Vie 19.11.2004
las12

PODER

Se abrirán las alamedas

Si los últimos resultados electorales en América latina invitaron a muchos a creer que otros vientos pueden soplar en la región, Chile prepara ahora otra sorpresa: una mujer presidente. La Concertación –el partido de gobierno– deberá elegir entre dos candidatas que, según las encuestas, ganarían por más de 20 puntos a la derecha. Y encima, quien más intención de voto acumula es jefa de familia, divorciada dos veces y agnóstica.

› Por Luciana Peker


Mujer. Mamá de tres hijos de dos matrimonios distintos, separada, jefa de hogar, no creyente, cincuentona con ganas declaradas de volver a enamorarse. Una mujer que no se esconde detrás del trajecito sastre para demostrar que ella puede tener una vida privada tan intachable como la de cualquier hombre con familia de postal de campaña. Mujer, torturada por la dictadura de Pinochet, hija de una mamá torturada por la dictadura de Pinochet, hija de un papá asesinado por la dictadura de Pinochet, la primera mujer ministra de Defensa en Latinoamérica.
“Sí, fui torturada”, reafirmó esta semana, en el contexto de un país en el que el presidente Ricardo Lagos recibió un informe (no igual, pero sí asemejable al valor simbólico del Nunca más) con 35 mil testimonios específicamente sobre torturas durante la dictadura (de 1973 a 1990) de Pinochet, en el que el ejército acaba de hacer una autocrítica pública y reconocer su responsabilidad en la aplicación de tormentos y abusos sexuales durante la dictadura de Pinochet y en el que una investigación reveló que Pinochet tiene una fortuna de 13 millones de dólares depositados en cuentas secretas en Washington, presuntamente por venta ilegal de armas y otros delitos.
Ella es una mujer con la historia indeleble en el cuerpo de un país que intentó la amnesia y no pudo y que ahora –sorpresivamente– convirtió a esta mujer en la más probable futura presidenta de Chile. Presidenta. Mujer. Se llama Michelle Bachelet y representa un fenómeno político sin precedentes. Pero además su candidatura no es un hecho aislado. La otra gran candidata a la presidencia es justamente otra candidata: Soledad Alvear. La coalición que actualmente gobierna Chile tiene que elegir entre Bachelet y Alvear, para que una de las dos sea su candidata a suceder a Ricardo Lagos. Mientras que la oposición está encarnada por el derechista Joaquín Lavin, actual alcalde de Santiago de Chile. Los comicios van a ser en diciembre del 2005 y las encuestas dicen que, si fueran hoy, Bachelet le ganaría con el 59 por ciento de los votos a Lavin, que obtendría el 33 por ciento. Si la candidata fuera Alvear también triunfaría, en este caso, con el 50 por ciento de los votos. Pero si el oficialismo presentara otro candidato la derecha se impondría con el 43 por ciento de los sufragios, según un relevamiento de la consultora de Sebastián Piñera.
Mientras que el 47 por ciento de los votantes, en una encuesta del diario El Mercurio –realizada el 12 de noviembre pasado–, expresó que quiere que la Concertación de Partidos por la Democracia lleve a Michelle Bachelet (ya proclamada por el Partido por la Democracia y el Partido Socialista) como candidata. Y, en segundo lugar, el 18 por ciento de la gente elige a Soledad Alvear (del Partido Demócrata Cristiano). Mucho más atrás, con el 7 por ciento cada uno, están los candidatos masculinos JoséMiguel Insulza y (el ex presidente) Eduardo Frei. Por este nivel de consenso popular, se supone que Bachelet va a ser la candidata a continuar a Lagos. Aunque todavía las internas (que tienen que optar por una u otra, ya que es imposible que las dos compitan simultáneamente) no están definidas.
El caso de Bachelet y de Alvear excede las fronteras chilenas, e incluso los riesgos de la futurología, porque muestran, demuestran, hablan y denuncian la compleja, sorpresiva, y todavía lejana relación de las mujeres con el poder. Y, en estos tiempos, donde cierta presencia femenina crea un falso espejismo de ascenso que no deja ver (y pelear) por el largo camino (todavía) a recorrer. Y, en este sentido, los discursos de Bachelet y Alvear no hablan de su llegada a la primera línea política porque hoy las mujeres ya pueden llegar, sino a pesar de todas las dificultades para llegar.
“Existen en nuestra sociedad grandes lagunas en la igualdad de la mujer”, enfatizó Alvear, durante el seminario “Mujeres y medios: presente y futuro”, organizado por Unesco, la Universidad de Chile y Radio Nederland, en Santiago de Chile, durante el 4 y 5 de noviembre. En el mismo contexto, Bachelet subrayó: “Es importante que las mujeres participen más en política y se vinculen más con el poder, pero todavía hoy existen obstáculos para la participación femenina. Es necesario darles más oportunidades a las que menos tienen y fomentar que las mujeres se conviertan en líderes. Hay que implementar acciones afirmativas como la ley de cuotas que hace seis años duerme el sueño de los justos porque confiar en la ley del mérito es como pensar que, si nos esforzamos, todos podemos llegar a ser Rockefeller. Además, se deberían instalar más jardines de infantes, democratizar las tareas en la casa y formar redes de solidaridad entre mujeres”.
¿Si llega a la presidencia se animaría a defender los derechos reproductivos y la despenalización del aborto o no lo haría para cuidarse de los ataques de los sectores conservadores? –le preguntó Las12 a Bachelet.
–Como ministra de Salud defendí a la píldora del día después aunque tenía en la puerta a mujeres que me gritaban “asesina”. En el gobierno propiciaría una política de sexualidad responsable, pero hay debates que todavía no se han dado en la sociedad chilena y siento que los dirigentes no podemos adelantarnos a ellos –se midió la candidata.

La importancia de ser ministra
Bachelet y Alvear hablan del poder porque lo conocen. Bachelet es médica y estuvo a cargo de dos ministerios: el de Salud y después el de Defensa, en el gobierno de Lagos. Alvear es abogada y manejó tres ministerios, durante tres gestiones distintas. Fue la canciller de Lagos, después de haber sido, hace ya 14 años, la primera mujer ministra de Chile, durante la gestión de Patricio Aylwin, en ese momento al frente del Servicio Nacional de la Mujer. Más tarde, en el gobierno de Frei (al que ahora le gana en las encuestas) fue ministra de Justicia. Las dos renunciaron a sus cargos para que su gestión pública no fuera vista como parte de su campaña presidencial. Alvear es cabalmente más ambiciosa que Bachelet y sus aspiraciones presidenciales son claras. Bachelet fue más titubeante, pero ya se definió: “Yo había dicho ‘estoy disponible para las tareas futuras’ y creí que se había entendido todo. Pero después me dijeron que tengo que ser más clara, así que lo digo: estoy dispuesta a ser presidenta de la Nación”.
En la Argentina hay más mujeres en política, pero menos con poder político real. En Chile no hay cupo y sólo un 12,5 por ciento de los diputados y el 21 por ciento de los concejales son mujeres. Pero un dato central es que las dos candidatas chilenas surgieron de su desempeño como ministras encargos clave. En la Argentina no hubo ninguna mujer ministra de Relaciones Exteriores (como lo fue Alvear), ni de Salud ni de Defensa (como lo fue Bachelet). De hecho, actualmente, hay una sola mujer, Alicia Kirchner (que es hermana del Presidente y aunque eso no invalide su capacidad no es un ejemplo de ascenso político por fuera de las estructuras masculinas) que además ocupa el Ministerio de Desarrollo Social, un clásico del rol femenino de asistencia. Y, desde el regreso de la democracia, sólo Susana Decibe dirigió el Ministerio de Educación y Patricia Bullrich el de Trabajo.
Actualmente, en todo el Poder Ejecutivo nacional, de 161 puestos sólo 25 cargos son ocupados por mujeres, una cifra que no alcanza al 16 por ciento, según un reciente relevamiento de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Esto demuestra que donde no hubo cupo no hubo avances. Y que las ministras o secretarias de Estado han sido pocas, aisladas, y prácticamente siempre en lugares que no permitieron demostrar solvencia en gestión de gobierno (un flanco que se les suele criticar a las pocas candidatas presidenciales mujeres en la Argentina). Bachelet remarca: “Los partidos políticos han descubierto que las mujeres pueden ser buenas candidatas. Pero lo interesante es que esto surgió por ocupar lugares en el Poder Ejecutivo. Cuando fui ministra me di cuenta que es cierto que una crece cuando tiene que tomar decisiones y no simplemente aconsejar a otros”.

La simpatiquita y la clásica
Michelle Bachelet es agnóstica, tiene 53 años y es médica pediatra. A los 18 años empezó a militar en política y a los 20 años –el 10 de enero de 1975–, cuando cursaba quinto año de medicina, integrantes del servicio de inteligencia se las llevaron a ella y a su mamá (la antropóloga Angela Jeria), del departamento donde estaban. “Por supuesto que en esa época participaba en actividades políticas clandestinas. Yo pololeaba con un joven de la directiva del Partido Socialista. Me llamó por teléfono y habíamos acordado que si alguno tenía problemas debía decir algo como: ‘Mi amiga Dinamarca me invitó a tomar té y no sé a qué hora voy a volver’. Por eso, de inmediato trascendió que nos habían llevado presas a mí y a mi mamá. Eso explica lo que pasó después, a diferencia de mucha gente detenida que desapareció. Mi cuñada llamó a mi tío, el general Osvaldo Croquevielle, y él exigió que nos soltaran. Si no hubiera sido por eso, no sé si hoy estaríamos aquí...”
Ellas sobrevivieron, pero su papá, el general democrático (de la Fuerza Aérea) Alberto Bachelet, quien había sido funcionario de Salvador Allende –responsable de la Oficina de Distribución de Alimentos– y encarcelado por la dictadura, acusado de traición a la patria, murió, en marzo de 1974, de un paro cardíaco, a consecuencia de las torturas que sufrió en la cárcel. En 1975, ella y su mamá se fueron exiliadas a Australia y a la República Democrática Alemana. Cuando volvió, trabajó en organismos de derechos humanos en asistencia a ex torturados.
Soledad Alvear es católica, tiene 54 años y entró a la Universidad de Chile a los 17. Todavía recuerda con espanto el eco de los aplausos en la clase en que sus profesores le enseñaban la figura de “potestad marital” y el derecho de los hombres sobre los bienes y la persona de las mujeres. A esa edad conoció a Gutemberg Martínez, su actual marido y dirigente de la Democracia Cristiana, con el que se casó hace treinta años, cuando a su regreso de la luna de miel empezaba la dictadura. Con él tuvo tres hijos, ya universitarios: Claudia, Carlos y Gutemberg. Ahora dice que cada vez que se siente en falta con sus hijos recuerda cuando su hija Claudia (de 28 años) le dijo:
–Yo no voy a vivir la tensión que vos viviste entre trabajar y ser mamá. Porque yo me críe en un hogar con una mamá que siempre trabajó.También dice que extraña ir a bailar música tropical con su marido, como en su juventud. Aunque, más allá del despunte o de alguna camisa de fucsia furioso, sin duda es más conservadora políticamente, formal y clásica que Bachelet.
Aunque los sectores más progresistas sienten que Bachelet se vuelve más moderada y menos punzante en la medida en que se acerca a la presidencia, su perfil –todavía– es renovador. En lo personal, Bachelet es un exponente claro de una familia no tradicional y de la fuerza de las llamadas mujeres solas. Tiene tres hijos, Sebastián (25), Francisca (20) y Sofía (11) de dos matrimonios distintos. Está divorciada y, aun en la Casa de Gobierno, no piensa dejar de buscar novio. “A medida que se acerquen las presidenciales es crecientemente más difícil que encuentre pareja –le dijo a la revista Cosas–. Tengo claro que ser una persona de figuración pública hace muy complicada una relación afectiva. ¡Pero no pierdo las esperanzas! Me gustaría enamorarme y tener pareja.”
Una característica fundamental en ella es su sentido del humor. El discurso de Bachelet suele estar plagado de chistes (“para que no sea tan latosa la cosa”, explica). Un ejemplo de su politología stand up:
–Yo preparo todos los días el desayuno de mi hija porque tengo una señora puertas afuera y no puertas adentro. Muchas veces me llama un ministro y hablo mientras preparo el cafecito y mi hija me grita para preguntarme dónde están los calcetines, pero no porque yo haga el desayuno todos los días después voy a hablar de pan quemado. Los hombres se enojan, pero, la verdad es que a ellos les cuesta más peinarse y silbar a la vez –alega mientras la gente se ríe con su forma de argumentar y los medios la acusan de ganar popularidad en base a su carisma humorístico–. “Apenas empecé a tener adhesión popular me transformé en la ‘simpatiquita’. Me sorprende extraordinariamente. Yo estoy muy consciente de mis capacidades y si la gente considera que mi nombre es una alternativa no es porque me considere simpática.”
Bachelet y Alvear –que hasta ahora respetan un pacto de juego limpio y no se hacen críticas ni objeciones en público– coinciden en criticar el prejuicio de los medios de seguir creyendo que detrás de todo gran hombre político hay una gran mujer y que detrás de toda mujer política hay una familia con un gran vacío:
–Una de las primeras preguntas que siempre me hacen es cómo me he podido arreglar para ser madre y ministra. Pero a los ministros nunca les hacen esa pregunta y eso que hubo un ministro de Vivienda que tenía siete hijos y yo tengo tres. Eso ya tiene una gran carga de machismo. Y ahora me preguntan si Chile está preparado para que lo gobierne una mujer. Estas preguntas, que nunca apuntan a la capacidad propia, muestran que si bien hemos avanzado todavía hay un largo camino por explotar –señaló Alvear.
“Los periodistas, incluso las mujeres, suelen preguntarte si tenés que llevar a tu hija a la psiquiatra, pero nadie le pregunta al presidente si su hija se deprime porque él trabaja. A mí todos los días me preguntan cómo hago con la casa. Yo les respondo: ‘¡¡¡Cómo puedo!!!’, porque hay que hacerse cargo que no se puede con todo. Además, si no te preguntan cómo cuidas a tus hijos, te preguntan quién te viste”, lanzó Bachelet, en un análisis agudo –después calificado por el diario El Mercurio despectivamente como feminista– sobre el rol del periodismo ante las mujeres y el poder, en el seminario realizado en la Universidad de Chile.
“Fui cinco años ministra y siempre los logros eran de los otros. El que está detrás de esto es ‘el’ (por algún asesor), aseguraban los medios para subestimarme. Al ser mujer siempre hay que ser una súper ministra y a la vez una súper ama de casa, porque si no viene el ninguneo. A las mujeres nos catalogan como ‘recién llegadas’ a la política y nos piden un test de excepcionalidad todos los días. Pero no es que me interesa decir ‘oh,pobrecita de mí’, sino tener en cuenta que formamos parte de un modelo masculino de análisis”, apuntó Bachelet.
Rodrigo Lara, periodista chileno, analiza: “Mi impresión es que si Bachelet accede a la presidencia, por su historia como persona y como política puede darse un momento ‘feliz’ de la política chilena. Bachelet parece encarnar esa condición, la más olvidada, del sueño republicano. No ‘libertad’ o ‘igualdad’, sino la faceta de la ‘fraternidad’ que significa ‘respeto mutuo’ en la diferencia. Es la fraternidad el pegamento real de la ciudadanía. Y su norte es muy sencillo: todos los problemas humanos de una comunidad pueden ser resueltos y negociados por esa comunidad. Bachelet parece encarnar ese trabajo pendiente en Latinoamérica”.
“Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde se abrirán nuevamente las grandes alamedas por las cuales pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”, dijo el 11-S de 1973, Salvador Allende. Si los cálculos preelectorales se cumplen, 32 años después de ese discurso, podría ser electa otra médica, otra ex ministra de Salud, otra dirigente socialista (igual que Allende), torturada por la dictadura que derrocó a Allende e hija de un militar democrático muerto por la dictadura que derrocó a Allende. Eso sí, las alamedas verán, esta vez, en el Palacio de la Moneda, a una mujer. Una mujer libre.

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