Vie 19.08.2016
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ENTREVISTA

¿Por qué sólo las feministas hablan de aborto?

La antropóloga mexicana Marta Lamas, voz fundamental de los feminismos latinoamericanos y referente histórica, no ha temido recorrer caminos alternativos en la lucha y el debate por el aborto: el proceso que terminó con la despenalización en el DF en 2009 y en el que ella participó corriéndose deliberadamente del feminismo, fue tildado de reformista. “Tomé ese camino para conseguir un objetivo radical”.

› Por Mariana Winocur

Dice las cosas sin tapujos, certera, y pone el dedo en las llagas de una sociedad machista, desigual y violenta. La antropóloga Marta Lamas, mente brillante y feminista ineludible en la región por sus aportes sobre el género, recorre las luchas que todavía faltan transitar por una vida libre de violencias y discriminación. En esta nota admite sin titubeos que para poder trabajar en la despenalización del aborto decidió salir de la dinámica del movimiento feminista, “porque era muy democrática y muy horizontal, pero a mi juicio muy lenta e ineficaz”. Y si bien reconoce que es positivo hablar de violencia de género en los medios, ese factor “no tiene el menor impacto en la vida de las mujeres, cuando el problema de fondo es el mandato cultural de la masculinidad, que nadie lo está tocando”.

Es en una de sus publicaciones más recientes, “El largo camino hacia la ILE. Mi versión de los hechos”, donde cuenta precisamente su versión de cómo se logró la despenalización del aborto en la Ciudad de México. Ahí explica por qué decidió salir de la dinámica del movimiento feminista y fundar una pequeña organización: el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE).

¿Se puede sintetizar en dos párrafos la experiencia de despenalización del aborto en la Ciudad de México?

-La primera vez que las feministas piden la despenalización es en 1936, ¡y nos tardamos 71 años en conseguirla para la Ciudad de México! En mi caso, que entré al movimiento cuando empezó la segunda ola del feminismo, en 1971, me tardé ¡36 años! Esto quiere decir que es un proceso largo, complejo, y que no se dio solamente por el trabajo de los grupos feministas sino también por todo un entramado de aliados (escritores, periodistas, científicos, médicos, etcétera) que tomaron el tema no como un asunto exclusivo de las feministas sino como suyo también. Además hubo una coyuntura política en 2006 cuando el partido de izquierda, el PRD, creyó que le robaron la elección (hubo una diferencia ínfima). Sin embargo ese partido sí gana la Ciudad de México y entonces decide ir a fondo con la despenalización, en una especie de revancha contra el partido conservador (PAN), por lo que vivió como un fraude electoral en la elección presidencial. Sabían que para el PAN la despenalización iba a ser muy dura y lo fue, porque el entonces presidente Felipe Calderón recurrió a la Procuraduría General de Justicia y a la Comisión Nacional de Derechos Humanos para meter acciones de inconstitucionalidad.

Lo que sucedió, describe Lamas, fue algo así como “Ah, ustedes nos hicieron trampa en las elecciones, entonces en la Ciudad de México vamos a despenalizar”. Esa coyuntura abrió una ventana de oportunidad y el movimiento feminista y sus aliados estuvieron muy bien preparados para aprovecharla. “El 27 de abril se cumplen nueve años con la despenalización y el proceso es una maravilla: más de 200.000 mujeres han abortado gratis y sin complicaciones. El sueño de `aborto libre y gratuito` con el que iniciamos en los `70. Ahora bien, esta maravilla no fue solo consecuencia del activismo feminista de años, sino de una coyuntura política que favoreció su consecución. Hubo voluntad política de una izquierda liberal, y enojada, y también hubo convencimiento de otros partidos, pues además del PRD otros cuatro partidos votaron la despenalización, lo que implicó una mayoría aplastante. Pero si el PRD hubiera ganado las elecciones no sé si habríamos podido despenalizar tan rápido.”

¿Cuáles fueron las lecciones aprendidas?

-Que convertir al aborto en un servicio de salud gratuito en los hospitales públicos es un proceso muy largo, y que no es un tema sólo de las feministas, que necesitamos a muchos otros sectores. En GIRE sacamos solicitadas con firmas de Octavio Paz, Elena Poniatowska y otros intelectuales (que son símbolos en el país) exigiendo que el aborto se despenalizara; trabajamos con los periodistas para que hablaran distinto del tema. Nos reunimos con médicos, trabajamos con el Colegio de Bioética, en fin, mucho cabildeo con figuras de los partidos políticos y representantes ciudadanos. Es muchísimo lo que se tiene que hacer, y lo hicimos entre varias organizaciones que nos habíamos unido en una alianza. Pero la coyuntura política fue fundamental.

En los años de lucha por despenalizar el aborto resolvieron decir que GIRE no era un grupo feminista, sino una organización ciudadana con objetivos feministas. ¿Cuál fue la razón para decidir dejar el feminismo explícito de lado?

-Lo que yo decidí fue salirme de la dinámica del movimiento feminista. Había entrado en 1971 y estuve veinte años en una dinámica de hacer marchas, de pedir aborto libre y gratuito, de tener reuniones interminables donde a la siguiente vez que nos veíamos llegaban cinco personas que no habían estado en la reunión anterior y cuestionaban todo lo que se había decidido. Era muy complicado definir cualquier acción, había disputas, distintas orientaciones, tendencias, protagonismos. Al principio era estimulante, luego se convirtió, para mí, en un infierno. A finales de 1991 me salgo de esa dinámica, no del movimiento, para hacer una estructura de intervención distinta, una oficina chiquita que tenga la posibilidad de responder rápidamente ante la coyuntura. Entonces, si un obispo decía algo en contra, al día siguiente salía una solicitada firmada por los mejores intelectuales del país contestando la imbecilidad del obispo. Así es como creo GIRE, que va creciendo y se va convirtiendo en una organización que cambió la forma en la que se habla de aborto, y eso impacta también sobre la forma en que se lucha por la despenalización: mediante la ampliación de causas de no punibilidad por aborto (reformas en el Código Penal) y con intervenciones simbólicas, como las solicitadas. Se pasó de plantear “mi cuerpo es mío” a insertar el aborto como un tema de democracia, de justicia social y de salud pública.

Pero fue muy criticada por ser reformista.

-Claro que fui muy criticada. Muchas feministas se sienten revolucionarias, pero yo asumí un “objetivo radical con métodos reformistas”, como dice Saul Alinsky. Logramos así varias reformas legales, hasta que conseguimos la despenalización en 2007. Cambiamos el discurso de los intelectuales y políticos, trabajamos con los medios de comunicación, habíamos hecho cabildeo a tomadores de decisiones. Nuestra diferencia básica fue que no hicimos trabajo de base -que es muy importante- porque nosotras queríamos hacer otra cosa, crear un discurso distinto y tomar un camino distinto.

¿Sigue siendo mal vista la palabra feminista para impulsar causas como la despenalización del aborto?

-Creo que sí. El feminismo ha tenido en contra a las iglesias, en especial a la católica, a los grandes consorcios empresariales, en especial a los de la moda y los cosméticos. Las revistas “femeninas” han transmitido una imagen de las feministas como unas amargadas, peludas, unas feminazis. A eso se suman algunas acciones feministas radicales que han generado mucho escozor. En este momento, el feminismo es una palabra que, por un lado tiene mala fama y, por otro, las chicas jóvenes (muchas son hijas de mamás feministas), repudian parecerse a sus madres. Ellas dicen “no soy feminista pero estoy a favor de la despenalización del aborto” o “no soy feminista pero estoy en contra de la violencia hacia las mujeres”. Te recitan la agenda feminista negándose a ser calificadas de feministas. Las jóvenes tendrán que cambiar en algún momento el término y buscar una palabra más incluyente pero sí, feminismo es una palabra incómoda y son pocas las mujeres que la asumen en público.

Esa estrategia que se usó en México de “objetivos radicales pero con métodos reformistas”, ¿qué ventajas trajo?

-No es una cuestión de ventajas o desventajas, sino de decisiones que se toman en función de tu coyuntura y de circunstancias particulares. Soy una mujer privilegiada, que vengo de una familia con capital económico además de capital cultural y social. Pero aunque soy de izquierda, a estas alturas de la vida no me veo haciendo la revolución. Cuando decido salirme de la dinámica del movimiento es cuando me doy cuenta de que si no conseguimos aborto libre y gratuito movilizando a las mujeres en la calle, tiene que haber otro camino. No es la fuerza del argumento ni la importancia del aborto lo que van a hacer que los poderes político, económico y eclesiástico acepten el aborto. Hay que buscar otras estrategias. Y es ahí que pienso en las reformas al Código Penal. Y también ese reformismo implica aceptar que hay gente en el poder que puede ser aliada. Que no todos los que están en el poder son jodidos y que hay que abordarlos y dirigirse a ellos de manera respetuosa, inteligente y convincente, para que tomen decisiones sobre los temas que nos importan. Lo impresionante es cómo les puedes cambiar la vida a muchísimas personas con pequeñas reformas.

A lo largo de estos años de lucha hubo muchos cambios en el discurso para hablar del aborto. Dejaron de lado “mi cuerpo es mío”, prefirieron “despenalizar” a “legalizar”, sumaron argumentos de justicia social y salud. ¿Por dónde pasa el discurso del aborto hoy? ¿Hay algo que se pueda replicar en la Argentina para conseguir la despenalización?

-En la Argentina el discurso jurídico tiene mucha fuerza. Creo que se podría sumar el discurso del jurista italiano Luigi Ferrajoli sobre el derecho a la diferencia sexual y cómo el aborto es un derecho exclusivo de las mujeres porque existe la diferencia sexual. Hace años estuve en Buenos Aires, en reuniones donde las feministas discutían sobre aborto. Les conté la experiencia de México, sobre la perspectiva de que el aborto es un tema de democracia y que hay que involucrar a un sector amplio e importante de la sociedad progresista. De ahí las solicitadas de intelectuales. Les dije que me sorprendía la cantidad de escritores, cineastas, etcétera que tienen en la Argentina, pero yo no veía que las feministas estuvieran trabajando para que se manifestaran. La sensación que tuve fue de que “eso funciona en México pero aquí no”. Entonces me callé. El contexto cultural de nuestros países es muy distinto.

El tema de la despenalización del aborto suele generar adhesiones, pero en privado. Si se trata de movilizar a la ciudadanía, no es muy frecuente que se logre que personalidades destacadas hablen, que las personas tomen las calles para reclamar por este derecho. ¿Cómo lograr aprobar una ley que despenalice el aborto sin multitudes que respalden públicamente el proyecto?

-Por una coyuntura propicia y un largo y constante trabajo para aprovecharla. Se requiere volverla una causa de interés para otros sectores. Y para eso, en México cuentan mucho las grandes personalidades. Artistas, científicos, intelectuales. Cuando fui a ver a Octavio Paz para hablar de aborto, él no sabía que no era legal, estaba sorprendidísimo. Hay que hacer una estrategia mediática y ver qué figuras tienen un peso simbólico importante. Igual, no sé si en la Argentina esto va a funcionar.

¿Eso es más efectivo que la movilización de miles en las calles?

-Si realmente salen miles a la calle sería genial. En México nunca logramos ser miles en la calle. Además, se necesita intervenir en todos los niveles: mucha gente en la calle pero también convencer a los tomadores de decisión, a las figuras públicas, a los que tienen capital simbólico.

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