El primero y más leve tuit que se leyó fue “@CaroStanley es una joda no??” Antes bien ella, ministra de Desarrollo Social, tan maquillada en ese estilo nude que caracteriza a las féminas PRO y a “una nueva generación de mujeres que quieren estar espléndidas sin perder la frescura de cara lavada”, había lanzado #BellezaPorUnFuturo. Casi pasa de largo el pegoteo de palabras si no fuera porque se trata de un hashtag de la más pura y dura antipolítica macrista. No es irse muy de foco si se traen a colación aquellas épocas de Mauricio jefe de Gobierno porteño, cuando con ojo crítico exigía a funcionarias y empleadas domar las líneas. Dios lo librara de rellenitas, rollitos y redondeces renacentistas. Oh, sí, Caro Stanley no hizo la excepción, minimalista chic todoterreno capaz de lidiar con subcontratados, Máxima Zorreguieta o movimientos sociales, más ahora que se avecina diciembre y el diálogo podría romperse como los huevos en una canasta. “Acompañamos el lanzamiento del programa #BellezaPorUnFuturo donde jóvenes en situación de vulnerabilidad aprenden peluquería y maquillaje”, anunció con felicidad a menos de un mes del Paro Nacional de Mujeres, cuando multitudes tomaron las calles en el clamor urgente de una vida libre de violencias, con autonomía económica plena y políticas sociales inclusivas. CS optó por cristalizar otros principios y reversionar el reclamo central de empleo genuino por un menos pretencioso curso para 30 alumnxs que aprendan gratis peluquería y maquillaje, en sociedad con la empresa L´Oréal y la Fundación Pescar, creada en 2006 por Fernando Lucero Schmidt, directivo de la organización y vicerrector de la Universidad del Salvador. Recién en 2020 llegará a vislumbrarse algún resultado para apenas 1.500 personas. Lo que vale no es la intención cuando se trata de reproducir en serie estereotipos sociales donde las mujeres quedan atrapadas como moscas en la sopa, y menos aún cuando desde el propio Estado se promueve una mirada que encapsula a las más pobres como sujetas vulnerables y pasivas a quienes rescatar de su inmovilidad. “¿No tenés para comer? ¿Vivís en una villa sin cloacas ni asfalto? Tranqui: el Estado te enseña a delinearte los ojos”, bramaron las redes. “¿Para qué terminar el secundario si podemos ser peluqueras? El macrismo atrasa 50 años”.
Lo anunciado ahora con bombos y platillos existe desde el año pasado y sin necesidad de ofrecerle a una empresa multinacional una manera de lavarse sus activos, fue creado por un grupo de mujeres de la Villa 21-24 de Barracas tras el femicidio de Micaela Gaona, que las motivó a juntarse y reconstruirse fuertes. La Cooperativa Mika de Servicios de Belleza y Estética se propuso ser un manifiesto abarcativo de la inclusión que barra con nociones culturales elitistas y se pronuncie por trabajo libre, autogestionado y sin patrón. No pisan la misma vereda de “Belleza por un Futuro”, porque se les evidencia opuesta y ajena. “Nosotras no hablamos de personas en situación de vulnerabilidad sino de mujeres con derecho a trabajar y a transformarse en aquello que las va a insertar en el mercado laboral”, explica Florencia Orlando, una de las docentes de esta cooperativa junto con la abogada Gabriela Carpineti. Ambas sostienen que las polémicas deficiencias del programa que celebra Stanley están en el nudo de las políticas de gestión macrista. “El perfil que mejor les cuadra es la violencia de género, pero cuando empezamos a hablar de que el trabajo no es una bendición sino un derecho, de cooperativismo de mujeres, de estructuras y recursos, ya no conmueve tanto porque el sistema te prefiere víctima.” En cada uno de los contactos que tuvieron con organismos del Estado les propusieron volver a empezar bajo el ala de ong´s o fundaciones, incluso de Pescar, aún cuando ellas remarcaban que formaron cooperativa de trabajo convencidas de que lo que quieren y exigen son políticas públicas y un Estado presente sin intermediarios, comprometido a garantizar empleo. Les auguraron panoramas de crecimiento que nunca se concretaron, y con posibilidades mediadas por otras fundaciones y empresas privadas como “colaboradoras de un impacto social positivo”. La diferencia conceptual respecto de ´Belleza por un Futuro´, concluye Orlando, “es que entendemos al sujeto destinatario de las políticas sociales no como persona pasiva en situación de vulnerabilidad social que necesita ser subsidiada y apoyada por el Estado. Nuestra mirada sostiene que somos mujeres trabajadoras de distintas edades que necesitan construir a partir de la formación laboral un modo de vida vinculado al trabajo digno”. Dicen que Stanley les respondió vía Twitter un par de veces, que fueron convocadas para un programa del Ministerio de Desarrollo Social y les iban a dar recursos, pero las cosas quedaron ahí. “El eje donde se quiebra este discurso con moño que ellos construyen, tan cerrado y aceptado, es el de la política pública intermediada por una empresa multinacional y una fundación. En ningún lugar está el Estado presente, sólo en la foto que auspicia este proyecto.”
Detrás de las violencias y las vulneraciones se esconde una trama económica que feminiza aún más la pobreza para restar autonomía a las mujeres y dejarlas desprotegidas, a la intemperie de trabajos precarizados o desjerarquizados que refuerzan las desigualdades de género. El empleo femenino formal e informal corre peligro porque se profundiza cada vez más la inequidad económica y social en un escenario asfixiante de parches mediáticos con formato de proyectos cortoplacistas. Es la construcción del Estado lo que está en juego. Cómo se construye, para quiénes y con quiénes.
TRABAJO
CAROLINA MAQUILLADORA
El polémico programa Belleza por un Futuro que anunció la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, promueve que las mujeres pobres “y vulnerables” sean peluqueras y maquilladoras, en un sistema de gestión que profundiza aún más la feminización de la pobreza y la reproducción de estereotipos de género. Y no, no es un chiste, se presentó como una política pública.
Este artículo fue publicado originalmente el día 11 de noviembre de 2016