ENTREVISTA
Mosca contra los prejuicios
Defensor en el teatro de una mujer a la que la familia quiere hacer pasar por loca, delirante policía que patrulla el Once junto a su compañero Pablo Rago, Fabián Vena prosigue libremente su camino de actor exigente pero inclasificable. La buena estrella que lo acompañó el año pasado en Resistiré y Las variaciones Goldberg sigue encendida.
› Por Moira Soto
Ya no nos sobresalta todas las noches desde la pantalla del televisor en el rol de Mauricio Doval, el sinuoso villano de la tira Resistiré (que las nostálgicas pueden rever a medianoche por Space) presionando a la pobre Julia para que le demuestre una pasión que ella en realidad siente por Diego. En cambio, en cambiazo habría que decir, lo tenemos ahora los martes a las 22, siempre por Telefé, como Mosca, el cana más desopilante imaginable, sólo igualado por Smith, su compañero de todo momento.
Pero Fabián Vena, actor brillante de un eclecticismo que parece no conocer fronteras, también está en el teatro componiendo impecablemente al abogado defensor de Claudia Ruth Foster, la protagonista de Loca, pieza de Tom Topor, bajo la experta dirección de Luis Agustoni. En un gesto romántico y generoso, muy propio de él, Vena cede el protagonismo a su mujer, Inés Estévez –generadora del proyecto– en los carteles y sobre la escena. Y hay que decir que Estévez se merece tanta consideración: su labor en el personaje de la chica insumisa que prefiere enfrentar una acusación de asesinato antes que ser encerrada por presunta locura es de un rendimiento muy alto.
“Me da un poco de impresión ver Resistiré”, ríe Fabián Vena. “Doval fue un rol en el que yo sabía que tenía que entrar con la máxima intensidad para cumplir con lo que me había propuesto luego de dejar un personaje (y un programa) como el de Verdad/consecuencia: esperar a que apareciese algo por lo menos similar en cuanto a calidad. Si ésa había sido mi apuesta, que me costó caminar por las paredes durante cuatro años, la justificación me la tenía que dar este personaje. Pero nunca imaginé lo que iba a pasar con Doval, el alcance que tendría al surgir en el país situaciones que no se podían prever. Por ejemplo, la liquidez que tenía este tipo en un momento que la gente se quedó sin plata contante: ¿cuándo necesitás?, ¿50 mil lucas? Bueno, acá tenés. Era como hacer a alguien con poderes especiales.
–Ideas de por sí fuertes como la de traficar con sangre humana adquirieron un valor simbólico intranquilizador en un país donde cada vez más gente era explotada. Por otra parte, tu villano tenía contradicciones, sus propias razones.
–Esa fue una condición sine qua non: denme un villano que tenga razones. Es decir, credibilidad e interés. Cuando me comentaron la totalidad del proyecto, vi en la sangre una alegoría muy fuerte. Casualmente, me había negado rotundamente poco antes a hacer una miniserie con policías violentos –nada que ver con Mosca y Smith– en un momento de secuestros y otros hechos afines. Entonces, cuando los autores de Resistiré me hablaron de un traficante de sangre con esa organización alrededor, me pareció buenísimo porque era como condensar estéticamente tanta violencia que hemos visto, de Los Sopranos a Scorsese. Me pareció un hallazgo increíble no ser truculentos sino misteriosos y metafóricos. Pero lo más fascinante de esa experiencia es haberla compartido con el público: cuando se dio el último capítulo en el Gran Rex, yo estaba atrás con todo el equipo y gritaba como el más enfervorizado espectador, tenía ganas de que a ese tipo, Doval, le pasara algo extraordinario, deseo que se cumplió. En Resistiré pasó algo especial: al poco tiempo nos dimos cuenta de que estábamos trabajando para el detalle, y que el detalle se veía, que la gente lo marcaba. Ahí apostamos más todavía. Y es un orgullo haber demostrado que la masividad de ningún modo tiene que estar peleada con la calidad.
–El pasado fue un gran año para vos: también te subiste a un escenario del San Martín y te mediste con Alfredo Alcón en una gran obra de Tabori.
–Alfredo es una persona muy importante para mí, incluso en mi vida personal porque me ha demostrado un cariño paternal, de amigo. Lo que pasa con estos encuentros extraordinarios es que te elevan mucho el umbral de tolerancia frente a lo que vas a querer el resto de tu vida. Son regalos que te da este trabajo. También agradezco haber estado en un momento de mi vida propicio para captar y apreciar en toda su magnitud y en todo su amor a un tipo como Alfredo. En el escenario pasaron cosas maravillosas, tuvimos más de una noche de inspiración. Para mí hacer simultáneamente Resistiré y Las Variaciones Goldberg fue una combinación perfecta para borrar ciertos encasillamientos frente al público y la crítica. También pensé que Las variaciones... iban a remover un poco las estructuras dominantes de la institución eclesiástica, me gustaba la idea de patearle un poco el culo a la Iglesia como institución estanca, pero aparentemente no se dio por aludida, aunque sé que la obra movilizó mucho al público.
–Loca, la pieza de Topor actualmente en cartel, ¿es un proyecto personal conjunto?
–Más que nada de Inés, que estuvo un año y pico dando vueltas, pero era difícil de armar el elenco potente porque todos tienen participaciones. Tardó en concretarse, pero teníamos tantas ganas de trabajar junto con Inés que las cosas fueron saliendo. A días de que venzan los derechos, ella me propone que lea Loca sin el compromiso de saber que ella está. Lo hago con algunas exigencias básicas: que las ideas que trasmita la pieza sean interesantes, que funcionen dramáticamente y que esté bueno el personaje que podría llegar a hacer. Debo decirte que lo primero que advertí en esa lectura fue lo impresionante que podía estar Inés en el personaje de Claudia, que le correspondía totalmente. Me di cuenta de que además de estar estupenda, iba a tener la oportunidad de decir cosas que ella piensa del mundo, la vida, la moral y la ética. Y que yo iba a estar ahí, avalándola, no solamente porque comparto esas ideas, esos principios a pleno, sino también porque estaban expresados en una pieza con valores artísticos. Me vi en un personaje que hasta ahora no había hecho: un abogado muy profesional, correcto, de treintipico, con una vida ordenada.
–¿Cuáles eran las dificultades tras la apariencia de facilidad? Porque se supone que ese personaje desempeñándose en un juicio ya viene muy estructurado sobre la base de un estereotipo familiar al público, en un género tan codificado como el judicial. Se supone que dentro de ese troquelado previsible tenías que meter interioridad, una humanidad con sus singularidades.
–Fui a todo el troquelado de esa profesión, de ese estilo, esos gestos de ese tipo que también tiene una historia personal, ha asumido una responsabilidad. Sin embargo, hay un toque de informalidad que permite algunas variaciones. Después de tener más o menos el personaje, vi la película, el trabajo de Richard Dreyfuss, cosa que no hice antes porque temí la influencia de un actor tan inteligente. Me gustó comprobar que en algunas elecciones yo había acertado.
–Una de las acciones de este personaje, que contribuyen a definirlo, es que defiende sinceramente a esta chica.
–Ahí vamos: acá yo sé todo y judicialmente es un caso ganado para mí, pero me siento moralmente comprometido por la manera en que una serie de instituciones con peso dentro de la sociedad tratan a un ser humano. Creo que primero mi personaje entra por el laburo en sí, y después se conmueve por la situación de ella, toma partido honestamente. No quería que mi personaje se quedara en medias tintas porque eran muy importantes las cosas por defender. Sobre todo porque del otro lado hay como cinco o seis personajes que tratan de imponer a toda costa las reglas del poder dominante. Y pensé que ese compromiso liberaba al rol de ciertas pautas y convenciones esperables. Sobre todo si consideramos el nivel de intensidad que despliega Inés con su personaje, entroncado en lo pasional.
–Estás defendiendo a una persona que enfrenta una confabulación para declararla loca. Como se trata de una mujer, recaen sobre ella una serie de prejuicios, muchos fundados en la doble moral. Ella ha hecho mala letra para el establishment.
–Sí, el autoritarismo trata de imponerse una vez más, la doble moral sigue vigente. Lo de la mala letra de ella me parecía una jugada muy interesante, no se trata de un ser angélico, pero sus conductas responden a una historia personal de abuso, al trato que ha recibido a través de la vida. Me pareció interesante hacer nuestra apertura a la calle Corrientes, con todo lo que implica en el plano comercial, con una pieza que nos representa bastante en su contenido... Ya van más de cien representaciones y el espectáculo está vivo, como debe ser, sí o sí, porque la pieza es un mecanismo perfecto que hay que respetar. De todas maneras, si bien queremos hacer todo el recorrido natural de Loca, también tenemos muchas ganas de hacer reír a la gente en un futuro próximo. Siempre nos parece un milagro que aparezca tanta gente. Después de la función del domingo pasado, nos miramos con Inés y dijimos: “Qué bien que la estamos pasando”. Porque toda esta cosa amorosa que tenemos en la vida y de absoluta confianza y de compañerismo y respeto y cuidado, en el escenario nos dimos cuenta de que genera un espacio alternativo distinto, y que todas esas cosas buenas de la vida se potencian muchísimo en el hecho artístico. Hay como un doble juego porque en un punto soy un marido defendiendo a su mujer a través de nuestros personajes, sentimos que estamos mandando una distinta. Por eso, en este espacio tan felizmente conquistado querríamos ahora tocar otras cuerdas, con este nivel de conexión. De ahí el deseo de ir hacia la comedia, me va a encantar entrar en ese juego a mí, que estoy en lucha perpetua contra los etiquetamientos, los motes.
–Hablando de humor, esta semana aterrizaron en el Once, por Telefé, Mosca y Smith...
–Sí, otro motivo de alegría y dicha para mí. El estribillo de la canción dice “dale hermano boliviano, che judío, vos coreano, dale paraguayo, dale turco, jamaiquino, avisale al peruano, somos todos argentinos”, y le da el tono y la mirada a la serie. Se trata de una ficción bien realizada, con códigos ligados al policial y a la comedia costumbrista que incorpora el humor naturalmente, como un elemento decisivo.
–Tenés una pareja divina: Pablo Rago es uno de los grandes actores jóvenes, alguien que siempre llega –en el cine, el teatro o la TV– con una verdad puesta desde adentro.
–Es un matrimonio extraordinario, tengo que reconocerlo. Una dupla soñada. Pablo es un actor notable que también ha luchado contra el encasillamiento y los preconceptos, es una persona que enaltece la profesión desde hace años. Está fantástico como Smith, una gran composición la suya. Y el programa también viene a eso: a romper prejuicios, ideas recibidas. A desactivar esa bomba de tiempo que puede ser la intolerancia, a través del humor y la desmitificación. En nuestro país hay racismo, sexismo, desconfianza hacia otras religiones que no sean la oficial. Estos dos tipos no te la van a pintar rosa, son dos policías en el Once, a veces hasta pueden tener ellos mismos algún rasgo prejuicioso, como cualquier argentino tipo... Pero de eso va Mosca y Smith, de sincerarnos un poco para salir de cualquier rasgo fascista. No son ni dos truchos ni dos antihéroes, se toman en serio cada caso a resolver. Si les das a elegir entre salir a buscar el perrito de Susana que se perdió o el ladrón de bombachas de la pobre boliviana de la esquina, no van a dudar un segundo. Tienen historias complicadas con mujeres y un culto absoluto de la amistad que jamás traicionarán. Son dos osados contra lo malo del mundo, siempre a favor de los más débiles.
Loca: en el Multiteatro, de miércoles a domingos a las 21 y los sábados también a las 23.