Vie 19.11.2004
las12

A MANO ALZADA

Amsterdam transparente

(¿No todo lo que reluce es oro o el oro reluce en el barro?)

por María Moreno

Es obvio. Aun pronunciada con la ambición de un lugar común académico, la expresión “público y privado” despierta la imaginación alegórica de una alcoba donde una pareja folga de acuerdo con un kama sutra privado, separada por un muro de una calle donde una multitud más o menos vestida, intercambia comercios más o menos legales o saludos de más de cien años. El mito es que Amsterdam ha hecho transparente ese muro destinado a separar, en la más popular de sus calles, a mujeres que ofrecen, mediante señas, su mundo privado de media hora a hombres que se la piensan antes de aceptar la oferta, subir un escalón un poco alto y desaparecer junto con su compra tras unas cortinitas de teatro de títeres. La Zona Roja vende sexo, pero fundamentalmente visibilidad.
En las aguas del Danubio se ha creído escuchar chelos y trombas ejecutando sus notas más altas, un trémolo pianíssimo de primeros violines antes de que un forte derrame toda esa música en un montón de olitas en forma de rizo hasta invitar a la composición de un vals, pero tanta pajaronada kitsch no puede compararse al silencio que provoca el canal Voorbugwall, de aguas oscuras en otoño bajo las ondas pequeñas dejadas por los cisnes paseanderos porque, en cada orilla, unas muchachas hacen poses de acuerdo con la vulgata de la fantasía erótica. Una sostiene entre los dientes una pastilla de Viagra que, con habilidad, puede mantener visible, sacando al mismo tiempo la lengua, que hace vibrar hasta perturbar las braguetas de los mirones. Otra le hace gestos lascivos a su perrito que se pasea de un lado a otro de la vidriera, como si, de poder salir, fuera a atacar a la multitud como un tigre del zoo, aunque se sospeche que sólo iría a mear junto al poste que indica la entrada del porno shop donde el hit es el dildo de piel artificial, capaz de provocar las mismas sensaciones que un pene con el prepucio corrido –el anuncio proclama esta virtud en holandés–. Algunas vidrieras tienen estufa y refrigerador a la vista. Otras son remedos de living, un poco mayores que los de Barbie. Las chicas actúan según dos escuelas: una realista y clásica donde hacen los históricos gestos de la provocación sexual, otras simulan la vida cotidiana de espaldas al posible cliente. Si una apoya el trasero en la vidriera, dejando que se le levante el baby doll, la otra parece putear en el celular mientras se mete el dedo en la nariz.
Pero las chicas de vidriera no son una singularidad local, propia de un estilo de prostitución. Asomada sobre canales, la ciudad parece haber descubierto en la transparencia su identidad urbanística. Aun detrás de las ventanas burguesas se montan tras los vidrios diversas puestas en escena. La de la cocina ascética de vajilla impecable y niños haciendo los deberes o la del estudio donde un dibujante, inclinado sobre su tablero, boceta junto a una taza de café humeante. En los alrededores de la Zona Roja, en casas del siglo XVl de números irregulares y de frente estrecho y alargado, como si fueran un reflejo deformado en un espejo de un parque de diversiones, algunos han puesto en las ventanas de sus sótanos, junto a elegantes piezas de peltre o de porcelana, estatuitas hiperrealistas de prostitutas haciendo poses. En una, las estatuitas se multiplican dentro de pequeñas cajas de cristal: casas decentes se acomodan al mito turístico, parodiando sus gustos. Qué encanto democrático. Las autoridades de Amsterdam distribuyen 700.000 jeringas por año entre los pinchetos y proveen de dosis a través de su sistema médico con el pragmatismo atribuido a los comerciantes pintados por Frans Hals. Las chicas cuya boutique son ellas mismas están sindicalizadas, pagan impuestos y reclaman mayores derechos a través de sus líderes que son tan conocidas como Van Gogh. El aborto es permitido en todas sus formas salvo que esté en riesgo la vida de la madre –en nuestro país es grotescamente al revés–. Los gays se casan con iguales derechos que los heterosexuales y cuentan con idéntico cotillón el día de la boda, incluidos novios de yeso pintado que representan todas las variantes de género –hay uno de una travesti vestida como Marlene aferrada de la mano a un obeso de frac–. En los coffe-shops como el Rick’s Café, un oficinista agotado por la rutina del día y por pedalear en bicicleta con sobretodo, puede comprar marihuana por seis euros el gramo y llevarse cinco con el amparo de la ley o cortar merca sobre la tabla para quesos del Yellow Submarine con el único cuidado de que, al abrirse la puerta de entradas, no se le vuele. La Iglesia de Oude Kerkde, en lugar de pedir distancia indignada con la Zona Roja, se deshace de sus feligreses a las cinco de la tarde para no interferir con su presencia a los turistas acostumbrados a pecar fuera de las fronteras de su país. Mediante la eutanasia, aprobada en el año 2002, es posible ganarle de mano, mediante asistencia legal y gratuita al, a menudo sádico, devenir muerto luego de atroces sufrimientos. Un mito muy difundido es que la prosperidad y las libertades cotidianas llevan al aburrimiento y al suicidio. Es como afirmar que el piquete y el Plan Trabajar, hacer cola a las cinco de la mañana para sacar número en el hospital público, hurgar en la basura y consumir pasta base dan a la vida ese no sé qué que volvió geniales a Rimbaud y a Baudelaire. No más pisar la Estación Central de Amsterdam para abandonarla, cabe la pregunta ¿la visibilidad es la libertad? ¿La igualdad, la fraternidad o cualquier otra palabra de promoción francesa? En 1992 Holanda limitó el ingreso a la inmigración y llevó la desigualdad a su vidrieras felices. En Amsterdam las chicas sudamericanas, africanas y caucásicas ocupan calles laterales junto a las ancianas y a las obesas: ellas constituyen una suerte de feria paralela y sus expresiones de mal humor y agotamiento parecen alentar la grosería del cliente que, solo o en patota, suele reírse, burlarse y hasta arrojar monedas. Ni ellas, ni las legítimas made in Holanda tienen seguro de desempleo. Y es sabido que la riqueza holandesa originaria vino menos de la habilidad comercial que de la explotación de sus colonias. En 1995 el sistema hidráulico del país estalló derramando, en algunas ciudades, a los canales fuera de sus cauces, convirtiendo una idealización postal en una versión latinoamericana. La extrema derecha ha exigido formar parte del banquete democrático y cosecha votos en los comicios locales. Cada ciudadano consumidor produce 300k de desechos anuales y el exceso de plaguicidas usados en los campos llenos de emblemáticas vaquitas simbólicas amenaza las reservas de agua potable. En todas partes se cuecen molinos. £

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