esa plasticidad de los afectos, que no es nueva, pero que para ellos sí implica un salto hacia lo desconocido, hacia el abismo.
Tom y Jackie son una pareja que avanza a los tumbos entre la falta del dinero o de motivación, y entre los celos, todo lo que no se dicen y violencias asimiladas. Jackie está de varios meses de embarazo y enseguida sabremos que el padre de la criatura no es Tom. No sólo porque él no ha puesto la semillita, si no fundamentalmente porque no es ése su deseo. En este plan Jackie, que sí quería tener un hijo, no está sola, la acompaña Sebastián, hermano de Tom. En este proyecto al que han adherido lxs tres, Sebastián puso el material genético y las ganas. El hermano en discordia no vive con ellxs pero se va acercando cada vez más a la intimidad de esta pareja que se hunde, sin que quede muy claro si en sus manos trae un salvavidas o un yunque. El embarazo sigue su curso a través de las escenas y Tom va viviendo su decisión de no participar de la crianza cada vez con mayor incomodidad, e incomodando de paso a todxs lxs demás. Tom es un artista de una única obra, que vive sus días en espiral. Jackie es su pareja desde el colegio secundario y tiene una asombrosa capacidad para seguirle la corriente. El trayecto de Sebastián, al contrario, es recto. Siempre hacia delante. Y eso mismo hace con este proyecto de paternidad: compra el ajuar, acompaña a las ecografías, empieza a dibujar un calendario de crianza. Sebastián y Tom viven en dimensiones que se muestran paralelas -arte versus pragmatismo / conflictos existenciales versus soluciones materiales-, y pronto estalla la guerra que se mantenía silenciosa.
El tono es el de la comedia light. Ni retrato aleccionador sobre las bondades de lo diverso ni relato amordazado por la corrección política. Si Un nuevo continente hace reír, en parte debe ser porque tanto la idea de la familia “nuclear” como medida de todas las demás como aquellas experiencias que van desarticulando el binomio papá/mamá son el blanco del humor. La obra comienza arriesgando una respuesta para la pregunta “¿Los bebés vienen, necesariamente, de un papá y una mamá que se quieren para siempre?” Pero deja abierta la puerta para muchas otras que surgen luego: ¿Cómo hacer para cambiar el eje de la posesión del/la niñx (¡es mío! ¡es tuya! ¡es nuestro!) por una red firme de adultxs que lo cuiden? ¿Cómo harán estos dos hombres que pelean por ocupar un mismo rol para aprender a habitarlo juntos? Y sobre todo: ¿quién puede arrojar la piedra y decidir dónde empieza y dónde termina aquello que algunos llaman “familia disfuncional”?
Un nuevo continente se puede ver en el marco de Proyecto Familia los viernes a las 21 en el Centro Cultural Ricardo Rojas, Av. Corrientes 2038, CABA.
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