ENTREVISTA
La buena vida de Moro
Polifacética de verdad, Moro Anghileri encabeza –junto a Nacho Toselli– el elenco de Buena vida Delivery, el notable film de Leonardo Di Cesare que se estrenó ayer. Actriz de cine, teatro y televisión, autora (y en algunos casos intérprete) de varias obras de teatro reconocidas por la crítica, ella se apresta a dirigir su primer largo, El día termina a las 10, desde luego sobre guión que le pertenece.
› Por Moira Soto
Morocha argentina muy agraciada y cada vez más renombrada –actriz, dramaturga, puestista, cineasta, guionista–, Moro Anghileri ha sufrido pesares que no se borran pero que ella ha sublimado, por ejemplo, en Hija, un poético y tocante unipersonal de rasgos autobiográficos que escribió e interpretó en una edición anterior del ciclo Teatro X la Identidad. Aunque ha trabajado en TV (Chiquititas, Gasoleros), medio en el que reaparece muy pronto a través de la miniserie Sangre fría (por Telefé), Anghileri, 27, denota ese fervor, esa naturalidad sin pose de quienes están en caminos de búsqueda y no de mera figuración. Sin embargo, en estos días ha debido protagonizar múltiples reportajes por causa del estreno de Buena vida Delivery, premiada película de Leonardo Di Cesare.
Intérprete de Sábado, la realización de Juan Villegas, y de otros films aún sin estrenar –Vida en Marte, de Néstor Frenkel, y Sinon j’étouffe, del francés Nicolas Azalbert–, Moro Anghileri finalizó recientemente el rodaje de Ronda nocturna, de Edgardo Cozarinsky. Y aunque le llueven ofertas, que siempre estudia con cuidado, y probablemente lleve Hija a festivales de España y también está en sus planes reponer su pieza Alicia murió de un susto, el proyecto más comprometido de esta talentosa morocha de risa pronta es dirigir su propia película, El día termina a las 10: “El recorrido de una chica que después de discutir con su novio decide separarse, agarra el auto y va hacia el mar, parando en hoteles donde ocurren distintas historias, más o menos de amor. Algunas la cruzan a ella, otras no. El título alude a esa leyenda que hay en los hoteles y también al movimiento de una persona que está tratando de cambiar algo. quizás no lo logre, pero lo intenta”, relata M.A.
–Si, como dice el Evangelio, por tus obras te conocerán, de vos se puede decir, sin exagerar, que sos sumamente creativa, activa y a la vez diversificada.
–Hace tiempo que vengo buscando cosas distintas que ahora me doy cuenta de que son la misma cosa, o que están ligadas entre sí. Fui probando, probando. Así me mandé a escribir teatro, a dirigir, a actuar. Creo que lo que más me sirvió fue la ingenuidad. De hecho, ahora lo que más me cuesta es largarme a hacer cine, quizá porque es lo que más estudié, conozco todos los riesgos. En el resto de mis emprendimientos funcionó la espontaneidad: querer hacer algo, avanzar, ver que es posible. Cosas pequeñas que fui investigando y que por suerte lo hice con gente valiosa que se interesó, se produjeron intercambios muy buenos.
–¿Todo empezó con el teatro?
–Bueno, de muy chica pintaba, ya en el secundario escribía cuentos, poemas y empecé a estudiar teatro con Raquel Sokolowicz. Me encantó trabajar con ella. Casi en paralelo, a los 17, me puse a trabajar en un varieté del Abasto, un lugar decadente. Muy divertido lo que pasaba ahí adentro. Un boliche con un público interesado pero también superheavy, por ahí borracho, en el que había flashes de teatro toda la noche, los viernes y sábados. Eramos un grupo de estudiantes, nos juntábamos y armábamos números sobre distintos temas según la fecha. Yo particularmente no estaba preparada, pero tirarme de cabeza me sirvió para aprender mucho.
–¿Ese fue tu primer contacto con el público desde un escenario?
–No, el primero fue en una muestra de Raquel Sokolowicz, para mí muy fuerte. Fue como una de esas claridades que tenés en determinados momentos. Descubrí algo que no conocía, un intercambio con el público que no imaginaba: como tirar una semilla y que algo empiece a expandirse en función de lo que estás haciendo. Ahí dije: de acá no me muevo, quiero que esto se repita.
–¿Y se repitió con la obra de José María Muscari?
–Mujeres de carne podrida fue una experiencia impresionante, éramos todos muy chicos. El tenía 19, 20, y nosotras, catorce, chicas muy desenfrenadas, dispuestas a cualquier locura con ánimo de investigar. Lo bueno de Mujeres... y después de Pornografía emocional, fue que tuvieron muchas funciones. Y para mí es una gloria, como tener todo el tiempo revancha: si algo no te gusta, mejorarlo; si te gustó, profundizarlo. Todo por mantener viva la actuación: pasar por los mismos lugares y que ocurran cosas distintas.
–A continuación hiciste tu propio espectáculo, con buena fortuna.
–Sí, 3ex: fue emocionante la repercusión, no me la esperaba. En serio, nada de lo que estoy contando me lo esperaba. Ahí fue compartir la idea con personas con las que quería trabajar –Roberto Fernández, Gustavo Tarrío– y que se empezaran a copar. Primero la mostramos en mi casa y empezó a pasar algo muy bueno. Abrimos entonces el espacio de IMPA, La Fábrica de la calle Querandíes, y fue algo increíble lo que sucedió con 3ex y otros espectáculos. Era la primera vez que yo intentaba un lenguaje propio. Ese fue el segundo milagro, después del episodio de la muestra.
–¿Cómo aparecés en Madrid haciendo Alicia murió de un susto?
–Me vio gente de España en el Festival Internacional de Buenos Aires, donde se presentó 3ex, me propusieron que diera clases, llevara el espectáculo, hiciera otro. Al año siguiente se concretó mi viaje. La primera función de Alicia..., con puesta mía, fue en Madrid. Imaginate: otros códigos, que es casi como decir otro idioma. Un público con otra cabeza, otra forma de devolver. Con Mariana Chaud escribí Alicia... y también Puentes, que fue otro suceso en el IMPA. Es que ese lugar, una auténtica fábrica, pedía a gritos un policial. Se armó un grupo muy bueno, una especie de cooperativa que funcionaba casi como la de la fábrica real.
–¿Te reconciliaste con la televisión al grabar la miniserie Sangre fría?
–Siempre me ha costado un poco la televisión, quizás es la velocidad de las tiras. Pero en Sangre fría me sentí muy cómoda. Claro: se trabajó con un criterio distinto de la novela diaria, con un grupo de gente muy afín, actores y actrices que casi no habían hecho tele y que me gustan mucho. Aparte, una de terror en un paisaje divino, en el sur. Mi personaje se llama Josefina del Prado, estudia Historia del Arte con especialización en el Medioevo, como una gótica. No sé cuánto de esto se verá, pero para mí fue interesante trabajar estos rasgos, estos colores. De hecho me diseñé unas orejas de plata, en punta, como para agregarle cositas. Según la historia, los mejores promedios del país van a concursar a ese lugar por un premio, una especie de beca maravillosa. Empieza la competencia, en el medio hay un fantasma, ocurren asesinatos. Se supone que Josefina eslesbiana, pero en realidad empieza a tener una historia con un pibe, se arma un triángulo con otra chica y él. Una de las cosas más atractivas de este proyecto, para mi gusto, es trabajar un género. Me di cuenta de que estoy preparada para hacer tele, cosa que hasta ahora no me resultaba, me resistía.
–Cuando Buena vida Delivery llegó a tus manos, ¿aceptaste enseguida el personaje de Pato?
–No fue tan directo. Primero, me proponen hacer un casting y no me gusta la idea, creo que no es una buena manera de conocer tu trabajo. Hubo un poco de tironeo hasta que me dijeron exactamente lo que había que hacer. Acepté, fui y salió bien: estuvo acertado aclarar las cosas antes. Me eligen para el papel de Pato y me dan el guión, que me pareció que estaba muy bien. Me interesó esta estructura tan bien armada, esta redondez de cuento. Hasta ese momento no había trabajado en ninguna película con un relato tan claro. Me atrajo también el lugar desde donde se había decidido contra una crisis. Es decir, cómo afecta a las personas más simples en las situaciones más cotidianas. Porque hay algo muy inquietante en la forma en que se han ido subvirtiendo las cosas en nuestro país, casi sin que nos diéramos cuenta. Como que en ciertos niveles empieza a haber una moralidad diferente que una, desde su comodidad –la mía, la tuya–, con otros recursos, puede no comprender. Sin embargo, hay situaciones en que todo se puede poner muy difícil, la inmediatez es lo que cuenta. Hay que actuar sin oportunidad de reflexionar, se borran ciertos límites, la mirada se acorta y estás en un plano muy cercano resolviendo cosas urgentes. Y ya no tenés la mínima perspectiva para tomar distancia, pensar, elegir, saber qué te parece bien, qué te parece mal. Me gustó ese enfoque de Buena vida... para contar una historia sin prejuicios, sin juzgar a los personajes, porque lo que importa es la situación que los involucra a todos. Con Nacho Toselli nos conocimos trabajando. Somos muy distintos, casi opuestos, pero nos hicimos muy amigos y el trabajo fluyó con mucha naturalidad.
–Hernán, el personaje de Nacho Toselli, es bien transparente –tipo de buen corazón, algo cándido, aguantador hasta que explota–, mientras que el tuyo es más ambiguo, algo turbio. Deja flotando las preguntas: ¿calculó desde el principio lo que iba a pasar? ¿amó en algún momento a Hernán o lo engañó todo el tiempo?
–Justamente esa ambigüedad era lo que me resultaba más atractivo para la actuación. Como que hay una historia que transcurre en la superficie, y miles de otras cuestiones que pasan por debajo. Creo que la diferencia básica de mi personaje con el de Hernán es que para él todo lo que sucede es nuevo: Hernán tiene su casa, si bien su familia acaba de emigrar a España, todavía tiene su trabajo, su moto. En cambio, me parece que Pato viene arrastrando esta vida precaria desde hace rato, sin casa, con una hija lejos, con esos padres que son una pesadilla. Y tampoco se puede extirpar de ese núcleo porque ellos crían a su nena. Por eso te digo que todo está más confundido, empastado por el lado de mi personaje, que está como trabado, bloqueado. Ni siquiera puede llorar, aunque siempre está a punto de hacerlo.
–¿Cómo fue la experiencia de filmar Ronda nocturna?
–Me resultó muy grato trabajar con Edgardo Cozarinsky. Mirá lo que pasó estando en Mar del Plata para presentar Buena vida..., mi foto salió al lado de la de él en la tapa del diario del Festival. Pensé: este director me copa, había visto un documental suyo. Esa misma tarde lo escuché en una conferencia y le comenté a alguien que me gustaría trabajar con Cozarinsky. Cuando volví a Buenos Aires, me entregan el guión de Ronda... porque él quería que hiciera el personaje de la chica. Fuerte ¿no? Como desear algo y que al toque te pase...
–Aparte de todos tus otros oficios, también sos bruja...
–(Risas.) Bueno, cuando me reuní con él, resultó que estaba encantado con mi trabajo en Buena vida... Le di mi opinión sobre el guión. Fue superabierto. El mío era un personaje difícil, supe que era un riesgo importante, pero decidí jugarme totalmente, sin pensarlo demasiado para no empezar a inhibirme cuando debía conseguir lo contrario.
–Antes eras Mariana, ahora te llaman Moro...
–Siempre he sido Moro, por morocha, para los amigos, los íntimos, así que decidí unificar.
–¿Algunos te toman por un varón cuando leen o escuchan este nombre?
–Sí, mucha gente que no me conoce. Pero bueno, que se curtan.