CINE
Planteada en esa línea de productos culturales que exponen maternalidades agotadoras y esclavizantes, El club de las madres rebeldes se queda a medio camino entre la comedia y la nada.
› Por Marina Yuszczuk
Amy está harta. Tiene dos hijos preadolescentes que apenas le prestan atención, a pesar de que se desvive cada día por atenderlos y combinar la vida laboral con la familiar sin morir en el intento. Los días para ella son todos iguales y frenéticos: a la mañana les prepara el desayuno, los lleva a la escuela y se va a trabajar. A veces sale antes del trabajo para ir a una larga y probablemente inútil reunión de madres, después todos vuelven a casa, Amy prepara la cena y trata de ponerle onda el rato en el que todos comparten la mesa. Ustedes pensarán que Amy es una de esas tantas madres solas que se encargan del trabajo, la casa y los hijos casi sin ayuda, pero no. Después de transcurridos varios minutos de El club de las madres rebeldes, la nueva comedia donde Mila Kunis interpreta a esta frenética mamá, descubrimos la verdad como en esas historietas que en el último cuadro revelaban el detalle que faltaba: Amy tiene un marido, bastante inútil por cierto, que no trabaja pero tampoco se le ocurre, aunque sea como compensación, ocuparse de los chicos o la casa. El dato es de máxima importancia porque estamos a punto de asistir a una hora y media de película en la que se nos demostrará que con algunos ajustes en la actitud con que encara las cosas, la vida de Amy puede ser mucho más linda.
El club de las madres rebeldes se plantea como la nueva comedia atrevida donde se quiere aggiornar la idea de maternidad a esta era de mujeres que eligen la maternidad por gusto y no por sacrificio, y que definitivamente no aceptan ese reparto de los roles y espacios que le dejaba al varón lo que estaba de la puerta de calle para afuera y a la mujer le asignaba lo doméstico. Para eso forma un trío de protagonistas, Amy, Carla (Kathryn Hahn) y Kiki (Kristen Bell) que en un momento entrarán en una guerra abierta y metafórica a la vez con la mamá modelo, Gwendolyn (Christina Applegate), la rubia perfecta que no trabaja y en el colegio pasa por ejemplar porque organiza ventas de pasteles sanos, no falta a ninguna reunión y tampoco se priva de criticar a esas que no paran de correr de acá para allá y siempre lo hacen todo un poco mal: las que trabajan.
Lo que aparece en clave de comedia alocada del tipo ¿Qué pasó ayer? es la posibilidad de que las protagonistas se saquen de encima de una vez por todas el esfuerzo sempiterno por hacer todo bien -o de lo contrario, morirse de culpa- a partir de un mandato que está hundido en el cerebro como un tornillo. Lo que sobreviene entonces es el mundo del revés: Amy se saca de encima al marido (no sin antes ir a terapia de parejas e intentar por todos los medios salvar a la familia), empieza a levantarse tarde y cuando los hijos atónitos le reclaman el desayuno les contesta con un revolucionario “Arréglense ustedes”. Lo mismo Kiki, mamá que se dedica exclusivamente a cuidar cuatro hijos sin la más mínima ayuda del marido. Juntas descubren que tener tiempo para ir al cine con amigas era solo cuestión de proponérselo y que no pasa nada si por uno o unos cuantos días no hacen comida casera, se pasean por la casa en piyama o se emborrachan en una fiesta.
Es maravilloso cómo el mundo se va ordenando alrededor de la transformación de ellas: hijos que quieren más a sus mamás versión rayadas, maridos que empiezan a ayudar dócilmente donde antes no lo hacían o en el caso de Amy, un nuevo pretendiente latino y hot que es todo dulzura y cuando la ve cansada, le ofrece una cita en su casa y prepararle un baño caliente. Como si las mujeres fuéramos realmente idiotas, El club de las madres rebeldes nos homenajea reconociendo nuestro múltiple esfuerzo y sugiriendo también que el mundo no se viene abajo si paramos a tomarnos un café -porque hemos trabajado duro y lo merecemos. Así, no hay un solo diálogo en toda la película que no esté lleno de consejos y bajada de línea: que lo que hacíamos así lo debemos hacer de esta manera, que no debemos sentirnos culpables si queremos tiempo para nosotras, y hasta podemos quejarnos de la maternidad y nuestros hijos siempre que cada vez, sin falta, rematemos la queja o el lamento con alguna variante de estas ideas: “¡Pero cómo amo a mis hijos!”, “¡Pero cómo me encanta ser madre!”.
Quizás sea el momento de aclarar que El club de las madres rebeldes está a cargo de dos guionistas y directores varones (Jon Lucas y Scott Moore). Y que claramente el límite que impone la cultura para mostrar el lado oscuro de la maternidad se termina cuando una puede decir “Estoy cansada”. O al menos hasta ahí llega la comedia, y lo que sigue es el reinado del terror, ese donde las madres enloquecen y atacan a las crías. Pero la particularidad de El club de las madres rebeldes es que está planteada no solo como película sino también como homenaje, regalito (ustedes, ¿lo aceptarían?), tarjeta del Día de la madre, porque no solo se repite hasta el cansancio durante la película que la labor de las mujeres que crían es loable y maravillosa, sino que en los créditos finales aparecen las actrices junto a sus madres reales contando lo lindas que fueron sus infancias, por qué las aman tanto, etc. etc.
Me fui del cine pensando que ninguna madre en su sano juicio se sentiría agradecida por semejante homenaje (para no hablar de hasta qué punto la película se hace la tonta con el hecho de que todas sus protagonistas están casadas con varones que no comparten el trabajo de la casa y la crianza), pero después pensé que si existen este tipo de productos diseñados para gustar, es porque evidentemente tienen un público que les da la bienvenida. Así como Sex and the city nos dijo que podíamos ser independientes y exitosas, sexys, divertidas y estar a la moda, Magic Mike XXL nos dijo que éramos diosas y merecíamos ser seducidas y mimadas y El club de las madres rebeldes nos dice que podemos relajarnos y tomarnos la maternidad con más humor y menos presiones, lo cierto es que está lleno de este tipo de productos que nos hablan (¿a los varones se les habla también?). Películas así parecen, si se las piensa como homenaje a las mujeres, la famosa licuadora para el día de la madre que hoy está muy cuestionada pero se ha reemplazado por un día de spa, algo así como un “Andá, ponete linda porque te lo merecés, has trabajado duro. Acá te esperan los platos sucios y el marido hambriento”.
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