PERFILES
› Por Flor Monfort
Hace unos años, la actriz norteamericana Gwyneth Paltrow fue declarada la persona mas odiada del mundo del espectáculo. Consultada por el título, otorgado por la revista Star Magazine, Gwyneth dijo no entender por qué nadie se la banca si ella es una madre como cualquiera, pero puestas sus declaraciones en caleidoscopio surgen otras menos ingenuas como “no puedo fingir ser una persona que gana 25 mil dólares por año” o “me clavaría un cuchillo antes que mis hijos tomen sopa instantánea”. Algo de ese espíritu de dedo en la boca venía administrando Victoria Vannucci desde su “exilio forzado” en Miami en sus apariciones públicas (casi todas en forma de videítos caseros en su twitter) que pasó de no comprender la bronca que se le dedica a declarar que le importa un pito.
Bien por la mención al miembro masculino porque todos los retuiteados alabando sus fotos con muñecos en bolsas de plástico o cascos dignos de la tortura medieval, son hombres que alaban sus curvas, y toda la historia de su actividad pública estuvo dedicada a adorar el falo, primero el de Cristian Fabiani, que empezó con una cruzada violenta contra Amalia Granata, la ex del jugador, y terminó con una denuncia penal por golpes e insultos contra él. Pero pronto Vannucci reemplazó deportista por empresario y su vida cobró otro vuelo: tuvo que convertirse al judaísmo, empezar a fumar habanos y encajar con la imagen del nuevo marido millonario, heredero del imperio BGH, que la llevó a su mundo de prácticas y roces y también le montó un local de lencería en la avenida Alvear, con opening de gala y alfombra roja. Pero antes, una tapa en la revista Caras glamurizando la violencia que había vivido, declarando que aún no había cerrado las heridas y desviando el foco del problema a un episodio del que pareciera que se puede salir en un abrir y cerrar de pestañas postizas. La belleza erótica de las piñas es innegable parecía decir la publicación que ama a las estrellas, y Vannucci tuvo que salir a defenderse sola del escarnio público. En 2011, la periodista de este suplemento Luciana Peker le dijo en el ciclo de entrevistas que comandaba Vannuci en ese entonces en CN23, ya propiedad de su marido Garfunkel, llamado Ciudad revelada, que la violencia no se puede revestir de brillo, a lo que la ex tenista respondió no haberse dado cuenta de lo que estaba haciendo, porque ella lo que quería era exorcizar sus penas. Pero parece que el momento reflexivo duró poco ya que su gusto por los cadáveres siguió desplegando sus alas, algo que en sí mismo no tendría nada de malo si no fuera porque Garfunkel es uno de los responsables del vaciamiento del Grupo 23 y del abandono a su suerte de 800 familias.
La dupla Garfunkel-Vannucci se tuesta al sol de la Florida porque en Buenos Aires “estábamos en peligro” pero se hacen un rato para la diversión y el buen gusto que los caracteriza matando animales en Africa, vistiendo indumentaria militar y jugando a las armas, ya que el olor a muerte les inflama las endorfinas. Lo cierto es que Vannucci carga con gran parte de los insultos, “puta”, “judía de mierda” y “asesina” mientras él insiste en que es una víctima más del verdadero malo de esta película, el villano Sergio Szpolski. Dedo en la boca para Garfunkel y su teoría de que a él también SS le debe plata.
Mientras tanto, Vicky declara enojadísima que lo suyo es arte y nada tiene que ver ni con empresas vaciadas ni con expresiones de violencia. Sin embargo, trabajadores del ex Grupo Veintitrés manifestaron el uso y abuso de Vannucci para defenestrar a sus enemigxs desde la revista El sensacional y cómo ella decidía tapas y contenidos, “desde donde se descalificaba y agredía a diversas mujeres de la farándula” como emitieron en un comunicado. Pero Vicky o Miriam, como la renombró el rabino que la convirtió al judaísmo, está enfocada en otras cosas, como llamar a la Granata el día del perdón para excusarse de haberle dicho, entre otras cosas, “gato barato”.
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