Se miran. Practican una sobre la otra una vigilancia calma que no puede eludir algún que otro estremecimiento. Especialmente en Ángela que disfruta al corregir, al pasar la mano por ese mueble que Andrea limpió sin dedicación y establecer allí, en ese paso sobre el movimiento de la otra, una especie de firma como si la tarea de servir implicara una autoría.
Una disciplina prolija alberga a las actrices de Un mechón de tu pelo. Ellas le dan a esa escritura coreográfica una teatralidad tan conciente de su ejecución como de esa pátina de museo que tiene la mansión en la que trabajan. Nadie parece habitar allí, como si se encantaran en una ceremonia extraviada que funciona como una escena completamente irreal, dispuesta para que ellas se conozcan. Un tiempo que entra en tensión con esta contemporaneidad, con ese presente que Andrea ofrece en su ropa de calle antes de dejarse transformar por esa ornamenta pulcra que es casi un fetiche para Ángela.
Las dos criaturas son examinadas en la dramaturgia de Luis Cano por contrastes. Si Ángela se complace en la obediencia, Andrea no se toma en serio su oficio. Están allí Las criadas de Jean Genet en un diálogo escénico pero aquí no habita la rebelión ni ese rencor histriónico de las muchachas francesas. Lo que queda es una especie de fantasía frente a los objetos como personajes hinchados por una sonoridad de maderas viejas, de casona perdida de la que Ángela parece ser el remanente de una época donde la subordinación delataba algún mérito.
Ángela declara no ser. Es alguien comprimido en la categoría de sirvienta, un ser hueco que expresa su necesidad de ser domesticada. Ella le enseña a Andrea su decálogo de la buena criada para que su subalterna la envuelva en mandatos. La idea de dominación se agitaba en Las criadas de Genet con esa malicia, con esa falta de piedad que el autor francés dibujaba en sus personajes. Clara y Solange no podían asesinar a la patrona, eran inoperantes y se quedaban rotas y muertas en la preparación de un crimen que era pura representación.
Ángela y Andrea actúan para conquistarse y no entienden la vida por fuera de esa sumisión al orden. Las patronas aparecen en un anecdotario sin esa carga de enemistad que tenían las palabras de las hermanas Lemercier. En ellas hay algo apagado, una mansedumbre de la que nunca pueden deshacerse, construida en esa habilidad de Eugenia Alonso y Gaby Ferrero para sostener un ritmo que por momentos hace de la quietud, de la presencia del tiempo como materialidad, otro dato del conflicto.
Es en la rutina, en ese dejar pasar los días que Cano afila una trama donde la custodia de una sobre la otra implica una seducción frágil. Ellas parecen no tener historia, ser dos personajes iluminados por la naturaleza del teatro.
Existe una imagen que las actrices intentan no lastimar, donde los movimientos se acomodan a una composición que no se altera. Todo remite a los objetos, que en la mirada de Ángela serán animados, seres parlantes de los que ella podrá inventariar infinidad de usos y virtudes, en un modo de señalar su permanencia y también su poder, la forma en que son cuidados y saturados de significados.
Si la dinámica de la servidumbre busca que las criadas pierdan entidad y se conviertan en vidas precarias Andrea, al establecer un contacto físico con la copa, la servilleta, la cuchara y alterar su función, establece una corriente de vida que tendrá consecuencias.
Un mechón de tu pelo se presenta los miércoles a las 21 en el Teatro Regio.