TEATRO
Lo que hay que escribir
Lucía Laragione, la autora de la exitosa Cocinando con Elisa, vuelve a la escena con Criaturas de aire, una pieza de alto impacto que remite al tremendo tema de los nazis refugiados en la Argentina bajo el ala de Perón. Una chica gitana, un hacendado prepotente y un nostalgioso genetista alemán son los protagonistas de esta singular tragedia, puesta en escena por el talentoso Luciano Cáceres.
Por Moira Soto
La mañana del 9 de septiembre de 1970, Perón le contó a Tomás Eloy Martínez que, cuando era presidente en la década del ‘50, un especialista en genética alemán solía visitar la residencia de Olivos y lo entretenía con sus supuestos descubrimientos científicos. Ese hombre, “un bávaro bien plantado”, se hacía llamar Helmut Gregor y un día se despidió del General porque un cabañero paraguayo lo había contratado para que le mejorase el ganado. Al cabo de los años, cuando en 1985 se reveló la muerte de Josef Mengele –acaecida en 1979, en Brasil–, Martínez empezó a caer en cuenta de que aquel bávaro no era otro que el criminal nazi conocido como “el principal proveedor (de víctimas) de la cámara de gas y los hornos”. Entre los inhumanos experimentos de Mengele figuraba el de inyectar tintes en los ojos de los niños para intentar convertirlos en arios de ojos azules.
Esta historia narrada por Uki Goñi en La auténtica Odessa, La fuga nazi a la Argentina de Perón (Paidós, 2002) está en el origen de una turbadora pieza de Lucía Laragione, Criaturas de aire, que se estrenó esta semana en el Espacio Cultural Anfitrión, Venezuela 3340 (los domingos a las 19, a $ 10). Pero Laragione –autora de la exitosa Cocinando con Elisa, que estrenaron Norma Pons y Ana Yovino, en 1997– leyó el citado relato en un libro anterior de Goñi, Perón y los alemanes (Sudamericana, 1998). “En realidad, yo había empezado a trabajar en el ‘99 con el tema de los autómatas, lo que derivó hacia el nazismo de un modo extraño”, dice la creadora de Amores que matan, Llorar de risa, Tratado universal de los monstruos y otros deliciosos relatos para chicos sazonados con humor negro, editados por Alfaguara. “Terminé Criaturas de aire en el 2000 y desde entonces la obra andaba dando vueltas sin encontrar la manera de estrenarla.”
Por fin, esta pieza ha sido magníficamente puesta en escena por Luciano Cáceres, está interpretada por Arturo Goetz, que otorga profundidad a su quebrantado nazi, y Nacho Vavassorio, un Osorio carnal y mandón. Graciela Jacubowicz debuta auspiciosamente en el rol de la adolescente gitana que entrega todo menos la palabra, y resulta efectivo Héctor Bordón como el servicial Gregorio, tan identificado con su amo. El vestuario de Mercedes Uria, el diseño escenográfico de Agustín Gabellotto y las luces de Mariano Rugiero contribuyen a la calidad general de este muy recomendable y por momentos shockeante espectáculo que se mete con un asunto muy ligado a leyendas y realidades locales –los nazis que se refugiaron en nuestro país bajo la protección de Perón–, escasamente tocado por el cine o el teatro argentinos.
–Al empezar Criaturas, el hacendado Osorio le pide “una estirpe, un linaje, una raza superior” al doctor Rüdig, quien con acento alemán le responde: “Entiendo”. Están hablando de caballos, y no hace falta más para comprender que el doctor es un nazi fugitivo. Aunque luego sus procedimientos están implícitos, apenas sugeridos, queda claro, por ellenguaje y las referencias, que te documentaste sobre diversos temas antes de escribir la pieza.
–Sí, uno de mis objetivos, por ejemplo, era saber sobre caballos. Fui a la Asociación de Criadores, busqué material sobre distintas razas, sobre inseminación. Por otro lado, indagando en el tema de los nazis y la genética, me pasó una cosa rarísima: había ido a la zona de Plaza Italia, donde están los puestos de libros viejos, y pregunté si tenían ese tipo de material. Me dijeron que no. Dos meses después, vuelvo a dar vueltas por el mismo lugar, se me acerca un señor y me dice: “Usted estaba queriendo algo sobre la ciencia nazi”. Imaginate, me quedé atónita: que me hubiera registrado, que me reconociese después de ese tiempo... Entonces me entrega un libro de tono amarillista, pero muy interesante, porque tenía todo un estudio sobre la evolución del aspecto racista del nazismo, que empieza con la eliminación de los disminuidos, y va yendo cada vez más lejos. También había reportajes a científicos que habían trabajado con los nazis, no los principales sino más bien auxiliares. Ahí, por ejemplo, leí que Mengele en Auschwitz trabajaba con dos proyectos: uno de ellos, el tema de los ojos. Investigaba este defecto genético de tener un ojo marrón y otro azul, que se da en linajes gitanos. Esa referencia, que uso en la pieza, la tomé de este libro, que junto con el de Uki Goñi fueron las fuentes que me dieron mayor impulso. Luego leí La ruta de los nazis en tiempo de Perón, de Holger Meding, editado por Sudamericana, trabajé con varios materiales sobre los gitanos. El dato de que se los llamaba gente de aire lo saqué de Errata, esa especie de autobiografía de George Steiner.
–¿Cómo se teje esta trama terrible en la que resuena el horror nazi, que parece reproducirse a escala individual en el machismo autoritario y cruel del hacendado que contrata al médico alemán? Porque hay que escribir y poner en escena el momento antes y el inmediato a un aborto forzado, un gesto de gran audacia respecto de un tema tabú. Vale señalar que acá ni en la TV ni en el cine ni en el teatro se lo ha tratado abiertamente.
–Como te imaginarás, no me lo propuse conscientemente. Fue surgiendo así la historia, era lo que había que escribir. No me impresionó particularmente en su momento, y ahora cuando lo veo realizado en el teatro –porque una cosa es escribir y otra la puesta en escena– me resulta muy fuerte. La verdad es que en general tengo tendencia a escribir cosas un tanto truculentas, incluso en la literatura para chicos. Mi imaginación funciona por ese lado. Evidentemente, el tema del hijo anda dando vueltas previamente a que a Delia se le arranque ese embarazo. Antes, hay un intento por parte de Osorio de conversación con Rüdig, donde le cuenta que quiso tener hijos con otra mujer y no pudo, y le formula el deseo de tener uno con la gitana. Pero después ocurre la historia de la chica con el gitano que trae el padrillo, y ella queda embarazada. Entonces, si Osorio no puede tener hijos con ella, lo que quiere es dejarle una marca: pide, casi exige que le arranquen el hijo del gitano, aunque esa intervención pueda dejar estéril a Delia, para alivio del nazi: ella ya no podrá traer al mundo hijos con un ojo azul y otro marrón. En Cocinando con Elisa también había una apropiación en el vientre de una mujer. Por cierto, son situaciones diferentes, si bien se reitera la idea: en un caso, hay una mujer que quiere apoderarse del hijo de otra; en Criaturas... es un hombre que tiene otra conducta de apropiación, que además deja marcada a su víctima.
–En cierto modo, el personaje de la gitana se convierte en eje y motor dramático, ella termina incidiendo indirectamente sobre otros destinos. Vendida, usada, agraviada, robada, su reacción será colosal. También es el personaje más ambiguo, más secreto.
–Ella es un poco el eje, sí. A mí lo que más me gusta de Delia es esta cuestión de la palabra que no se cede. Porque ella cede el cuerpo de todas las formas posibles, pero no cede la palabra. Esto me resultaba muy potente. En realidad, no se sabe con certeza si ella puede o no hablar, hay alguien que dice que la oyó.
–Pero ella puede oír. Además, en un momento se escucha el llanto de ella, cuando se rompe su violín.
–En realidad, yo no indiqué ningún sonido, es una decisión del director que respeto. El tema que importa es la palabra que no se cede.
–¿Ella se reserva su espacio mental, su pensamiento, una zona de libertad?
–Exactamente. En reemplazo aparece la música, que toca para ella misma. Y en esta puesta, Delia se adueña finalmente de un violín verdadero. A mí me gusta mucho lo que hizo Luciano Cáceres. Desde luego, yo creo que hay una escritura textual y una escritura escénica. Y me encanta que el director le haya dado a ella esta última “palabra”. De alguna manera es una victoria. Aunque, como me decía la vez pasada Helena Tritek, en Criaturas... todos están derrotados. Le estoy muy agradecida a Luciano, que trabajó en condiciones muy difíciles, casi sin un peso. E hizo las cosas espléndidamente en la puesta, la elección y la dirección de actores.
–Delia aparece desde el vamos con el doble handicap de ser gitana y ser mujer, desposeída en todo sentido.
–Sí, a merced. Por eso es tan bueno que, de alguna manera, se adueña de algo, se mantenga sin ceder la palabra. Sin duda, al encontrarse con el gitano, ella pudo recuperar algo de su identidad, de su deseo. Osorio, el hacendado, no soporta que ella no hable, y cuando se entera a través de otro personaje de que Delia le habló al gitano, se vuelve loco para que ella le diga una palabra cuyo significado él desconoce. Esa palabra se convierte en lo más deseado por Osorio, quiere que se la diga como al gitano. Así es la pasión, el deseo... “Mishó” es una palabra inventada por mí, que yo sepa no tiene ningún significado.
–En tu pieza no se menciona nunca directamente el horror de los campos de concentración, el secuestro, la tortura, la experimentación, el asesinato masivo. Sin embargo, toda esa atrocidad puede ser evocada por el público ni bien aparece el personaje del fugitivo alemán, que además escucha a Bach.
–A mí lo que más me gusta de la puesta es algo que también está en el texto: este personaje melancólico del nazi que termina dando lástima. Llega con un halo de nostalgia, y me encanta el trabajo que hace Arturo Goetz, un actor que, como viene de familia alemana, incorpora el acento con total naturalidad: él habla como lo hacía su abuela. Como te decía, me gusta este personaje un poco quebrado del que se burlan Osorio y Gregorio con esa cosa tan de acá, tan criolla, de tomarle el pelo al diferente, aprovecharse de que no entiende del todo el idioma, avivadas típicas nuestras que son horribles. Eso acentúa la dimensión de tristeza, esto de haberse convertido él mismo, Rüdig, en una criatura errante. Me parece que es interesante no haber construido el estereotipo del malo, del villano. Por otro lado, se trata de alguien monstruoso: el tipo que le acaba de hacer un aborto forzado a la chica por orden del hacendado, sentado sobre la misma cama donde ella reposa, oye la fuga de la Sonata de Bach. Ahí aparece una cosa realmente siniestra, en un registro que me parece muy sugestivo en esta lectura tan rica que ha hecho Luciano Cáceres.
–¿Cómo fue que finalmente Criaturas... cayó en manos de este director?
–Yo se la alcancé porque había hecho su excelente puesta de Paraísos perdidos: su trabajo con ese texto de Lampedusa fue exquisito, de gran delicadeza. Me pareció un director que podía poner en escena mi pieza, y creo que no me equivoqué.
–Justamente porque no te achicás ante ninguna situación que te parezca necesaria, la puesta presentaba riesgos, requería cierta dureza y a la vezmucha sensibilidad para un texto que todo el tiempo va anunciando una tragedia. La instancia del aborto forzado es francamente sobrecogedora.
–Es que Osorio considera a Delia propiedad de él, como las yeguas, como el padrillo... Sí, es muy fuerte que ella aparezca en la cama, inmediatamente después de ese aborto brutal. Ella ha sido de nuevo abusada, expropiada. Algo en algún punto semejante a lo que les pasaba a las mujeres detenidas durante la dictadura; los argentinos hemos tenido contacto con esta clase de terrible maltrato, aunque no se trataba de abortos sino de apropiaciones. Se disponía del vientre de la mujer.
–Y en un pasado no tan lejano, la clase alta local, tan católica ella, abusaba de las sirvientas para distracción sexual de sus hijos varones.
–Claro, eran usadas con total impunidad. Es cierto que Osorio tiene también, de alguna forma, esa actitud avasalladora, ejerce esa prepotencia, esa violencia sobre Delia. Pero no logra apoderarse de lo que más le importa: la palabra de ella.