FEMINISMOS
Sobreviviente de más de un atentado contra su vida por defender el territorio en que vive y el que habita –el territorio tierra y el territorio cuerpo, según su descripción–, Lola Chávez estuvo de paso por nuestro país para dejar, por un rato, de mirar sobre su hombro buscando al sicario de turno que la persigue. Es maya k’iche, hermana de lucha de Bertha Cáceres, feminista comunitaria –categoría que explica en esta nota– y parte del Consejo de Pueblos Mayas. “Yo soy Lolita” es el nombre de una campaña internacional en su defensa que mujeres de todo el mundo llevaron adelante después del último intento de asesinarla, poniendo el propio rostro sobre el cuello de esta mujer menuda, emulando el modo en que sus compañeras la cubrieron, asumiendo todas el mismo nombre cuando los agresores entraron al ómnibus que las transportaba. Ya está de vuelta en su tierra, ahí donde enfrenta la explotación de inmensas empresas como las que intentan monopolizar la producción de semilla, allí donde denuncia no sólo el patriarcado colonial sino el que preexistía en su comunidad.
› Por Claudia Korol
Lolita Chávez es una mujer maya k’iche’. Pequeña, gigante, llegó a estas tierras para respirar un momento, asediada como está por amenazas, ataques, agresiones, en la Guatemala violenta.
Lolita ríe, llora. Tiene dolores de cinco siglos. Guarda secretos milenarios. Danza para rehacer el mundo con sus pies. Ella habla, cuenta, levanta, abraza, sostiene. Es sanadora de las almas rotas y de los cuerpos lastimados por el patriarcado capitalista y colonial.
En largos diálogos “fuera del tiempo”, Lolita nos ayuda a encontrarnos, reconocernos, escucharnos, cicatrizar heridas. No se trata de una propuesta de salvación individualista, que nos aleje de los sentidos del mundo que queremos cambiar, sino de la posibilidad de fortalecer nuestra identidad, nuestro deseo, nuestra fuerza, para reiniciar la lucha colectiva y la invención de nuevos mundos, las veces que sea necesario.
Lolita Chávez es tejedora de libertades. Su cuerpo está tallado en la madera del bosque inalcanzable. Está hecha de árboles y de ríos. Por eso ríe el mundo. Por eso canta el mundo. Por eso riega el mundo. Por eso hace de la sombra, abrigo y luz.
Lolita nos cuenta que k´iche´, en su idioma, quiere decir “muchos árboles”. “K´i” significa muchos, y “che´e” significa árboles. Lolita es una che, de las muchas que forman el bosque embrujado de las rebeldías feministas. Es una hermana agredida en su territorio, por quienes creen que todo se puede comprar y vender, hasta el aire, hasta el agua, hasta la vida de los pueblos. Con ella no pudieron. Cuida y defiende el territorio cuerpo y el territorio tierra, no para conservarlo como fue, sino para crear desde allí nuevos horizontes de libertad.
Lolita Chávez hace comunidad con su mirada. Con ella volvemos a mirar la vida. Y la encontramos linda, a pesar de los pesares.
Lolita sintió la muerte cerca, pero eligió vivir. Ella hace del “buen vivir” un caminito, por el que es precioso andar. Aquí, el encuentro tejido con su palabra y sus miradas del mundo.
Nací en Santa Cruz del k’iche’, en Guatemala. Mi pueblo se llama k’iche’. Es un nombre milenario, ancestral. “K’i” significa muchos, y “che” significa árboles. Estamos en la montaña, donde entretejemos nuestras redes de vida con los árboles, los animales, las personas, y otras diversidades. Somos un pueblo de guerreros y guerreras, que quisieron exterminar, pero acá estamos, vivos, vivas, y luchando. Yo llevo el ser guerrera y el ser revolucionaria en la sangre. Mi mamá, Juanita Ixcaquic, fue parte del movimiento revolucionario de Guatemala. Mamé el ser revolucionaria, y eso me da mucha fuerza, mucha vitalidad. No sólo defendemos nuestra vida. Defendemos también el territorio, la expresión de nuestra historia, nuestra identidad, nuestro idioma. Hubo un tiempo que era como pecado hablar en nuestro idioma k’iche’. Hablábamos a escondidas. Defendemos también nuestra expresión espiritual, hacemos nuestras ceremonias. Danzamos con el fuego, con el aire, con el agua. Defendemos el territorio contra las empresas mineras, no dejamos entrar a los cableados de alta tensión, a otras expresiones de proyectos de muerte. Es la enseñanza histórica de nuestras ancestras y ancestros.
Soy parte de un movimiento de pueblos, el “Consejo de Pueblos K’iche’s, por la defensa de la Vida, Madre Naturaleza, Tierra y Territorio” (CPK). Tenemos un nombre extenso, para que no quede la menor duda de nuestra naturaleza y del por qué existimos. Desde siempre hemos tenido un proceso largo de organización comunitaria, en base a las asambleas, que son parte del Consejo. Esas asambleas dan origen a las fuerzas de libre determinación. Hacemos consultas comunitarias de buena fe, a través de todos los tiempos. También hemos hecho consejos trascendiendo fronteras, y está el consejo de pueblos maya, el CPO, que es donde nos articulamos los pueblos.
Es un entretejido que realizamos dando a conocer que las violencias tienen que erradicarse desde las raíces. No sólo las violencias de los patriarcados occidentales, sino también las de los pueblos originarios. Cuestionamos al patriarcado occidental, que conocimos hace más de quinientos años, pero también al patriarcado ancestral milenario, de un pueblo como es mi pueblo, el pueblo maya, que tiene sus orígenes de miles y miles de años. Hablar del patriarcado impuesto por Occidente es fácil. Fue algo impuesto, nos violenta. Pero es necesario reconocer también a los patriarcados ancestrales, que son milenarios. Es un desafío muy profundo que estamos asumiendo en los territorios, generando comunidades y enfrentando los machismos que quieren acallarnos, que nos acusan de traicionar nuestra cultura.
Nosotras los vamos conociendo en nuestros diálogos en las Asambleas de mujeres, y a través de la educación popular feminista, que nos lleva a estos análisis más profundos. En nuestro idioma no existe la palabra patriarcado, pero sí lo vivimos, lo sentimos y lo pensamos. El patriarcado ancestral originario tiene su propia expresión, sus propias bases de verdades que cuestionamos.
Las asambleas de mujeres son espacios muy nuestros, muy de confianza. Hablamos del poder desde la cama. Hacemos estadísticas de cómo quedan nuestros cuerpos en las relaciones sexogenitales. Hemos visto en las asambleas que en las relaciones sexuales, el 100 por ciento de los cuerpos de las mujeres quedan abajo. Expresamos qué sentimos cuando quedamos abajo de los cuerpos patriarcales, machistas, de varones que creen que nuestros cuerpos son propiedad de ellos. Podemos decirnos lo que no nos gusta, lo que nos duele, lo que nos molesta. También lo que deseamos, lo que nos gusta. Hemos analizado en talleres, por ejemplo, el funcionamiento del clítoris. No lo sabíamos. Ahora decimos que reconocer el clítoris en nuestro cuerpo es estratégicamente político.
Enfrentar la violencia patriarcal significa romper con el silencio creado por muchos siglos de violencias contra las mujeres. ¿Cómo lo están haciendo?
Hay muchas opresiones que han sido silenciadas en la historia milenaria. Cientos de años que nuestros cuerpos han tenido que callar, nuestras mentes han tenido que silenciar, y nuestros espíritus han tenido que apaciguar, por situaciones en donde hay mucho riesgo, mucha opresión. Que se acabe el silencio, son los caminos que estamos ya tejiendo. Es muy lindo recordar cómo varias hermanas fuimos expresando nuestra voz, rompiendo esa prisión que llevamos adentro. Es una prisión, porque el silencio no viene solo. Se une con las culpas, con lo que se piensa que es pecado, que hay que confesar a Dios, porque se cree que Dios va a liberarnos. Una de mis primeras rebeldías desde pequeña, fue cuestionar la existencia de Dios. A mí me llevaban a la iglesia, y me caía re mal hincarme de rodillas, y repetir una frase: “Yo no soy digna de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para sanarme”. Yo decía: “¿a cuénta de qué se dice que yo no soy digna? Después decía: “una palabra tuya bastará para sanarme”. Yo estaba enferma. Tenía lombrices. Había mucha desnutrición. Habían expresiones fuertes de violencia cotidiana sobre mi cuerpo, sobre mi ser. Y ese Dios no me sanaba ni las lombrices.
Yo respeto lo que crean cada una de las hermanas o hermanos, pero no las creencias que nos hacen aceptar las humillaciones y violencias como algo natural. También valoro a muchos sacerdotes y religiosxs que fueron parte del movimiento revolucionario, y que establecieron complicidades con nuestras luchas como pueblos. Lo que cuestionamos son las relaciones de poder de los diferentes patriarcados, como es el patriarcado occidental, el patriarcado ancestral originario, y el entronque que se da entre ellos.
Hay quienes hablan de la cosmovisión maya como algo sagrado, como si fuera un pueblo armónico, equilibrado. No se habla de las múltiples opresiones. Nosotras respetamos los principios y valores que nos unen, nos fortalecen, nos dan vida y esperanza; pero estamos en contra de las verdades absolutas que se creen perfectas, mejores y únicas, y generan violencia en nuestros territorios cuerpos, y de otros cuerpos también, como los de niños, niñas, jóvenes, ancianos, ancianas. Eso vamos a denunciarlo, sí o sí. Yo les digo a las mujeres que creen en el relato de la armonía: “Vayan a vivir a mi pueblo, a mi casa, a mi cama, para ver cómo es”.
Las feministas comunitarias hemos dicho que no vamos a aceptar dogmas. Que aunque sean ancestrales, si nos hacen daño, los vamos a enfrentar.
Esto no sucede sólo en el territorio maya k’iche’. En otros territorios escuchamos expresiones parecidas. Miles de mujeres hemos sufrido violencias sexuales. Hay que decirlo. Las mujeres Ixiles nos han alimentado el espíritu de esperanza, con sus denuncias de las violaciones sexuales que sufrieron como parte del genocidio. Lo han expresado en los juicios, como el del genocida Ríos Montt. Eso significa liberarse del silencio. También muchas hermanas sufren cuando van a las ciudades a trabajar en casas particulares, donde nuestros cuerpos se vuelven propiedad privada, cosa, mercancía barata. Pasa en Guatemala que hermanas mayas se van a la capital o a EE.UU. a trabajar en casa particular, y eso es bien jodido, porque pasan a ser propiedad de los machos violentos. Se dan violaciones sexuales sistemáticas. Las hermanas van a vivir a las casas, y se cierran las puertas. Cuando voy a la Capital, y veo esas casas lujosas, con vidrios especiales, yo pienso: “Tal vez adentro hay una hermana que esté pasando por esas situaciones”.
Recuerdo cuando rompimos el silencio contra los militares, que estaban llevando a nuestros hijos a reservas militares otra vez. Ya habíamos pasado la guerra y los acuerdos de paz, y volvía esa formación militar a nuestros pueblos, para apropiarse del cuerpo de nuestros hijos. Ahí las mujeres nos unimos y dijimos que “no íbamos a parir más hijos para la guerra”. Era una frase que llegaba de otros territorios feministas. No sabíamos si venía de Europa, de África, de Asia, de Argentina, de Honduras, de Colombia. Sabíamos que esas frases estaban. Eso nos unió. Se lo dijimos a los militares, al Congreso, al Ministro de la Defensa.
El feminismo comunitario es una experiencia muy liberadora, pero no es fácil. El sistema nos quiere matar en vida. Hay hermanas que fueron desterradas de sus territorios, por declararse feministas comunitarias, por eso les pedimos a los feminismos del mundo que nos acuerpen. Volvamos a la tierra, y nos reconozcamos como seres que generamos vida, y no seamos cómplices de los patriarcados, el racismo, y el capitalismo, que está realizando una cuarta invasión contra nuestros pueblos.
Cuando hablan de territorios ¿a qué se están refiriendo?
Los territorios los estamos conceptualizando no sólo como espacios físicos, sino como expresión de la historia, la expresión del arte, de la cosmogonía, de nuestra herencia. Todo lo que se vive en comunidad, en esa relación con los elementos cósmicos: el aire, la tierra, el agua, las montañas, el sol, pero también la humanidad. Cuando hablamos de territorio nos referimos además a nuestros cuerpos, que han sufrido mucha violencia, a través de los poderes que se imponen a través de los hombres, de los patriarcados, del capitalismo, de la gente blanca, del racismo. Tenemos que liberar los territorios cuerpos de las múltiples opresiones. Tenemos ahí un compromiso con las abuelas y abuelos, y también con las nuevas generaciones. Un compromiso cósmico intergeneracional en la red de la vida. Si nosotros tenemos derechos, nuestros hijos e hijas también tienen el derecho de vivir en armonía con la biodiversidad.
¿Qué significa esta cuarta invasión?
Hemos vivido desde la colonización, una primera invasión, a la que Occidente llama “descubrimiento”. Es una gran mentira que se maneja. Luego vino la imposición del Estado de Guatemala, racista y excluyente.
Después tuvimos la guerra de 36 años, que fue un tremendo genocidio. EE.UU. tuvo un intervencionismo fuerte, profundo, en nuestro territorio, que hay que denunciar, para que no se repita, para que nos cuidemos. En esa guerra hubo genocidio, tierra arrasada, desapariciones forzadas. Seguimos exigiendo que aparezcan los hermanos y hermanas desaparecidas. En nuestro pueblo hay cementerios clandestinos donde enterraban a hermanos y hermanas. El ejército, que está en nuestros territorios todavía, impide que se busquen los cuerpos. Se firmaron los supuestos Acuerdos de paz en 1996, pero todavía estamos esperando que haya justicia.
Después de los Acuerdos de paz, vienen los Tratados de Libre comercio con EE.UU., en donde el modelo macroeconómico neoliberal de las potencias mundiales, en acuerdo con la oligarquía de Guatemala, abren las puertas a las empresas transnacionales para invadir nuestros territorios, sin consulta con los pueblos, y matando a quienes los enfrentan. Esas empresas no se cansan de tener jugosas ganancias. Van contra nuestras montañas, con las que convivimos. Nuestros territorios son estratégicos para ellos.
A mí me han querido asesinar de una forma cobarde. Ellos tienen sus militares, sus armas, sus capitales, sus medios de comunicación, sus jueces. Yo tengo un sin fin de demandas en mi contra. Han dicho que somos un atentado contra la seguridad. Yo denuncio a las empresas transnacionales que con codicia quieren entrar a nuestros territorios. Empresas mineras, hidroeléctricas, de monocultivos, de petróleo, y otras que provocan despojos, saqueo, muerte, represión. También denuncio internacionalmente, porque han habido muertes en nuestros territorios, por decir no a la minería, no a las hidroeléctricas, por defender los territorios, los bosques, las montañas, por decir sí a la vida. Mataron a hermanos, del mismo modo que asesinaron a Bertita (Berta Cáceres) en Honduras. Nos indignó mucho su crimen. Ella es fuerza de luz, de lucha, ella es fuerza de vida. Es una gran hermana, que no murió, se multiplicó. Es semilla. Pero queremos y exigimos justicia por todos los crímenes.
Una de las batallas importantes que han ganado, es contra la privatización del maíz
¡Sí! Es que no podíamos creerlo, porque somos pueblo y gente de maíz. Desde nuestros orígenes, en el Popol Wuh, se expresa que somos gente de maíz. El maíz no es sólo una expresión gastronómica. Es una relación cósmica de expresión del pueblo. En nuestras vidas celebramos la comunidad de la milpa, que no es sólo el maíz, porque hay otras plantas que se entrelazan con el maíz, como el frijol, el ayote. Un día nos enteramos que los congresistas de mierda que están en Guatemala, pasaron la “Ley de protección y obtención de vegetales”, que es un atentado contra nuestra esencia. Era impensable la idea de privatizar el maíz. Primero nos reíamos, pero era verdad. Ellos querían entregar la propiedad privada de nuestro maíz a Monsanto, a Bayer. Salimos no sólo el pueblo maya, xinka, garífuna, toda la gente de Guatemala, y logramos que se derogara esa ley. Cuando decimos semillas, nos referimos a algo más amplio. Nosotras también somos semillas. Bertita es semilla que se está multiplicando. Así hay semillas ancestrales de frijol, de maíz, que corren libres por la tierra. No es ni puede ser algo privado. En el mundo de Occidente la gente está privatizando su propia vida.
Sos parte de la “Red de Sanadoras del feminismo comunitario”. ¿Cómo es esta experiencia?
Es parte del tejido que está reconstituyéndose en Guatemala. Son tejidos que estamos teniendo como mujeres sanadoras ancestrales desde los feminismos comunitarios. Esto lo hacemos porque reconocemos que las múltiples opresiones han dejado huellas y secuelas en nuestras vidas. No es fácil sanar las consecuencias de represiones y de múltiples opresiones permanentes. Decir: “aquí estoy, estamos vivas”. El que yo hoy pueda decir “aquí estoy”, a pesar que me han querido eliminar, que me han amenazado de muerte, que me han querido violar, y que el sistema quiere asesinarnos, es porque nos “acuerpamos”. Es una fuerza que nos damos, porque estas opresiones generan enfermedades que se expresan en nuestros cuerpos. Cuando estamos tristes, enojadas, cuando sentimos impotencia porque no hay justicia, porque hay impunidad frente a las hermanas asesinadas cruelmente, las que seguimos vivas a veces nos cansamos, hay depresiones individuales y colectivas. A veces nos falta inspiración, y ahí estamos nosotras. Analizamos los patriarcados, las relaciones de poder jodidas, y nos conectamos con otras hermanas en red. Aprendemos a sanar juntas. Decimos: “sanando tú sano yo, y sanando yo, sanas tú”.
Sanarnos es necesario para fortalecer las luchas de nuestras comunidades, y enfrentar las hipocresías. Por ejemplo, en una de las asambleas con hombres, mujeres, niñas, en la que preparábamos la lucha contra una minera, un compa nos cuestionaba que hablábamos bajito contra la minera. Estábamos ratificando nuestro compromiso de lucha contra Gold Corp, y nos cuestionaba que las mujeres hablábamos muy bajito. Le respondió su compañera, su pareja: “Ah, ¿querés que hable con más fuerza? No me quites entonces la fuerza en la casa. Porque vos me golpeás, me violentás”. Así se habla en asambleas de las comunidades. Eso también es romper el silencio. Ella lo dijo porque lo habíamos tratado en las asambleas de mujeres. Ella tuvo ese valor porque no la dejamos sola. El patriarcado está quitando el poder a las comunidades, nos quita fuerza. Entonces les decimos a esos violentos de nuestras comunidades: “ah, sos cómplice de la empresa transnacional, porque nos quitás fuerza desde la casa”.
Por todas estas luchas, te han criminalizado, y sufriste diferentes atentados. ¿Cómo te ubicás frente a estas tensiones?
Sufrí muchas agresiones, pero también una gran solidaridad. Una vez me intentaron asesinar. Íbamos varias hermanas en un bus, de regreso de una actividad, y varios sicarios lo interceptaron. Subieron al bus, y preguntaron: “¿quién es Lola Chávez?”. Yo iba a pararme y decir, “yo soy”, pero una hermana me detuvo con la mano, y me quedé en suspenso. Ahí otra hermana dice: “Yo soy Lolita”. La jalan y la empiezan a golpear, porque son gente sangrienta. Era indignante. Otra hermana dijo entonces: “Yo soy Lolita”. La bajan y la golpean. Le quitan los dientes de un golpe. Una tercera hermana dijo: “Yo soy Lolita”. Cuando la bajan, aparece la comunidad para auxiliarnos, y los sicarios se fueron en moto. Yo quedé muy mal, caí, no le encontraba sentido a la vida. No quería vivir más. Es que el opresor se mete adentro, y me estaba matando. Salió entonces una campaña internacional: “Yo también soy Lolita”. Empecé a recibir mensajes de muchas mujeres que me escribían, y ponían sus caras en una foto mía. Mujeres de todos los colores, con ojos diferentes. Ojos claros, oscuros. Ahora admiro los ojos, los colores de la piel, porque empezaron a darme vida. Me empecé a levantar. Gracias a eso yo estoy viva. Por eso veo la vida y su expresión con ojos de amor.
Ahora quiero denunciar que si algo me pasa, o si algo le pasa a cualquier hermano o hermana que estamos defendiendo la vida y nuestros territorios, yo responsabilizo al Banco Mundial, a USAID, al Estado de Guatemala, a las empresas transnacionales, al Ejército, a los aparatos de represión como el sicariato, a la oligarquía de Guatemala y a las oligarquías del mundo. Están llevando nuestras vidas. No nos ven como vidas humanas. Nos ven como territorios codiciados. Exigimos respeto a los derechos colectivos, a los derechos humanos que nombran tanto. Nada de eso se está respetando.
A mí me dicen bochinchera, conflictiva bruja, terrorista, puta, antidesarrollo. No somos terroristas. No somos violentas. No aceptamos el desarrollo occidental que nos mata como pueblos. Reconocemos que la humanidad no es el centro del desarrollo, como se cree en Occidente, sino un elemento más en la red de la vida. Decimos que lo que se está ofreciendo a través del neoliberalismo, de los patriarcados, no es el desarrollo que los pueblos queremos.
Sí soy bruja, porque somos hijas de las brujas que no pudieron exterminar. Somos brujas que nos fortalecemos en comunidad, que nos sanamos con nuestros saberes ancestrales, que fortalecemos nuestros sueños, nuestros cuerpos, para que las nuevas generaciones tengan fuerza y espíritu de vida. Aprendemos la vida danzando, cantando. Exigimos justicia, no más violencia contra los cuerpos de las mujeres, y la libertad de los territorios donde vivimos. Saludo las libertades territoriales que generan vida.
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