DESTACADOS
› Por Marta Dillon
Cuando era más joven y heterosexual, teníamos con mis amigas una broma que describía esa falta de talento de tantos varones para imaginar el goce de las chicas: “... y entonces se convirtió en piedra pómez”. Puro tránsito desgastante, molesto; indiferente a la superficie que surca, a su sensibilidad; insistente hasta la paspadura. Tan irritante como la demanda por que se clarifique, se ubique, se jerarquice el lugar de los varones en el paro y la movilización del 19 de octubre. La última vez que la contesté fue el martes y ya sin ninguna paciencia ni corrección política ¿acaso no pueden correrse al menos un día del centro de la escena? ¿qué están preguntando de verdad? ¿si las pintadas performáticas en las paredes cada vez que marchamos son literales y vamos a salir a cortar badajos entre las piernas masculinas cada vez que los encontremos? ¿si somos todas “lesbianas resentidas” y no “mujeres cotidianas” las que desafiamos la tempestad para poner el cuerpo en la calle y que se escuche el ¡basta! tal como dijeron los periodistas de Radio Salta, Hugo Delgado y Maximiliano Rodríguez, en su programa diario? O como insistieron los audios que circularon por whatsapp, a todas luces grabados en estudio, con tonos dignos de una campaña “diversa” según los parámetros de Bennetton, cuando la marca fotografiaba bebes de distintos colores de piel como si se tratara de un catálogo. Audios en los que se arrastra la erre para decir “somos madres, amamos a nuestros hijos nacidos y a los no nacidos, defendemos a los hombres porque ellos también sufren la violencia”. Voces que podrían registrarse en un after office de San Telmo, compungidas porque “es tremendo, las mismas mujeres que están detrás de Ni Una Menos hostigaron gente en Rosario, destrozaron edificios...”, bla, bla, bla. ¿Qué corno están preguntando cuando insisten en saber qué lugar se les destina a ellos? ¿Acaso no se les ocurre buscarse uno o es que también hay que tenderles la alfombra igual que se les tiende la cama? Oh, bueno, hubo quien lo encontró y allí fueron los flashes a registrar su osadía, la piedad del opresor, él y sus músculos y su inmenso cartel en el que se declaraba semidesnudo y protegido entre “el sexo opuesto” y deseoso de que ellas sintieran lo mismo. Piedra pómez, podríamos decir como contraseña y reír en lugar de exhibir la falta de paciencia si no fuera porque esa pérdida de protagonismo se traduce después en crueldad. Múltiples formas de crueldad ocultas detrás de otra pregunta que también se formula como un mantra: ¿aumentaron los femicidios o es que se les da mayor visibilidad? No hay números, no podemos contestar a ciencia cierta, pero cómo se lee el femicidio de una joven en Rafael Calzada, el mismo día del paro, apuñalada apenas volvía de la marcha. Cómo se escucha la jactancia del femicida que creyó que podía matar él sólo a tres mujeres, dos niños y una niña, de los cuales sólo uno sobrevivió ileso. “Me sacaron”, fue la frase del tipo que se filtró en los medios, al mismo tiempo que su foto, casi un modelo de esas campañas publicitarias que estetizan la marginalidad para vender una chomba. “Ni una menos, las pelotas”, había dicho antes entre amigos, amigos que ahora filtran las conversaciones y es fácil imaginárselos con la boca abierta, una gota de baba cayendo sobre la solapa de la camisa, en la súbita comprensión que uno de los suyos había pasado al acto.
Uno fue el ejecutor –uno, o dos o tres, porque en la Patagonia también se registró un femicidio la semana que pasó y seguro que alguno más se nos pierde–, sí, pero su mano llevaba más que la botella rota con la que cortó la vida de tres mujeres. Llevaba también el estandarte repuesto de una masculinidad que chilla por su lugar en el mundo, que se victimiza y se expone en ese hombre al que se muestra desafiante con la pared de la celda detrás, el que hizo lo que había que hacer, el continuador de Ricardo Barreda que tuvo su estampita; otra performance, la del opresor, que se ríe sobre la sangre derramada o que se espanta cuando uno de ellos hace lo que le venían pidiendo de tantos modos: silenciar, ejecutar, ejercer el castigo ejemplar. Un perfecto héroe maldito en cuya imagen podrían mirarse tantos, al menos en el reflejo que replica la gota de baba que cae cuando abren la boca, atónitos porque uno pasó al acto.
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