PERFILES > MELANIA TRUMP
Ivana Trump fue la primera Trump que conocimos. Una señora Trump muy simil a Mariana Nannis o a una Liz Fassi Lavalle, enterrada en los recuerdos de los noventa y sepultada por el silencio de un divorcio millonario con trato de no coments. Igual que Isabel Menditeguy, la ex esposa de Mauricio Macri, ícono de labios abultados, piernas largas y escotes generosos y pagados con generosidad, la nueva esposa de Trump es Melania. Nada en su libre elección es un problema. Ni casarse, ni casarse con un hombre mayor, ni casarse con un hombre mayor millonario, ni haber estado desnudas en tapas de revistas masculinas. Los medios que hasta el martes 8 de noviembre demonizaban a Trump al día siguiente la redescubrieron como la diva del glam y ejemplo de outfits imperdibles.
El problema no es ella. Ni Ivana. Ni Isabel. Ni Juliana. Ni Marcela Temer, la primera dama brasileña casada con Michel Temer, 43 años mayor, después de consagrarse como Miss Paulinia. No son sus piernas, sus looks, sus escotes divinos y prepotentes, sus piernas altas alzadas por los tacos, sus caras retocadas, sus camisas cerradas como guiño de recato de la ex modelo redimida en benefactora social para niños y niñas carenciadas.
El problema no son ellas, sino lo que de ellas se busca, se muestra y se espanta. Muertas las Reinas, vivan las Reinas. No son las estadistas, con trajecitos ajustados como pueden a años de ejercer política (y la política no quiere decir que sean todas santas o redentoras), con caras cansadas u ojos que delatan la edad de la experiencia. No son las frágiles capaces de caerse o enfermarse. Ni son las fuertes que levantan el dedo y la voz para venir a proponer un sueño, que no es el de los otros, sino el que ellas mismas arman. Las Miss Trump son las verdaderas Miss Universo, son las que vienen a reivindicar la idea cabal de Primera Dama. No una esposa política, vital, inteligente y activa (desde Cristina Kirchner hasta Hillary Clinton, Michelle Obama o Cherie Blair) sino una dama que toma las primeras planas para mostrar sus outflits -una palabra qué quiere significar más que el que se puso, cómo combinó lo que se puso, dónde se lo puso, con qué se lo puso- y puja para que la política vuelva a tener el lugar de pasarela en segundo plano para las mujeres que no acceden por sus decisiones sino por las de sus esposos.
Melania es como la fetiche del Sr Burns -de Los Simpson- que no se excitaba con el desnudo, sino con la compostura de su mujer, que más se tapaba, más le gustaba. Los desnudos -que intentaron ultrajarla durante la campaña- solo pueden ofender a alguien moralista y censor. El problema es lo que la tapa, no lo que la muestra.
Sus biografías comienzan por sus fotos entre las cien personas más influyentes del mundo para la Revista Time. Su influencia es su ropa. Y eso no está nada mal para una diseñadora o una modelo. Pero es clave para entender qué, como y con quién se quiere influenciar a las mujeres. Las primeras damas no solo son modelos. Son modelos de mujer en reacción y rechazo a bajarse de la pasarela a las calles y a sentarse en el sillón de mandar y no de ser mandada.
Melania se caso con Trump en 2005. Y el chiste del 8 de noviembre -antes de que el chiste fuera Trump presidente- es que él miraba el voto de ella como si desconfiara de su voto. No era solo un gesto de ojos entre Donald y el voto de su esposa, era un voto de desconfianza a las mujeres monitoreadas por sus esposos y escaneadas por los flashes de revistas de celebridades que tienen en las primeras damas la nueva monarquía con voto y con selfie.
“Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” es una de las frases más denostadas del Siglo XX. Detrás no, igual, o adelante, dijimos a coro para avanzar en la toma del poder como una bastilla. “Cuando eres famoso, las mujeres dejan que les hagas cualquier cosa. Puedes agarrarlas por el coño”, dijo Trump en un video que lo mostró misógino y no impidió que fuera electo. Ella no dijo nada y dio un solo discurso en el que se la acusó de plagiar a Michelle Obama. Su rol en la campaña fue secundario.
Siempre un paso atrás.
Un pequeño paso para ella, un enorme retroceso para la humanidad.
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