Vie 26.11.2004
las12

MUSICA

clásica & moderna

El tango del compadrito que denigra a la mujer ha encontrado réplica en Claudia Levy, la talentosa cantante, compositora y pianista que en su nuevo disco, Escuchame un segundo, desenmascara a truchos y verseros, sin dejar de reírse de ella misma. De refinada formación clásica, Levy pasó por el pop y el rock, hasta que encontró su identidad profunda en el tango de formato clásico, pero con letras refrescantemente actuales.

El duelo por un amor que se cortó abruptamente destapó a la compositora de tangos, y el humor irónico fue su tabla de salvación. Hoy, Claudia Levy se muere de risa al contar aquel episodio penoso que ha reflejado en algunas de sus personales letras, pero también deja aflorar la emoción cuando se refiere a temas relacionados con gente muy querida (su abuela, su hija) o con situaciones dramáticas, como la violencia masculina contra la mujer. La excelente pianista de bella y expresiva voz resplandece de una felicidad que supera el miedo –que también la asalta– ante la próxima presentación de su segundo disco, titulado precisamente Escuchame un segundo: “Es que me gusto más a mí misma en escena, mi disfrute está ahí. Me contacto mucho con el público, me muevo, bajo, elijo a un hombre y le canto, por ejemplo, Mentime más, hago Soledad entre la gente, toco el teclado mirando hacia la platea”. En el nuevo disco que está lanzando, esta creadora, que a su esmerada formación musical sumó estudios de teatro, clown y danza, incluye –además de sus propias composiciones– algunos temazos de antaño, entre los cuales está esa versión de Soledad a capella, y otra, con sus propios arreglos, de Nieblas del Riachuelo, francamente estremecedoras.
Claudia Levy empezó a hacer tango con la cantante Clori Gatti: juntas formaron el dúo Tangachas. Ahí, Levy era pianista y cantaba un par de temitas clásicos. “Debutamos en Homero, estábamos interpretando Qué tango hay que tocar, de Rubén Juárez, y sin que yo lo viera él entró y se puso a tocar detrás de mí, casi me muero. Parece que se copó, así que fue una especie de padrino por un tiempo. Me encanta su garra tanguera. Pero Clori, tanguera de cuna, conoció al músico que ahora es su marido, se enamoró y ahora tiene dos hijos. Así que nos separamos y la segunda formación de Tangachas fue con Dolores Solá, un estilo diferente, con esa mezcla de rea y aristócrata. Me pasó lo mismo que con Clori, un hombre se interpuso, porque ella ya estaba con su marido Acho Estol: La Chicana empezó a tener predicamento, y tuvimos que deshacer el dúo no sin antes hacer una gira por Europa. La tercera y última integrante fue Laura Casarino, que venía del rock. Una experiencia distinta y tan enriquecedora como las anteriores. De pronto, estaba almorzando con Fabi Cantilo, Fito Páez, Charly García... Ella me aportó otro enfoque, otra atmósfera: la versión que hago ahora de Nieblas... es de esa época, la cantaba Laura, hice el arreglo bajo su influencia. Pero llegó el momento en que me di cuenta de que yo quería estar al frente de la historia cantando. Este es un lugar que siento que sigo conquistando. Creo que desde mi primer disco hubo un gran avance.”
–¿Empezás a componer al mismo tiempo que te largás a cantar sola?
–Sí, tuve una experiencia amorosa traumática y me hice compositora de tangos. Anteriormente había compuesto pop, escrito cuentos y poesías. Pero no me animaba con el tango, ¿cómo iba a hacer algo después de Cátulo Castillo, de Manzi? Hasta que empecé a pensar que dentro de ese estilo de los ’20, los ’30, podía descubrir una manera nueva, actualizada de escribir letras. Tuve que romper barreras internas, y ahora por fin siento que encontré mi lugar en el mundo, una identidad. En el primer disco había temas que anticipaban el estilo del segundo. Estaba, por supuesto, Mentime más, que le daba título. Siempre con un trasfondo de humor. Había uno de una mina a la que el tipo le dice que la va a pasar a buscar, que se ponga el vestidito ése que a él le gusta, y la deja plantada, ella se duerme en el sofá. “Te perdoné una vez porque te amaba, te perdoné otra vez no sé por qué, y aunque quieras que de nuevo te perdone, perdoname pero yo ya me cansé...” Eran de ese tono los temas.
–¿Minas que reaccionan frente a la desconsideración?
–En algunos casos, sí. Es decir, minas que tratan de respetarse a sí mismas. Es verdad que cuestiono actitudes masculinas, pero también femeninas. Otro tema un poco duro era Naftalina, que decía justamente: “Volverás cuando tu nombre me suene a naftalina”. Todo por ese mal de amor al que después le agradecí toda la vida (risas). Porque el dolor dio sus frutos, estimuló mi creatividad. Era un chico muy lindo, diez años menor que yo, estaba en De la Guarda. Nos reenamoramos, pero tuvo que irse a Nueva York y todas las novias íbamos en la mitad de la gira de cuatro meses, a estar con ellos quince días. El primer mes me escribía mails a cada rato, pero el segundo empecé a intuir que algo no funcionaba. Bueno, fui a Nueva York, el avión se retrasó y él no estaba. Llegó media hora después y no bien lo vi, pensé “ya no hay nada más entre él y yo”. Lloré durante los quince días. Volví, todavía estaban sus cosas en mi casa y me hice compositora de tangos... Mi hija, que era chiquita, estuvo genial: yo lloraba tocando el piano y ella –que lo quería mucho– se acercó y me pregunto: “Mami, ¿él no va a volver más?”. Le contesté que no. Entonces ella me alcanza el cepillo de dientes del chico y me dice: “Rompelo”. Una sabia total. Lo rompemos juntas y lo tiramos a la basura. Había que simbolizar. Uno de mis primeros tangos dice: “Yo era la envidia también de las pebetas...”. Me divertí y pude hacer una catarsis.
–Igual, nadie te quita lo bailado mientras duró...
–No, claro, el balance es muy bueno. Era reglamoroso, me sentía una reina. Ahora, además del humor que no me abandona, lo que está saliendo es la ternura: en Cajita china, en el Vals para mi abuela. A la gente se le caen las lágrimas. Y, la verdad, poder hacer reír y llorar es bárbaro. Para empezar, me río mucho de mí misma.
–¿Cómo son tus relaciones con el tango clásico, que suele ir de la idealización a la denigración de la mujer, sin términos medios?
–Eso era lo que a mí de chica no me gustaba del tango, ese machismo tan anticuado. En algunos tangos, a los tipos les gustan las putas, pero se quejan de su conducta: si estás yendo a un burdel, ¿qué esperabas? Hay temas bastante reaccionarios y sermoneadores. En los primeros tiempos, algunos tipos me decían: “Cómo nos das con un caño”. Yo les respondía: “¿Alguna vez le dijiste a un tanguero tradicional que le da con un caño a las mujeres?”. Por eso, creo que muchos jóvenes empiezan con Piazzolla: música instrumental con un aire renovador. Por supuesto, cuando te van adentrando, podés descubrir poetas maravillosos, que casualmente no tienen ese desprecio por la mujer. Mi ídolo total es Goyeneche, adoro su manera de frasear. Y me gusta cuando ya está reventado, hace una síntesis genial.
–De modo que en este nuevo disco tenemos la parte tierna y también temas como el del trucho de Mucha pinta, que se aprovecha de la mina.
–Sí, lo pongo en evidencia, pero también me cargo a mí misma: yo también especulé. El tipo no es mi tipo, pero me invita a una buena cena y yo pienso que si –como aparente– tiene quita, la voy a pasar bien. Casi todos estos temas son historias mías recreadas al pasarlas a la letra de un tango.
–En La Juana, ¿no aparece una mirada masculina? Eso del mecánico “y los tatuajes que le haría con sus manos engrasadas”...
–En todo caso es como un desdoblamiento. La Juana es mi otro yo que estoy dejando salir cada vez más. La Juana es de barrio, disfruta de las cosas más simples y yo le estoy abriendo la puerta a ese frescor, a esa alegría de vivir. Tengo un perro negro berreta y, si paso por las parrillas con una sonrisa como la de Juana, todo el mundo le tira huesitos. Por otro lado, creo que en el arte se es un poco andrógino, que hay que dejar salir todos los componentes que tenemos. En algunos de mis cuentos aparece mi mirada de hombre, que la tengo como cualquier mina. Aparte, cuando yo era chica no veía muy bien esto de ser mujer, advertía que había muchos límites, una injusticia.
–¿Qué pertenecías al segundo sexo?
–Y sí, me parecía que era mejor ser varón por el lugar que ocupaban. Jugaba –y sigo jugando– al fútbol, era una nena varonera que se subía a los techos. Por esa y otras experiencias, creo que entiendo mucho la mirada masculina. Puedo ponerme en ese lugar, en ese punto de vista que no es tan complicado. A mí me cuesta más comprender mi propia naturaleza femenina y la de algunas amigas, que la simple lógica masculina.
–El histérico de Mentime más es un personaje que todas conocimos alguna vez, una especie de arquetipo...
–Claro, pero ahí yo también le estoy haciendo el juego: seguí mintiendo para distraerme porque quiero olvidar a alguien. Cuántas veces una va y sale con otro para sacarse a un tipo de la cabeza. Trato de ser equitativa.
–Bueno, si repasamos, tenés a unos cuantos verseros, embaucadores, quitarreros...
–(Risas) Será que tengo algo inocente. Convengamos que el verso ha sido el arma de seducción de los tipos hasta estas nuevas generaciones. Responde a una mentalidad que hasta se ha tomado por caballeresca.
–¿Cómo es la historia de la travesti de Lo que todo el mundo vio?
–Vivo en Palermo y me fui a una especie de pensión donde viven varias travestis porque se me había ocurrido un tema. Les golpeo la ventana que da a la calle y les explico que soy compositora y que quiero saber algunas cosas para no pifiarla. Me hacen entrar, de día no son tan impresionantes como de noche, producidas. Les pregunto: “¿Los tipos se enamoran de las travestis?”. Me contestaron que sí, una me contó que hacía seis que estaba en pareja.
–Un tango muy fuerte y comprometido es Me dijeron, donde hablás de un típico golpeador, personaje que ha sido tomado con simpatía, complica por algunos tangos, y dejás bien sentado que el que le pega al más débil es un cobarde.
–Te cuento que se armó una trifulca al hacer ese tema en un bodegón tradicional. Cuando termina el estribillo y empieza la parte instrumental, salta un tipo: “¿Y qué tiene pegarle a una mina? Hay que ser muy macho para hacerlo”. Le retruco: “¿Así que muy macho?” Mis músicos se indignaron, querían pegarle... Es terrible el tema de la violencia contra la mujer, ocurre en todas las clases sociales. Una vez lo hice en un lugar muy aristocrático, una fiesta privada, y la dueña de casa me comentó: “Aunque no lo creas, acá hay muchas mujeres golpeadas”.
–¿Sos una chica judía?
–Mezcla, porque mi mamá es católica. Me identifico con toda la parte cultural judía, el valor que se le da, y con la solidaridad de los católicos que siguen las ideas del Evangelio. Igual, no nos educaron en ninguna religión. Somos una familia grande y bastante unida, me encanta visitar a mis padres, las tertulias familiares donde se habla de música, de cine, de literatura. Una cosa que valoro mucho ahora es que mi mamá, que iba mucho al cine, volvía y me contaba la película entera. Lo hacía tan bien que después cuando la veía no me gustaba tanto como su relato. Y yo siento que mis tangos tienen algo que ver con ese momento de mi mamá sentada en el borde la cama: son historias de tres minutos con principio, desarrollo, desenlace. Mi papá siempre fue un gran melómano, de manera que en el momento en que dije “piano” ya me estaban mandando a aprender. Así que reúno las dos vertientes, la literaria y la musical, aunque al género lo elegí por mi cuenta.

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